23 de enero de 2011

Mi visita al Blue Mall de Santo Domingo... (Reflexión)

Hoy he llegado a Santo Domingo, R.D. Me han recibido los Voluntarios Claretianos, junto al P. Demuel y a un joven (Kevin) de San Francisco de Macorís.  Decidieron aprovechar mi visita para ir a conocer un nuevo centro comercial de la ciudad llamado "BlueMall"...
Al llegar, me dí cuenta que el lugar contrasta enormemente con la realidad que viven miles de dominicanos (al menos de la inmensa mayoría de los que conozco de este pueblo).
Mientras me internaba en ese hermoso centro comercial, me preguntaba quiénes serían los clientes de allí.  Pensé que en alguna esquina me iba a tropezar con algún artista de cine, con algún deportista famoso o tal vez con el mismo Presidente de la República.  No sería sorprendente.  El lugar está muy apropiado para recibir al más alto dignatario.
Me sentía en un mundo extraño, elegante, hermoso y fantasioso.  Un mundo llego de glamour, de piezas de ropa de la más alta costura,  calzado de diseñadores famosos, de nombres italianos, españoles, franceses… accesorios elegantes, bolsos increíbles y vidrieras que dejaban extasiados a los visitantes.
Quedé impresionada al ver que en cada tienda, todas exclusivas, se encontraba un par de caballeros en la puerta,  esperando a que el cliente eligiera entrar a adquirir los productos de la empresa para quienes trabajan.  Todos ellos, vestidos de modo impecable, sin una arruga que distrajera la mirada del consumidor y  mostrando una sonrisa que supongo tomaría muchas horas de ensayo en su adiestramiento laboral.    
Decidí entrar a una joyería por curiosidad, y también porque me parecieron muy simpáticos los caballeros que custodiaban la puerta.  Al acercarme, la puerta se abrió de modo mágico, no por un sensor electrónico que responde a reflejos o movimientos, sino por las manos de los dos caballeros “guardianes” que no tan solo evitaron que yo tocara la puerta sino que me dieron la más cordial bienvenida y me mostraron una hermosa dentadura que indicaba  sumo cuidado en la salud oral.
Eran jóvenes, tal vez demasiado, de rostros amables y agradables que parecía que agradecían que al fin pudieran practicar el protocolo de bienvenida conmigo, porque eso sí, en la tienda estaban sólo ellos dos, una joven muy elegante que aguardaba por mi y dos caballeros más que custodiaban las mesas laqueadas y relucientes de líquido de brillar madera.  ¿Clientes?  No , no había ninguno.  Por eso tal vez, me sentía tan extraña en aquel Centro Comercial porque contrasta brutalmente con el bullicio y el tumulto de personas que me encuentro en los lugares donde visito cuando necesito adquirir algún bien.
Aquí no tenía que repetir hasta el cansancio, el consabido: “con permiso”, “perdone usted” etc…cuando deseo abrirme paso entre la multitud. Aquí no tenía que subirme sobre las puntas de mis pies para alcanzar estatura y poder mirar por encima de otros alguna vidriera que mostrara lo recién llegado a la tienda.  Aquí no tenía por qué preocuparme por avanzar a llegar a un lugar antes de que se agotaran los productos en liquidación del día, porque aquí no existe esa palabra.  Por eso me sentía extraña, y no caminaba, sino que mis pies flotaban sobre el terrazo recién encerado.
Jamás me han llamado la atención las joyas, a pesar de mi naturaleza femenina, no ha sido nunca materia de distracción y mucho menos de tentación.  Pero aquella tienda me llamó mucho la atención.  Las lámparas combinaban perfectamente con unos muebles de caoba que guardaban celosamente las joyas más esquisitas.  El rótulo de la tienda era sencillamente una obra de arte, letras sobre un óleo que definitivamente debía ser de un gran pintor dominicano.
La joven elegante me recibió con la misma sonrisa que me habían mostrado los caballeros de la entrada.  Me dijo su nombre y expresó su gran alegría y agradecimiento por haberla visitado.  Inmediatamente indagó mi necesidad.  ¿Una sortija, un anillo, un collar de perlas o tal vez un reloj? 
¡Un reloj! Eso, quería verlos, al fin y al cabo es lo que me menos me desagrada mirar.  Y me acompañó a ver su inventario.  Había relojes de todo tipo, en oro, en plata, con safiros, con diamantes, con esmeraldas…pero pregunté por uno muy sencillo, nada llamativo, sin piedras incrustradas, solamente la esfera y un sencillo brazalete.  -¿Ese?  ¿pero de verdad es ese el que le gusta? Me preguntó extrañadísima.  ¡Sí! ¡Es ese el que me gusta! ¿Cuál es su precio?......
Casi me desmayo cuando me dijo que eran solamente $8,900.00 dólares…¿”solamente”?¿Y aquél que tiene un pequeño rubí en el centro? - Ahh…ese cuesta $22,500.00….-Ohhhh
Luego de mirar mi muñeca que lucía un reloj de $10.00 (de los que adquiero en los aeropuertos) y el que nunca me ha dejado de dar la hora, dí las gracias y salí.  Bajé la escalera mecánica hacia el estacionamiento y ya en el carro repasé mi corta visita al Mall.  Y me pregunté…
¿Alguna vez visitará este lugar el padre de familia luego de haber trabajado su conuco tras muchas horas de haberle ganado a la tierra la yuca, el ñame, la auyama?   ¿O la mujer luego de un día de labores en su casa, de preparar los alimentos para la familia, de haber llevado y traído a los niños a la escuela?  ¿Conocerán este lugar los maestros que trabajan doble jornada porque una no es suficiente para sostener la familia? ¿Comprarán su ropa y calzado los jóvenes que venden viandas en las mañanas y estudian en las tardes?  ¿Quiénes vendrán aquí?
Pagué con un token el estacionamiento y respiré profundamente.  Y llegué a una conclusión.  Estoy segura que este lugar será visitado por algunos como yo, en respuesta a la curiosidad, otros en búsqueda de un espacio para la fantasía, otros tal vez para sentirse orgullosos de que el progreso sigue en aumento en su tierra.  Irán también aquellos para quienes definitivamente ha sido creado el lugar, los de una alta estrata social, los de gran gusto por las cosas finas y elegantes y con poder adquisitivo y los que sencillamente van a soñar una vida “mejor”.
Yo, salí contenta y profundamente agradecida.  Porque confirmé una vez más que soy inmensamente agraciada y bendecida.  Tengo un reloj de $10.00, calzaba unos tenis de Kmart y vestía con unos pantalones casuales de Kress, y de igual modo me abrieron la puerta unos elegantes caballeros, me mostraron un lujoso inventario de joyas y me desearon una feliz tarde. 
Y vaya que fue una muy feliz, porque afuera una vez más respiraba el mismo aire que respira este bendito pueblo dominicano, impregnado del sudor que alberga el conuco, de los niños que trabajan en la calle, de las madres que alimentan y sostienen la familia, de jóvenes que estudian y se preparan para lograr un mejor mañana, y sobre todo en compañía de un grupo de voluntarios que experimentan el Amor en medio de la gente sencilla y pobre de este país, de la gente que seguramente nunca podrán experimentar que dos elegantes caballeros le abran las puertas y le muestren una dentadura perfecta.