Fuiste
antorcha en caminos de polvo,
sembrador de fe en tierras de sol,
eco del Evangelio entre los humildes
Misionero de ardiente corazón.
sembrador de fe en tierras de sol,
eco del Evangelio entre los humildes
Misionero de ardiente corazón.
Tus pasos
cruzaron mares y sueños,
desde La Habana hasta Quisqueya,
con la pasión de quien ama sin medida.
dejando en cada rostro una huella,
desde La Habana hasta Quisqueya,
con la pasión de quien ama sin medida.
dejando en cada rostro una huella,
Tu palabra
fue puente y consuelo,
tu vida entera: hogar y refugio;
en tu corazón: el fuego claretiano,
el que te impulsó siempre a ser fecundo.
Catequista del alma, pastor y hermano,
hiciste del altar una escuela de amor,
del camino, una cátedra viva,
y de tu vida, una misión sin reloj.
del camino, una cátedra viva,
y de tu vida, una misión sin reloj.
Tu vida
fue Evangelio hecho carne,
camino abierto, lámpara y abrazo.
en cada encuentro, con el niño o el anciano,
brotaba el gozo del que sirve amando.
camino abierto, lámpara y abrazo.
en cada encuentro, con el niño o el anciano,
brotaba el gozo del que sirve amando.
Hoy
celebramos tu vida ofrecida,
tu fidelidad sencilla y fecunda,
tu entrega sin descanso ni ruido,
tu sí pronunciado cada día con ternura.
Damos
gracias por tu sí fecundo,
por tantos años al fuego consagrado,
por tu corazón claretiano y profundo,
que ardió sin descanso, que amó sin cansancio.
Descansa,
hermano, en la casa del Padre,
donde el fuego no se apaga ni termina,
porque en tus huellas y tus palabras
sigue viva la Misión… sigue viva la Vida.
Y mientras tus manos reposan al fin,
Esperando
que la tierra se abra
tu voz gritará al viento:
“Ardor, siempre ardor por la salvación de las almas.” (Claret)
tu voz gritará al viento:
“Ardor, siempre ardor por la salvación de las almas.” (Claret)
