Ayer; aprovechando que pude ir a pasar la noche a mi casa, quise regalarme un rato sin distracciones, tranquila, sin ruidos, para mí sola. Me hacía mucha falta. Y luego de un buen tiempo de silencio, quise releer el Evangelio de este fin de semana; que por cierto es uno de mis favoritos.
Y lo saboree como
nunca. Sí, porque ¡Zaqueo me sabe a Navidad! Además, tiene unos detallazos
increíbles.
Primero que todo, el
texto dice que Zaqueo era de baja estatura.
Y no puedo evitar pensar en Claret, que también fue bajo de estatura, en
Madre Teresa de Calculta y en mi amado P. Nieto. Parece ser, que aquello de que “el perfume
bueno, viene en frasco pequeño” tiene mucho de cierto.
Zaqueo era de baja
estatura…
Pienso en María. En la biblia no encuentro una descripción física
de ella, pero siempre me la he imaginado diminuta, delicada, y sí, pequeñita: como Zaqueo, como Claret, como Nieto.
¡Qué maravilla! Una vez más,
Jesús se vale de lo pequeño...
El Evangelio dice que Zaqueo
quería ver a Jesús. “Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder
verlo, porque iba a pasar por allí”.
Pero en realidad es
Jesús el que va a su encuentro. Como siempre ha hecho conmigo. En ocasiones creo que le busco y es él quien
me encuentra siempre.
“Al llegar a
ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le
dijo: «Zaqueo, baja pronto…”
Jesús no espera que
Zaqueo le grite, que le tire una piedra para obligarlo a mirar hacia arriba, no. Jesús no espera, Él siempre sale a mi
encuentro y lo hace de una manera directa, privilegiando Su mirada sobre
mí. Él sabe en cuál sicomoro estoy trepada,
en dónde he colocado mi necesidad de verle, de escucharle, de hacerme notar por
Él, desde dónde le grita el corazón mi angustia, mis temores, mis miedos.
Jesús mira, me mira y
me llama por mi nombre…y me invita a bajar de mis inseguridades, de mis
temores, de mis desconfianzas, y con urgencia. No se fija en mi baja estatura,
en que me estoy escondiendo entre mi sufrimiento y mi fragilidad. Simplemente, me mira, me llama y me manda a
bajar.
Sabe que si sigo recostada
en el sicomoro de mi sufrimiento y egoismo; entonces, no podré verle de cerca.
“porque hoy
tengo que alojarme en tu casa”.
Zaqueo no le hizo ninguna
invitación a Jesús. Él solo quería mirarlo;
pero Jesús quería entrar a su casa. Como
lo hizo en Belén…como lo ha hecho conmigo.
Desde que me buscó, me miró y me llamó, desde el principio, desde
siempre, ha tenido intenciones de hospedarse en mi casa.
“Zaqueo bajó
rápidamente y lo recibió con alegría.”
“Les anuncio una gran alegría; Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo,
el Señor.” (Lc2, 10-11)
¿Ves? ¡Es que Zaqueo me
sabe a Navidad! Jesús, desde su nacimiento lo que nos ha traído es Alegría,
Gozo. Y es lo que inspiró Jesús en
Zaqueo, la Alegría pura de un corazón que ha sido capaz de bajar del sicomoro
de su avaricia, de sus ansias de poder, de sus costumbres de aprovecharse de la
gente y se dejó invadir por la Alegría de Jesús.
«Señor, voy
a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le
daré cuatro veces más».
No es posible seguir igual. El encuentro con Jesús implica cambio, nuevos
caminos, nuevas opciones. Es imposible continuar viviendo de espaldas al Amor y
a la Justicia. El encuentro con Jesús genera
generosidad, fraternidad. Y ya no puedo
mirar al otro, sino, como hermano.
Y Jesús le
dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es
un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que
estaba perdido».
El encuentro con Jesús nos devuelve la dignidad. Él no se fija en el pecado, y siempre nos
recuerda que no somos ni Juan, ni Pepe, ni Nancy, sino hijos de Abraham.
Soy una hija de Dios. Y Jesús me
regala la Salvación. No la he ganado, no
he hecho ningún mérito para ello. La salvación
se la ha dado Jesús a Zaqueo, y me la ofrece gratuitamente a mí, porque sí,
porque Él es así, porque me Ama y porque la Salvación es un regalo.
Zaqueo me recuerda ese hermoso tiempo de Adviento que ya se avecina. Porque me recuerda que "lo de Dios
es venir y lo nuestro es esperarle".
Siento que este año, me invita a fijarme bien en cuál sicomoro me estoy refugiando con deseos de verle. Y quiere que me deje encontrar por Él, pero desde abajo, sin dejar mi realidad, aceptando mis limitaciones, mis fracasos, mi sufrimiento. Quiere encontrarme en el Silencio, en la Escucha, en el Servicio, en la Comunidad. Y quiere entrar a mi casa, hospedarse en ella porque quiere hacer Fiesta conmigo.