Hoy, mi día ha sido uno bastante ordinario dentro de este tiempo extraordinaro.
Lo único particular que he hecho es romperme la cabeza pensando dónde iba a conseguir la ramita que nos han pedido que coloquemos mañana en nuestras puertas o balcones, como signo de nuestra identidad cristiana, siendo mañana Domingo de Ramos.
Los que me conocen, saben que vivo en un apartamento, no tengo patio ni jardín. Por lo que tendremos que optar por una rama artificial. Bueno, pues ¿qué creen? ¡Se ha sacrificado mi arbolito de Navidad! Voluntariamente se ha prestado para colocarse mañana como un fiel centinela frente a mi puerta. Francamente, no está nada bonito 😏, pero "es lo que hay". En el fondo, no está tan mala la idea de tener un símbolo de la Navidad, que es el tiempo que celebramos el nacimiento de Jesús, en el tiempo que celebraremos su muerte y resurrección. (¡qué bien que me consuelo!).
Bueno, he recibido una llamada desde el Perú y me han
pedido que prepare una breve reflexión sobre el Evangelio de mañana, cuando
celebraremos el Domingo de Ramos. Mañana,
escucharemos la Pasión del Señor, que volveremos a escuchar el Viernes Santo. Y prefiero detenerme a hacer una breve
reflexión sobre el Evangelio de la Bendición de los Ramos que me gusta mucho. (Mateo
21, 1-9).
Es una
reflexión muy sencilla que compartiré mañana con una comunidad de seglares y
que les comparto desde ya por aquí a ustedes.
Les copio el Evangelio por si no lo tienen a mano:
“Al llegar cerca de Jerusalén, entraron
en Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces Jesús envió a dos de sus discípulos,
diciéndoles: “Vayan al pueblo de enfrente, y enseguida encontrarán una burra
atada y su cría junto a ella; desátenla y tráiganla. Si alguien les dice algo, ustedes les dirán: que el Señor la necesita, y enseguida la
devolverá.”
Esto sucedió para que se cumpliera lo
anunciado por el profeta: “Digan a la ciudad
de Sión: mira a tu rey que está llegando
humilde, cabalgando un burrito, hijo de asna.” Fueron los discípulos y
siguiendo las instrucciones de Jesús, le llevaron la burra y su cría. Echaron los mantos sobre ellos y el Señor se
montó.
Una gran multitud alfombraba con sus
mantos el camino; otros cortaban ramas de árboles y cubrían con ellas el
camino. La multitud delante y detrás de Él aclamaba: “¡Hosanna al Hijo de
David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”.
Cuando entró en Jerusalén, toda la población
conmovida preguntaba. “¿Quién es éste?” Y la multitud contestaba “Es el profeta
Jesús, de Nazaret de Galilea.” Palabra
de Dios
Me llama
mucho la atención que Mateo comienza el Evangelio dándole el protagonismo a una
burra y a su cría. Comienza diciendo que
Jesús pide que los desaten, y que sean liberados para que cumplan con un
servicio específico. Por lo tanto, la
tarea de los discípulos no es nada difícil, es una sencillez, ¡desatar una
burra!.
En estos días
en que he estado en cuarentena, me he dado cuenta que muchas veces, lo único
que me pide el Señor es tal vez, hacer una llamada a una persona que vive sola,
ir a comprar el medicamento a mi madre enferma, ir al supermercado a comprarle
algo a mi vecina anciana, ponerme una mascarilla cuando voy a salir a la calle,
o tal vez, sencillamente lo que me pide es:
quedarme en casa. Nada más…cosas muy sencillas. Y ¡cuánto nos cuesta asumirlas porque estamos
siempre esperando a que el Señor nos pida cosas importantes, cosas extraordinarias!.
Bueno, regresamos
con el burro. El burro en la época de
Jesús y también en la nuestra, es símbolo de humildad, de trabajo, de servicio.
Y ese es el signo que Jesús ha elegido
para entrar a Jerusalén. Pudo haber
elegido un caballo que es un animal más elegante y así acostumbraban los reyes.
Pero no, elige a una burra.
¡Y lo mucho
que nos preocupamos nosotros de nuestra imagen! Muchas veces, las cosas que elegimos son el
reflejo de quiénes somos, quiénes pretendemos ser, o quiénes queremos ser. Y nos relacionamos con las personas de acuerdo
a lo que tienen o pueden ofrecernos. Y
vivimos en una carrera desenfrenada de competencias, de demostrar lo que
muchísimas veces no somos. Jesús, al
elegir a la burra, nos da una lección de una vida coherente, basada en la
sencillez y en la humildad.
¿Qué
significa el gesto de desatar el burro?
Pues para
poder entender ese gesto, hay que conocer la identidad de la burra, porque ella
es la protagonista de esta primera escena.
La burra es un animal manso, tranquilo, que solamente es utilizado para llevar
personas o cosas de un lugar a otro, solamente existe para cargar o llevar…para
servir.
Todos
llevamos dentro esa burrita, que es signo de servicio. Tenemos grandes reservas de paciencia, una
gran fuerza interior que nos da la capacidad de acoger, de acompañar, de servir
al otro. ¡Esto es un don!. Todos tenemos la capacidad de estar siempre
disponibles para los demás, como Jesús, que nunca se cansa, que está ahí
siempre presente para nosotros.
La tarea que Jesús
le da a sus discípulos es la de ir a desatar la burra, que no es otra cosa que desatar
la capacidad de servicio que todos llevamos dentro. Pero muchas veces, tenemos la burra amarrada,
nos ponemos como dicen vulgarmente, “potrones”, nos asalta el egoísmo, porque no
queremos ser servidores, sino servidos.
“Y si alguien le dice algo, ustedes le dirán
que el Señor la necesita”
Nunca he
escuchado en ninguna otra parte de la Biblia a Jesús diciendo estas
palabras. Que Jesús exprese que Él
necesita algo. ¡Él, que es Dios! Y aquí nos expresa un pedido, una súplica y
al mismo tiempo un mandato. Y sí, es
cierto. Él necesita de nosotros, de
nuestra disponibilidad, de nuestra colaboración para poder inaugurar el Reino
en medio de nosotros. Pero, muchas
veces, nos resistimos, porque su Reino no nos parece un buen negocio.
Nos gusta
mucho estar arriba, al tope, ser jefes.
Nos gusta liderar, dirigir, controlar.
Y nos cuesta mucho ser soldaditos y no generales. Y para poder responder al pedido de Jesús,
hay que tener la capacidad de liberar, de soltar nuestra burra, y hacernos
disponibles para amar y servir.
Echaron
los mantos sobre ellos
Para un
israelita, el manto, o la capa significa su misma persona. A un israelita no le podían quitar el manto, ni
el vestido, porque era quitarle todo. Se podía renunciar a todo, a cualquier
cosa, menos al manto.
Y dice la
Palabra que los discípulos ponen sus mantos, sobre la burra y su cría, lo que
significa que ponen todas sus vidas, todo lo que poseen, para el servicio. Están convencidos de la propuesta que les
ofrece Jesús.
Jesús
se sentó sobre estos mantos
Y ahora entra
en escena toda la gente, que dicen que era una multitud, que extiende sus
mantos sobre el camino. En realidad, la
multitud no está reaccionando de la misma forma que los discípulos. Los discípulos pusieron los mantos sobre la
burra y Jesús se sentó sobre estos mantos.
Esto es, el nuevo reino avanza con Jesús con el símbolo de esta burra. Y
los discípulos pusieron sus vidas en aquella burra. En otras palabras, los
discípulos entendieron que hay que entrar por el servicio a la instauración del
nuevo Reino.
Por otro
parte, la gente coloca sus mantos por tierra, no sobre la burra. Tiene un
significado especial. Porque en tiempos
de Jesús, cuando se tenía una investidura real, el pueblo extendía sus mantos por
tierra para que el rey, con su caballo, pudiera pasar sobre los mantos, y esto significaba
sumisión; quería decir que estaban totalmente de acuerdo a sujetarse al poder
de este rey.
Ahora aquí, la
gente acepta a Jesús sin haber comprendido cuál era su propuesta. Aún tenían en mente al Mesías que ellos
esperaban. Al hijo de David poderoso, que
haría que Israel dominara los demás pueblos.
En realidad, no habían entendido nada.
Lo aclaman rey, pero el rey que tienen ellos en sus cabezas. En cambio, los discípulos sí han entendido y
aceptado la propuesta de Jesús.
Entonces,
tenemos dos grupos. Por un lado, los que
no han entendido nada, que son la mayoría
y por otro lado, unos pocos, que son los discípulos, que han comprendido
la propuesta que ha venido a hacernos Jesús.
Es
exactamente lo que sigue sucediendo hoy en nuestras comunidades. Tenemos muchísima gente que sigue a Jesús, son
muchos. Pero que no han entendido nada
porque tienen una imagen de Jesús distorsionada o hecha a su medida. Todavía sueñan con el Rey poderoso, que viene
a organizarnos desde una autoridad dominante, que se impone, que atropella, que
juzga y castiga. Y son muchos los que
aún siguen esperando a ese Mesías.
Y también hay
un segundo grupo, que son los que sí han comprendido la propuesta del Maestro y
le han aceptado su propuesta. Tendríamos que preguntarnos en cuál grupo estamos
nosotros.
Luego
cortan ramas y las extienden sobre el camino
El detalle de
los ramos, es muy significativo para poder comprender el Evangelio. Se habla de cortar ramas de árboles y nos parece
una cosa muy simple. ¡Cuántos de nosotros
no ha salido hoy al patio a recortar una rama de un árbol para colocarla en la
puerta! Es un gesto sencillo sí, pero no
trivial. Hay que detenerse un poco para entender lo que en realidad significa.
En los meses
de septiembre y octubre se celebraba, y todavía hoy día se celebra, una gran
fiesta que se llama la Fiesta de las Chozas, de las Tiendas. Era la celebración de la liberación de la
esclavitud de Egipto. Durante esta
fiesta, la gente cortaba las ramas de los árboles para construir las chozas y
allí se quedaban por una semana en esas cabañas, para recordar el paso de la
tierra de la esclavitud a la tierra de la libertad.
Con este
gesto, la gente quiere expresar que sí ha llegado la liberación porque ha llegado
el rey mesiánico. En el tiempo de Jesús, la gente continuaba pensando en el
hijo de David que se habían construido en su mente, en ese Mesías que
ciertamente estaba muy lejos de la imagen del verdadero Rey que hoy tenemos
nosotros el don y privilegio de conocer.
Mañana, en la Fiesta
de Ramos, siento que se nos invita a que nos paremos a la orilla del camino
junto a todos nuestros hermanos, con las palmas en las manos. Y con total honestidad, miremos a Jesús,
entrando a nuestra historia, a nuestra vida, montado sobre una burra, con una
propuesta basada en el Amor. Es Jesús mismo que nos invita a soltar al burrito
que tenemos dentro de nosotros para poder amar y servir a los demás. Y cuando lo hayamos logrado podremos decir
con toda la fuerza de nuestros pulmones: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor! ¡Hossana en las alturas! ¡Y
permaneceremos juntos en torno a Él!
Muchas gracias, Nancy. Con esto del confinamiento uno puede sentir la tentación de justificar su aislamiento las necesidades de los demás. Pero también encerrado en casa puedo ser el burrito que trae al Señor, o elevar las palmas (si no tengo vegetales, las tengo en mis manos) para celebrar y transmitir alegría y vida mediante un sencillo servicio de compra, una llamada, un correo, una buena cara...
ResponderEliminarMe gusta mucho y hago mía la frase:
“Y si alguien le dice algo, ustedes le dirán que el Señor la necesita”
Graciasss
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