3 de diciembre de 2018

Es lunes, el primero de Adviento.



Las pupilas han madrugado hoy al alba.  El sueño no ha sido capaz de acompañarme en este viaje de olvido y borrachera que con tanta ilusión esperé anoche.  Mi cuerpo lastimado de cansancio va desvelando sus inquietudes y preocupaciones, en búsqueda de respuestas a las mil interrogantes que le han arrebatado el sueño.

Y se marea con el olor a tierra mojada.  Afuera llueve…también dentro de mí. 
Me imagino en una casa grande, con un patio grande donde seguramente iría presurosa a llevar mis plantas para que pudieran recibir la lluvia, fresca, dulce, pura, noble.  Seguramente se pondrían muy contentas, y vestirían su mejor follaje…

No resisto la tentación y abandono la cama para ir a ver mis plantas. Me ha dado cierta tristeza ver cómo son testigos de la lluvia pero no pueden sentirla ni abrirse a ella.  Las imagino inquietas, como ha estado mi alma esta noche, y en un desenfrenado impulso arrancarse para ir a su encuentro y ofrecerle sus hojas, sus pétalos, sus raíces, su tierra con un profundo deseo de empaparse y estrenar vida nueva.

Intuyo mi necesidad:  Yo tengo que arrancarme de raíces, para echar unas más fuertes.  Cortar la mala hierba, mis egoismos, mis mezquindades. Podar mis debilidades, sacar las hojas que un día fueron hermosas pero que hoy, ya no sirven…están secas. No puedo dejar que sigan aferradas a mí, bebiéndome el alma, ocupando mi tierra y privando a que nuevas ramas puedan ocupar ese espacio.   

Quiero también mojarme, y abonarme de Paz… correr presurosa abierta a la Novedad, a esa lluvia que es la misma pero que es nueva, que es la vieja pero es la actual, a ese rocío mañanero que se me ha prometido y en la que tengo fe, que me llenará de Vida, Alegría y Esperanza.

Es lunes, el primero de Adviento.


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