Faltan diez para las seis. La tarde va envolviéndonos en un sopor denso
y pesado. A lo lejos, algunas nubes se
van acercando. Tal vez han percibido el
cansancio que nos va provocando el calor, pero lo hacen muy tímidamente. Llegamos a Boca de Cachón, una de las
comunidades que atiende la Comunidad de Misioneros Claretianos de Jimaní.
Nos colocamos en el gazebo que precede la
entrada principal de la capilla. Allí,
la brisa nos va sorprendiendo de cuando en cuando, como cuando un niño se nos
esconde tras un árbol y juega a asustarnos.
Comienza a llegar la gente, poco a poco, a modo de procesión. Algunos llegan desde sus conucos, cargando con
el cansancio de un largo día de faena, de tostar café, de llevar a pastar a sus
vacas o de recoger la cosecha. A otros,
la piel oscurecida por el sol, les delata su día de venta en el mercado, día de
lucha por vender sus plátanos, sus guineos o su café. Algunas mujeres han llegado muy risueñas y
olor a recién bañadas, evidenciando su preocupación y esmero por llegar bien
presentadas a misa. ¡Cuánta vida se
percibe por doquier !
La gente nos va saludando con verdadera alegría
y más cuando perciben rostros nuevos. “Los de afuera siempre llegan con cosas buenas y más cuando te los encuentras en la
Iglesia porque quiere decir que son misioneros”. Así me ha dicho una anciana mientras me
abrazaba como quien abraza a una hija muy querida.
Ya ha llegado el párroco, quien ha llegado como
todos, muy contento y animado a celebrarnos la eucaristía. Se detiene a saludar uno a uno hasta saludar
a todos. Entramos a la capilla. Todo ha comenzado a quedarse en penumbras
porque el sol ha decidido retirarse a descansar un rato. Se encienden dos velas que sólo logran
indicarnos las dos puntas extremas del mantel que cubre el altar y que amenazan
con enredarse entre el pábilo y el vaso que acoge a la vela; pero su luz es tan
pobre que no logran más que indicarnos su presencia.
No puedo distinguir al P. Juventino pero su voz
comienza a escucharse perfectamente. No
ha hecho falta un micrófono ni un foco que le alumbre para que el bullicio que
provocan los niños que van saltando de un lado al otro de la capilla, el saludo
que se van dando los que van llegando a los ya presentes y los jóvenes que se
cuentan sus cosas, se silencien. Su voz
ha ido envolviéndonos a todos en una palabra silente, no pasiva, sino muy
activa. Todos escuchan, todos atienden,
todos se alegran y van saboreando una a una las palabras que nos va
compartiendo y que nos van llenando de vida.
Nos ha hecho un gran y hermoso anuncio. ¡Hoy celebramos el Día de las Misiones! Y la gente lo recuerda y lo expresa con gran
alegría…
¡Día de las Misiones! Sí, es un gran día…en que
la Iglesia me recuerda mi vocación misionera desde mi compromiso bautismal. Día en que se me invita a detenerme, a
examinarme y ver si mi vida la estoy viviendo en clave misionera, si en
realidad soy consciente de esa gran
responsabilidad. Si soy capaz de darme
cuenta de que mi fe ha sido fruto del servicio misionero de tantos que me han
precedido, y que no hay otro modo de agradecer tanto bien sino es haciendo yo
lo mismo con otros…
El P. Juventino nos ha compartido una
catequesis tan sencilla y hermosa con toda la profundidad que es capaz de hacer
solo un gran misionero. ¡ Qué bendición
haber estado ahí, en esos momentos, compartiendo esas palabras, en medio de una
comunidad que vibra agradecida a Dios por la presencia de un Misionero
Claretiano entre ellos!
Y qué dicha poder contar entre nosotros con un
matrimonio que acaba de llegar desde España a sumarse al equipo misionero claretiano
de Jimaní. Un matrimonio constituido por
Ana, quien es doctora pediátrica y Mikel, ingeniero industrial quienes han descubierto
su gran vocación al servicio, en la vida
misionera. Un matrimonio que ciertamente
viene a ayudar a dar a conocer, servir y a amar a Jesucristo al estilo de
Claret a través de su testimonio de vida.
Se acrecienta el calor dentro de la capilla y
ya no sé si es la fuerte humedad o el fuego abrasador que voy sintiendo lo que
me hace sentir sofocada pero inmensamente feliz. La gente sigue cantando, orando, alabando y
celebrando con gozo la gran fiesta de la eucaristía. De repente, una leve llovizna sobre el techo
de zinc obliga al P Juventino a levantar la voz. Comienzan los mosquitos a dejarse sentir con
sus insistentes y agudas picaduras que van provocando picor y ronchas. Comienzo a abanicarme con el abanico de mi
madre que me he traído de casa para defenderme un poco de los mosquitos.
Lo del agua ha sido solo un ensayo; la lluvia se
ha disipado en unos minutos y el calor ha regresado con mayor intensidad. Pero la gente sigue contenta y yo también.
Hoy, día mundial de las misiones ha sido un
gran día de fiesta, de alegría. Y
mientras voy agitando el abanico, voy dando gracias a Dios por tantos y tantos
buenos misioneros que nos han precedido, por los que nos acompañan hoy, por los que han sido nuestros maestros,
nuestros guías, nuestros consejeros, nuestros amigos, nuestros hermanos.
Le agradezco por los que han dejado padre,
madre, familia, amigos, patria, casa, como dice la Palabra, por anunciar el
Reino. Pero muchos más por tantos que
han dejado mucho más que eso. Por esos
que han sabido optar con radicalidad, que han dejado sueños, proyectos, fama,
carreras, profesiones, comodidades, éxitos, bienestar, afectos…Tantas
renuncias, todas profundas, fuertes y hasta dolorosas, todo por Amor, por
pasión por la humanidad, por la inquietante y misteriosa vocación de Servir a
Dios a través de los hermanos.
También doy gracias a Dios por tantos laicos
misioneros que el Señor me ha dado el privilegio de conocer, de acompañar y de
ser testigo de su vocación misionera, de su entrega, de su amor y fidelidad;
Jafet, Mary Helen, Myrna, Lilliam, Yesenia, Rut, Jhonny, Lumir, Carmen,
Yoselín, Sebastián y ahora Ana y Mikel.
Por todos ellos doy gracias a Dios y para todos pido grandes
bendiciones.
Ciertamente hoy me sentí conmovida al escuchar
hablar al P Juventino y agradecí a Dios la ausencia de luz porque pude esconder
las lágrimas. Una vez más agradecí a
Dios el don de la fe, el don del carisma claretiano, el haberme regalado la
bendición de pertenecer a esta hermosa familia misionera y al Movimiento de
Seglares Claretianos y en especial por haberme dado como hermanos a los
Misioneros Claretianos, quienes con su testimonio de vida me edifican y animan
a vivir mi vida en clave misionera y claretiana. Gracias Señor por la vida de todos y cada uno
de ellos, bendícelos y cuídalos siempre…
Gracias por haberme dado la dicha de celebrar
este año el Día de las Misiones, aquí en la frontera dominico haitiana, en Boca
de Cachón, en tierra árida, seca, sedienta, pero de Ti y de Tu Palabra y con un
inmenso corazón que acoge con generosidad al equipo misionero claretiano de
Jimaní.