Las pupilas han madrugado hoy al
alba. El sueño no ha sido capaz de acompañarme en este viaje de
olvido y borrachera que con tanta ilusión esperé anoche. Mi cuerpo
lastimado de cansancio va desvelando sus inquietudes y preocupaciones, en
búsqueda de respuestas a las mil interrogantes que le han arrebatado el sueño.
Y se marea con el olor a tierra
mojada. Afuera llueve…también dentro de mí.
Me imagino en una casa grande, con un
patio grande donde seguramente iría presurosa a llevar mis plantas para que
pudieran recibir la lluvia, fresca, dulce, pura, noble. Seguramente
se pondrían muy contentas, y vestirían su mejor follaje…
No resisto la tentación y abandono la cama
para ir a ver mis plantas. Me ha dado cierta tristeza ver cómo son testigos de
la lluvia pero no pueden sentirla ni abrirse a ella. Las imagino
inquietas, como ha estado mi alma esta noche, y en un desenfrenado impulso
arrancarse para ir a su encuentro y ofrecerle sus hojas, sus pétalos, sus
raíces, su tierra con un profundo deseo de empaparse y estrenar vida nueva.
Intuyo mi necesidad: Yo tengo que arrancarme de raíces, para echar
unas más fuertes. Cortar la mala hierba,
mis egoismos, mis mezquindades. Podar mis debilidades, sacar las hojas que un día
fueron hermosas pero que hoy, ya no sirven…están secas. No puedo dejar que
sigan aferradas a mí, bebiéndome el alma, ocupando mi tierra y privando a que
nuevas ramas puedan ocupar ese espacio.
Quiero también mojarme, y abonarme de Paz…
correr presurosa abierta a la Novedad, a esa lluvia que es la misma pero que es
nueva, que es la vieja pero es la actual, a ese rocío mañanero que se me ha
prometido y en la que tengo fe, que me llenará de Vida, Alegría y Esperanza.
Es lunes, el primero de Adviento.
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