Las noticias tristes
siempre causan en uno, una sensación lógica:
desánimo, tristeza. Sentimientos
que obligan a detener el tiempo, mi tiempo y orillan a reflexionar, quiera una
o no en el sentido de la vida, en el valor de las cosas, en el por qué y para
qué. Son días en que no vemos claridad
ni luz alguna y en las que las horas nos pesan y mucho…
Sin embargo, como
pasa siempre, la Palabra viene a iluminarme, y a levantarme.
Esta mañana, en medio
de mi decaído ánimo por la noticia de la muerte trágica de una familia, víctima
inocente de la violencia existente en mi país; sintiéndome muy mal por la
sensación de impotencia, indignación y tristeza, hice lectura y oración del
Evangelio de la Transfiguración del Señor, fiesta que celebramos mañana en nuestra
Iglesia. ¡Bendito Dios que siempre estás
y nos das lo que necesitamos!
Me encontré con la
escena de la subida de Jesús al Monte junto a Pedro, Santiago y Juan. Y es curioso que el Evangelio comienza
diciendo: “seis días después”, lo que
me obligó a leer más arriba, a ver qué había pasado seis días antes. Y fue para mí una gran sorpresa ver que el
suceso anterior es el anuncio de la pasión de Jesús y la resistencia de Pedro. Seis días antes, Jesús anuncia su futura
pasión, y luego, lleva a estos discípulos a tener una experiencia gloriosa. Como si nos quisiera decir que es imposible
separar dos escenas pascuales: el
“Iluminado” que estaban viendo en el Monte era el mismo que sería, el
Crucificado. Dos momentos que se
complementan: de la muerte a la Vida,
del dolor al gozo, de la muerte a la Resurrección.
Al principio del
Evangelio leo que los discípulos ven a Jesús envuelto en luz, en silencio, y
solo aparecen dos personajes más: Elías
y Moisés. Y es ahí donde Pedro dice que
se estaba bien allí y que si el Señor quería, él podía hacer allí mismo tres
tiendas. Siempre me inquietó esa
expresión de Pedro porque se coloca fuera de Jesús, Moisés y Elías. Esta postura que asume Pedro en ese primer
momento es el de espectador, él está viendo desde fuera, pero no se siente
incluido…es curioso.
Pero luego es que
entiendo (nunca antes lo había visto así) que es en el segundo momento, cuando
se oye la Voz de Dios que les dice: “Este
es mi Hijo Amado, mi Predilecto, escúchenlo” que está el núcleo de todo. Ya no es el centro de atracción la luz que
envuelve a Jesús, sino que es esa Voz que confirma la relación de Jesús con
Dios.
Una voz que vino
acompañada de una gran nube que los
envolvió a todos. Ya Pedro no está
fuera, está dentro junto a Jesús y el Padre.
Y la invitación de Dios a “escuchar” a Jesús es lo mismo que invitarle a
obedecerle. Y ahí caen en tierra,
asustados, como lo estarían luego de la muerte de Jesús, y es Él, Jesús, quien
les levanta y les dice: “No tengan miedo”; ¡premonición de Pentecostés!
La narración de la
Transfiguración me da dos alternativas para vivir mi discipulado: o me quedo como Pedro en la primera parte del
Evangelio, de espectador, asombrado por los momentos gloriosos de Jesús, de sus
milagros, de sus victorias, de sus grandes sermones, pero desde afuera, desde
lejos, sin implicarme en su vida. O,
acepto escuchar la Voz del Padre que me invita a escuchar, a obedecer, a tomar
una postura inclusiva y que me reenvía al verdadero camino, al del seguimiento
de Jesús.
Hoy, al igual que
Pedro, siento que el Señor me ha tocado, me ha invitado a levantarme y me ha
dicho que no tenga miedo. La Palabra me
invita hoy a recordar tantos momentos de gracia, de profunda alegría donde he
experimentado mi vida llena de luz y transfigurada, para confirmar la opción de
vida que hemos hecho por fe, y poder afrontar con serenidad y confianza los
momentos duros y difíciles que nos toca pasar a todos.
Hoy en Puerto Rico,
para mucha gente la realidad les está resultando muda, fría y nosotros como
cristianos, estamos llamados a hacer posible que dentro de esa oscuridad
podamos revelar y transfigurar el Rostro del Dios que siempre nos habla con un
lenguaje lleno de Esperanza.
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