¡ Qué rápido va la vida! Se nos va imponiendo y nos amenaza, nos intimida con una ilusión cuantitativa, con un disfraz de eficacia increíble, y ridículo...
Pretende llevarnos a un ritmo agotador, asfixiante, ¡ desesperante !. Es como si la vida tuviera miedo a perderse
ella misma.
Me viene a la mente la imagen del ruiseñor cuando vuela en el
campo. Se le ve ágil, rápido, siempre
agitado y ni aún cuando se detiene realmente lo hace, porque es capaz de mover
sus alitas como ninguna criatura en el mundo puede hacerlo, a un ritmo y velocidad
increíble, único, incomparable y sin embargo, se le va la vida en eso, en ese
batir de alas, en ese posarse sin poder detenerse…no vive más, ni vive mejor,
sólo consume su vida en una carrera:
subsistir, asumir, sin la capacidad de razonar, de discernir, de optar…
No quiero ser ruiseñor, no quiero que la vida consuma mis años. ¡ Quiero llenar mis años de vida! Quiero ser dueña, no esclava, libre, no
sometida.
Quiero poder aspirar el polen en la primavera y el olor a tierra
humedecida en las mañanas, quiero tener tiempo para mirarme las manos, para
inventar una palabra, para regalar un afecto.
Quiero vivir con intensidad para amar con intensidad. Quiero poder encontrarme, poder conocerme,
poder perdonarme y ensayar mil intentos de ser mejor…
Quiero tener a quien acompañar, a alguien que me extrañe, que me
hable con la mirada; alquien a quien pueda ofrendar mi santuario con la
blancura más auténtica. Alguien que sepa
mirarme por dentro con toda la luz y oscuridad que tengo y que sea capaz de no
juzgarme, sino que sea constructor, alfarero que pueda transformar mi barro en
un corazón hermoso y tierno.
Alguien que no tenga prisa en la vida, sino alguien que ame la Vida,
alguien que camine conmigo pero que no cuente los pasos. Quiero ser signo de gratuidad, de apertura,
cercanía, que pueda inventar consuelo, alivio, esperanzas.
No quiero ser ruiseñor, necesito de otras alas…
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