31 de marzo de 2020

Día 16 de la cuarentena...

Hoy, ha entrado en vigor el toque de queda a partir de las 7:00 de la noche y sigo sorprendida por la cantidad de personas que veo transitar en la calle todavía a esta hora (10:30 pm).  No hay congestión de tránsito, pero hay flujo vehicular, mucho. (Y es martes).  

Anoche, lamentablemente murió un hombre arrollado frente a mi casa.  Y leí en las redes sociales a muchas personas indignadas y furiosas al saber que había un hombre cruzando la avenida a las 10:30 de la noche, que dicho sea de paso, según informaron luego, se trataba de un deambulante.

¡Lo que no deja de sorprenderme es que nadie cuestionó qué hacía en la calle a esa hora, la persona que lo atropelló!  Se supone que estuviera en su casa desde las 9:00 p.m. y no sé a él (o a ella) pero en mi teléfono suena una alarma recordándome el toque de queda desde las 8:30 p.m.

No he tenido noticias sobre quién fue la persona que atropelló mortalmente a ese hombre.  Pudiera ser que fuera una persona autorizada, un policía, un médico, una enfermera, no lo sé, pero nadie lo cuestionó.  Suele pasar mucho en este país, que las víctimas pasan a ser los victimarios…  Que descanse en Paz.

Creo que, aunque la mayoría de las personas tienen una conciencia responsable del momento histórico que estamos viviendo, aún hay personas que se creen dueños de la patente de la inmunidad. Personas que vienen escribiendo el fantasioso discurso de la omnipotencia humana. ¡Este nuevo milenio será increíble para el hombre!  ¡Pronto tendremos 10G que nos permitirá una conexión sorprendente!  ¡El hombre llegará a Marte! ¡Habremos clonado seres perfectos!

Y llevamos ya mucho tiempo alardeando de los avances tecnológicos, del dominio que tenemos sobre las especies de la tierra, trasgredimos las leyes de la naturaleza para manipularla a nuestro antojo y hasta traspasamos los límites biológicos.  Buscamos afanosamente una pastilla que detenga el envejecimiento y nos exima de cuerpos caducos.  Gritamos a cuatro vientos nuestros éxitos en el campo de la ciencia y la economía.  Nos sentimos dueños del futuro y del planeta; y la soberbia hace que ignoremos  nuestros límites…¡Queremos ser dioses!

Pero, de pronto, llega un microscópico virus con una velocidad mayor a un 10G que ha puesto al hombre de rodillas.  Y el hombre no entiende nada, no encuentra la cura, no es capaz de crear una vacuna, no puede frenar a la muerte que ha invadido cada esquina del planeta y lo ha puesto a temblar.  ¿Dónde ha quedado la “grandeza” del hombre? ¿Por qué no aflora toda esa endiosada inteligencia que ha ido engrosando hasta ahora? 

Esta tarde, una amiga me comentaba que una teóloga, al hablar sobre la pandemia, hizo referencia al libro de Job. Una historia donde ciertamente se encuentra él desnudo de todo, esclavo de la soledad y el sufrimiento.  Me propuse volver a leerlo y hacerlo parte de mi oración esta noche.  ¡Y el Señor volvió a sorprenderme!

Durante mucho tiempo estuvo Job cuestionando todo, por su desgracia, por su mala suerte, por sentirse abandonado por Dios a pesar de su fidelidad.  ¡Es tan actual, tan pertinente Job en nuestra historia hoy!  Job pregunta constantemente.  Al final Dios da una respuesta. Y sus palabras son verdaderamente reveladoras, increíbles.  Les comparto solo un pedacito de esta joya:

“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¡Habla, si es que sabes tanto! .¿Sabes tú quién fijó sus dimensiones, o quién la midió con una cuerda? 

¿Sobre qué están puestas sus bases o quién puso su piedra angular, mientras cantaban a coro las estrellas del alba y aclamaban todos los hijos de Dios? 

¿Quién encerró con doble puerta el mar cuando salía borbotando del seno materno, cuando le puse una nube por vestido y espesos nublados por pañales; cuando le fijé sus límites y le puse puertas y cerrojos"

"¿Has llegado hasta donde nace el mar y paseado por el fondo del abismo? ¿Se te han mostrado las puertas de la muerte? 

¿Enseñas tú a volar al halcón? ¿Has examinado la anchura de la tierra?
Job 38

Y hacía caer en cuenta esta gran teóloga, que ante estas respuestas de Dios, lo único que Job pudo decir fue:

“Me taparé la boca con la mano. Me siento pequeño ¿qué replicaré?…” dijo Job (40,3) 
Creo que es lo único que podemos hacer hoy nosotros, reconocer nuestra pequeñez, volver la mirada al único y verdadero Dios; y taparnos la boca.

30 de marzo de 2020

Día 15 de la cuarentena

Hoy mi día inició temprano.  Antes de las ocho de la mañana se aspiraba ya el aroma del café que sigo preparando manualmente en mi colador de tela.  Es increíble el poder regenerador que tiene este elixir capaz de mitigar cualquier residuo de somnolencia.  Me llevé la taza de café al balcón que estaba bañado de luz.  La brisa ha menguado, vencida por un aire seco y caliente.  

Observo mis plantas y creo que uno de mis antulios está afectado por la tensión que estamos experimentando.  Lo he mantenido hidratado, le he hablado y acariciado como a sus plantas vecinas, pero se ha ido apagando poco a poco, y pareciera que le ha invadido una gran pena.  Sus hojas se han ido enrizando y buscando pegarse muy juntitas unas a otras como buscando consuelo, o tal vez, para darse fuerzas para morir.  Me da mucha pena porque me ha regalado muchas flores blancas muy hermosas y es aún joven.  Le he agradecido la alegría y compañía que me ha brindado, le he removido su tierra y colocado junto a un antulio más grande y de más edad que él.  Creo que se alegrará de sentirse bajo la sombra de uno de los suyos y así podrá desprenderse con menos dolor de sus raíces…

Luego, voy saludando a las otras plantas y quitándoles la basurita y las hojas muertas que se aferran a ellas.  Las riego, les hablo, y también les agradezco su presencia en mi pequeño balcón.  Ese espacio fuera uno muy frío e inhóspito sin ellas.  Me gustan mucho las plantas, pero por lo reducido del espacio son pocas las que puedo tener. 

Terminada la tertulia, escucho y oro la meditación que he recibido, hoy preparada por el P. Norberto, cmf.  Agradezco una vez más este gran regalo que con tanto esmero nos brindan los Misioneros Claretianos.  Realmente, me siento privilegiada de pertenecer a esta gran familia.

Al terminar, leo las noticias.  Veo con inmenso dolor el terror que sigue sembrando vertiginosamente la pesadilla llamada coronavirus.  Reviso los correos en la computadora.  Respondo cartas, escribo otras y también realizo unos trabajos pendientes.  

Como ya se ha hecho costumbre, recibo un mismo mensaje de varias personas casi simultáneamente. Es una situación que se ha convertido en una verdadera pandemia.  Los teléfonos están saturados de canciones, de mensajitos, de consejos, y de una amalgama de chistes que superan cualquier expectativa que tuviéramos sobre la creatividad de algunos.  Y ni hablar de la gigantesca comunidad de doctores sin título que se pasan grabando videítos para explicarnos de mil formas distintas, los peligros del coronavirus.  

Al final, queda una agotada de tanta hiper-información.  Decido cerrar la computadora, apagar el teléfono y recostarme un poco.  Pero recibo un fuerte rechazo de mi cama, sacudiéndome con un movimiento de magnitud 4 en la escala Richter.  Hacía mucho tiempo que no sentía esta sensación que a pesar de ser poco duradera, no deja de asustar. Hace ya varias semanas que no habíamos tenido temblores, al menos, sentido en casa.  Rápidamente pensé en la gente del sur y le pedí al Señor que no fuera éste, el inicio de un nuevo ciclo de temblores. 

Pasada la impresión, sentí la necesidad de volver a intentar descansar y así lo hice.  Sentía como un viejo y pesado cansancio inapetente que ignoró los horarios y me dejó varada en el cuarto por varias horas.

Recibo par de llamadas y vuelvo a conectarme con ese mundo exterior del que pude escapar por un buen rato.  Son personas queridas que al igual que yo se encuentran viviendo este tiempo fortalecidas en la fe que profesamos y la confianza en que la Luz siempre vence las tinieblas.

Fue inevitable mencionar que la próxima semana será la Semana Santa.  Un amigo me escribía el otro día, diciéndome que no podía creer que este año estaría en su casa durante estos días.  Me comentaba entonces que, le parecía muy duro el tener que esperar nuevamente un año más para poder celebrar la Vigilia Pascual. Le expresé que sí vamos a celebrar la Semana Santa, que no tenga la menor duda. Pero ciertamente será una muy distinta a las vividas hasta este momento.  

El domingo, colocaremos sobre nuestras puertas algunas hojas o ramitas en señal de nuestra identidad cristiana.  No serán menos simbólicas o significantes que las que puse el pasado año. Y ya luego, estoy segura que, día a día, iremos descubriendo modos diversos de celebrar los misterios de la muerte y pasión y de estar en comunión con toda la Iglesia en esta Semana.

Por mi parte, no quiero detenerme a pensar, ni mucho menos lamentar, lo que no “viviré” este año. Ciertamente que será una dolorosa novedad el no poder celebrar con mi comunidad el camino recorrido durante esta cuaresma. El no poder entonar el Aleluya con la fuerza y la alegría acumulada en los pulmones y en el corazón con los míos, el no emocionarme al punto de las lágrimas al escuchar el Pregón Pascual, el no recorrer con otros, a través de la Palabra esa valiosa historia de salvación;  el estar sola, en una Vigilia Pascual… será verdaderamente muy duro. 

La próxima semana sí será la Semana Mayor y seguramente la celebraremos con mayor conciencia que nunca.  Y sentiremos realmente el peso de la cruz, con el sufrimiento que llevan hoy tanta gente.  Encontraremos el Gólgota en cada cama donde esté un agonizante, y cada pérdida humana será un gran latigazo.  Pero, en la cruz gloriosa y junto a toda la humanidad, habrá un Cristo sufriente que se volverá a entregar…pero Resucitará y sí celebraremos Pascua.

29 de marzo de 2020

Día 14 de la cuarentena

Segundo domingo en cuarentena…

Hoy ha sido el día de arrastrada de pies.  Cansancio, melancolía, sazonado con un cuerpo adolorido por fallidos intentos de ejercitarlo. El ruido de la calle, rompe con lo ordinario de estos extraordinarios días.  Hoy domingo, por primera vez en esta cuarentena, han cerrado los supermercados.  Sin embargo, ha aumentado el ir y venir de carros por la avenida frente a mi casa, en inminente reto a la cordura y a la sensatez.  

Contrasta el absoluto mutismo que permea el edificio donde vivo. Al abrir la puerta de mi apartamento, entra la fuerte brisa de siempre, pero no es igual que siempre.  Mi puerta permanece abierta por un largo rato, pero pareciera que el mundo se está desapareciendo en cámara lenta.  Ninguna puerta se ha abierto y el ascensor ha enmudecido.  

Había pensado ayer, dejar hoy discretamente a los vecinos de mi piso, unas tarjetitas que les he estado preparando, junto a unos dulces; pero nos han dejado una circular pidiéndonos que evitemos salir a los pasillos. Y no soy precisamente yo la que guste de no seguir las normas, y más en este caso que me parece que cualquier medida de prevención que tomemos no será nunca “demasiado”.  Así que tristemente, no compartiré las tarjetitas, quizás, más adelante habrá ocasión de compartirle los dulces…

Luego de un rato, decidí cerrar la puerta.  Me encuentro con un reflejo borroso en cada uno de los espejos de la casa.  Es como si un sauna hubiera pintado las paredes y necesitaran ser insufladas de vida.

Y a propósito de esa palabra; recordé el relato de la resurrección de Lázaro, y lo mucho que siempre me ha llamado la atención, que no es precisamente el momento que Jesús va a insuflar vida en aquella hedionda tumba.  Lo que me apasiona es saber que Jesús lloró.  Esta divina humanidad es la que me enamora y cautiva.  Es la que alivia mi sentido de culpa por esos instantes de “debilidad” donde a través del llanto he deshojado el alma…

Me siento en el balcón y dejo que la mirada peregrine desde adentro y alcance pincelar una tarde de brillante luz.  Solo las palomas trasgreden el espacio. Logro unos instantes de escalofriante quietud, que quedan invadidos por la prisa del tren.  Supongo que han organizado viajes de mantenimiento porque llevo días presenciando su solitaria carrera, que queda interrumpida solo por el chirrido del metal que se produce a su paso.

Van pasando las horas.  Cierro el libro que recién he comenzado a leer hoy…en realidad mi ánimo no le hace justicia a José María Rodríguez Olaizola hoy.  Él merece toda y mi mejor atención, bien que sus letras se lo han ganado.  Pero hoy, no es el mejor día para leerlo.  Intenté despejarme en la cocina, pero hasta allá me persiguió la neblina.  

Soy consciente de que hoy mi acuarela se ha matizado con puros grises.  No me escandalizo por ello ni mucho menos me angustio.  Internalizo, medito, y procuro pintarme un rayito de esperanza.  Recurro a Ezequiel:  “Así dice el Señor: «Yo mismo abriré sus sepulcros, y les haré salir de sus sepulcros, pueblo mío, y les traeré a la tierra de Israel.”

¡Así será, así confío! Amén

28 de marzo de 2020

Día 13 de la cuarentena

Luego de haber tenido ayer el increíble momento de oración por la pandemia del coronavirus que presidió el Papa Francisco; imaginé que tendría en la noche un largo y reparador descanso.  Pero, por el contrario, se activaron las pupilas y el sueño se disipó entre horas muertas.  No fue hasta después de las tres de la madrugada que se hizo insoportable el peso de los párpados y pude al fin dormir.

Una llamada en la mañana, me liberó de la pesada somnolencia.  Una muy querida amiga (hermana) fue temprano al supermercado y me compró algunos artículos que sin ella saberlo ya estaban escaseando en mi cocina.  Además de que ciertamente me ha hecho un gran favor, evitando tener que romper la cuarentena; me hizo un hermoso regalo.  Recordar una de mis palabras favoritas:  asombrarse.

Aunque sé que es una gran mujer y muy noble; no dejó de asombrarme su hermoso gesto.  Pensó en mí, y ese pensamiento la llevó a accionar su generosidad y provocar en mí la sorpresa.

Para poder cultivar el asombro hay que rescatar la inocencia de los niños.  Desde un corazón sencillo, puedo entrar en relación con los otros, descalza de ideas estudiadas y acciones programadas.  El asombro me rompe los prejuicios y me permite tener la mirada que no alcanza a ver maldad en el otro.  Y puedo ver en los demás la imagen real y no la que racionalmente me he podido hacer de ellos.

El asombro nos vacuna contra el virus de racionalizar el Evangelio. Y nos protege de convertir la Palabra en hechos y conocimientos insípidos e inertes. La belleza de Su Palabra está cimentada en la capacidad de asombro que pueda yo tener.  Cuando escucho el mismo evangelio una y otra vez, pero lo transito por un camino desconocido, y desprotegida de memorias archivadas; descubro el vino nuevo que siempre me sorprende.  

Por eso, cuando siento que se me enturbia la mirada, me pongo al borde del camino y grito como Bartimeo:  ¡Señor, que yo pueda ver!

Mientras escribo, me vienen a la mente tantos momentos de asombro que provocó Jesús entre los suyos, que termino yo nuevamente sorprendida…

Pienso, que si la samaritana no hubiera tenido la capacidad de asombro, no hubiera descubierto a su Salvador en Jesús, aquel día en el pozo. Porque hubiera visto sencillamente a un hombre judío, un forastero.  Fue su capacidad de asombrarse que le permitió ver en los ojos de Jesús, la profundidad del pozo que calmaría su verdadera sed.

Inevitable no recordar el milagro mal llamado “multiplicación de los panes”.  En realidad, es el milagro de la generosidad.  Solo el asombro que debía producir en la gente la mirada de Jesús, las palabras de Jesús, su extraordinario testimonio de vida, solo eso, podían hacer posible la capacidad de asombrarse y eventualmente frutar ese sentimiento en apertura y generosidad para los demás.

Los fariseos, los mercaderes del templo, la viuda de Naím, Pedro, la adúltera…son tantos los que tuvieron fuertes experiencias con Jesús, que nacieron de la capacidad de asombrarse.  Que se dejaron desconcertar y poner en dudas sus propias convicciones.  

La capacidad de asombro irrumpe en mi agua estancada y la hace brincar en borbotones. Me anestesia la certeza de lo sabido; me convierte en analfabeta; que va por la vida con una sabia sed de descubrir la Buena Nueva…

Toda esta reflexión ha nacido de mi asombro por el hermoso gesto de mi hermana, que me ha hecho reconocer en ella su bondad, su generosidad, su cercanía y cariño para conmigo; el don del Amor en su corazón.  Le ofrecí mi profundo agradecimiento y por supuesto, también le agradecí a Dios por el don de su amistad.

Mi tarde continuó como un sábado ordinario.  Me preparé pancakes, desayuné en mi balcón y separé un tiempo para leer y por supuesto para la oración.  Y no pude evitar caer en la tentación de sumergir mis dedos en harina.  No saben la excelente terapia que es para mí la cocina.  En esta ocasión, tocó preparar unas tortitas de maíz; que  para mi asombro, quedaron muy buenas.

27 de marzo de 2020

Día # 12 de la cuarentena

1:00 de la tarde.  Una plaza inmensamente vacía, habitada solo por un abismal silencio.  Pebeteros que danzan armoniosamente bajo una insistente lluvia.  Fuego y agua:  Vida y alianza bautismal…

De momento, se atisba la sombra de un hombre.  Camina lentamente y con dificultad, como si cada célula del cuerpo sucumbiera bajo un enorme peso.  La silueta se va develando mientras avanza.  No va cubierto; como si agradeciera cada gota de agua que iba bendiciendo su cuerpo.

El mundo entero se paraliza.  

Se rompe el hueco adormecido de la noche con la súplica del hombre…”que Dios nos mire como Padre”. Imposible de encontrar palabras más persuasivas para Aquel de quien somos obra de sus manos.  Son el eco universal que se aglutina en la garganta de este hombre santo que hoy ha querido darnos voz desde un corazón herido de amor.

Al despunte de la Palabra, Francisco hace vibrar las fibras más íntimas de todos los corazones que protagonizamos esta hora santa. Fue una extraordinaria homilía, a la cual no encuentro modo de describir. ¡Fueron palabras tan hermosas, tan sabias, tan profundas, tan cercanas, tan humanas, tan de Dios! Considero que es una verdadera joya que debe guardarse como tal y leerla y releerla, orarla y meditarla.

No puedo señalar predilección por algún trozo de la homilía, porque en cada palabra, en cada verbo, en cada acento, sentía fusionado el corazón con el Papa y con toda la humanidad. Ha sido la auténtica rendición ante el Amado.  

Me he sentido literalmente en esa barca, con Jesús y con Pedro; quien reconoce en Francisco, su sucesor, el grito de dolor de una humanidad sufriente.  Rendición,  súplica…amor.

Al terminar la homilía, continúa la oración.  No soy capaz de describir lo que provoca en mí, la imagen de Francisco ante el Cristo Crucificado y la Virgen Madre.  Hay encuentros que no se pueden retratar porque hay una fuerza interior que conmueve insinuando un algo mucho más profundo de lo que se ve. Confianza, filiación, amor...

Llega el momento del encuentro con el Mayor Amor.  Ante la presencia del Amado, la desnudez del alma…

En un solemne momento, todos los cristianos del mundo han aceptado la milenaria invitación: “Fijos los ojos en Él…”

Junto a cada pedacito de Iglesia viva en toda la tierra, se fue ofreciendo en espiral salmodia, la más profunda y hermosa alabanza al Amor de los Amores.  Oración, alabanza…amor.

El tañido de las campanas irrumpe el sagrado silencio.  Es el mismo Jesús quien va a nuestro encuentro; quien tiene urgencia de acariciar, de consolar, de echarse a nuestros brazos y gritarnos:  ¡“No temas, Yo estoy contigo”!...  Alegría, comunión, Amor.

“Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” Papa Francisco

26 de marzo de 2020

Día # 11 de la cuarentena

Hoy me he levantado tarde y con dificultad. Creo que se ha desencadenado en mi subconsciente un oculto deseo de acortar las horas del día, y demorando despertar del sueño ya voy ganando (¿o perdiendo?) algún tiempo que no tendré que buscarle ocupación.

Ya en la cocina, me aventuré a ensayar una receta.  Preparé unas donitas,  de esas que siempre me tientan al salir de algunas tiendas como Kmart. Son unas bolitas pequeñas, blanditas, que preparan frente a una.  Las colocan en una fundita de papel y les añaden azúcar y/o canela al gusto de uno.  Son bien económicas.  Si no me traiciona la memoria, una docena cuesta solo $2.00.  

Me lancé a hacerlas por varias razones.  En primer lugar, quería ver si en realidad la receta que encontré era realmente buena.  En segundo lugar, porque tenía en casa los ingredientes que se necesitan para prepararlas. Y en tercer lugar porque quería recordar ese momento rico que experimento cuando las como.  Me provocan unos breves instantes de cierta “felicidad”. Sí, eso, como una sensación de plenitud, una dosis de alegría (me sorprendo siempre sonriendo cuando las compro); y hoy quería tener esos minutos de placer.

Para mi sorpresa, la receta resultó ser un éxito.  Con solo cuatro ingredientes, y pocos minutos pude saborear un pedacito de felicidad.  Y sí, efectivamente, esta es la palabra de hoy:  FELICIDAD.

Al igual que muchas otras de las que he conversado ya por aquí con ustedes, esta palabra de “felicidad” también es una muy subjetiva.  Sobre ella se han escrito cientos de ensayos, libros, canciones, poesías…Es un tema muy estudiado, desde la óptica científica hasta la filosófica. Y también tiene muchísimas variables.  Hay quienes miden la felicidad por los éxitos logrados.  Otros, por el grado de satisfacción que viven la vida.  Hay quienes miden la felicidad por el poder que ostentan, otros por el dinero que han logrado, por las posesiones materiales, etc.

Hay personas que expresan gozar de una completa felicidad siendo materialmente pobres y hay ricos que sufren el no haber alcanzado nunca un momento de felicidad.  Todo es subjetivo.  

No voy a dar cátedra de este tema, ni tampoco voy a comenzar a comentar las mil definiciones que tiene la palabra felicidad.  Pero sí quiero compartirles que mientras preparaba hoy las donitas e iba pre-gustando el momento en que las iba a disfrutar; me vino a la mente un pensamiento.  Cuando las personas recibimos una buena noticia, como el lograr el empleo que deseábamos, o un aumento de sueldo o que nos pegamos en la lotería; experimentamos una sensación fuerte de positivismo, que nos eleva de golpe hasta arriba.  Pero luego, esa sensación se desvanece con bastante prontitud y regresamos a los niveles de felicidad anteriores.

Por el contrario, cuando sufrimos una pérdida de alguien muy querido, o se rompe un matrimonio o una relación bonita, o perdemos el empleo…nos hundimos lenta y largamente. Y surgen entonces los grupos alrededor nuestro: la familia, los amigos, la comunidad de hermanos que vienen a consolarnos, animarnos y repetirnos hasta el cansancio que todo pasará, que todo estará bien, que volveremos a ser “felices” otra vez.  Pienso que este estado de “infelicidad” debería tener el mismo período de caducidad que el de felicidad. Debería ser igual de pasajero y con el tiempo lograr adaptarse una a las nuevas circunstancias.  

Sé que va a ser difícil para muchos este tiempo que estamos viviendo. Perder el trabajo, o los ingresos que se obtienen del mismo, nos genera ansiedad, preocupación, tensión, que desemboca en una sensación de infelicidad.  Para algunos pudiera ser tan traumático como una ruptura matrimonial porque inclusive, afecta directamente nuestra auto estima.  Es muy difícil para algunos el adaptarse a nuevas realidades, el dejar de recordar constantemente el bienestar o comodidades que disfrutábamos antes de este período especial.  Pero hay que intentarlo, no queda de otra.

Creo que se puede lograr.  Primeramente, cambiando de actitud.  No podemos mirar lo que le falta al vaso, sino lo que tiene. Hay que mirar la vida, como aquel que se salvó de morir atropellado, o aquel que sobrevivió al cáncer o a un ataque al corazón.  Cuando se supera una enfermedad que nos tuvo al borde de la muerte, se vive con una nueva mirada.  Ya nuestro tiempo está marcado de generosidad, serenidad, esperanza.  Las plantas, los ríos, la sonrisa de un niño se hacen visibles ante nuestros ojos previamente cegados por la autosuficiencia. Las horas son bocanadas de vida y no acumulación de minutos.  Mis pasos pierden la prisa, pero pisan más fuerte, como queriendo atornillarse a la vida.  Las crisis son oportunidad de crecimiento, momento de aprendizaje, escuela de resiliencia.

En segundo lugar, hay que plantearse seriamente a ver cuáles son nuestras prioridades ¿A qué le dedico mi tiempo?  ¿Qué cosas me hacen sentir bien? ¿Cuáles son mis frustraciones? ¿A qué le temo?  ¿A quién amo? ¿Tengo amigos, o muchos conocidos? ¿Cuál es mi proyecto de vida?  ¿Me he proyectado a futuro? ¿Cómo me relaciono con mi familia, con los amigos? ¿Cómo es mi relación con Dios?  Son tantísimas las preguntas, estas y muchas otras que deberíamos sacar el tiempo para responderlas con total honestidad.  Y este tiempo de cuarentena nos ofrece la gran oportunidad de realizar este ejercicio.  

La felicidad no depende de lo que tenemos.  No está condicionada a lo que se encuentra en nuestro exterior.  La llevamos dentro, y no llega sola.  No es gratuita, hay que hacer un esfuerzo para lograrla.  Hay que mirarnos bien, y partir de nuestra historia, de nuestro presente, de nuestras convicciones, creencias y relaciones y construirnos desde dentro.  

La felicidad es aceptar nuestra realidad con sus luces y sombras, valorar lo mucho o poco que tengamos, la paz que logremos alcanzar, el bien que hacemos a los otros, el vivir reconciliados con nuestras limitaciones y agradecer todo, porque todo es un don.  Así se puede ser feliz a pesar de todo.

Esta noche, conversaba con un buen amigo.  Lleva varias semanas enfrentando el fantasma del coronavirus porque es un profesional de la salud.  Y me decía algo así: “el ver cómo está llegando día a día tanta gente muy enferma al hospital, temerosos por tener los síntomas del coronavirus, ver a otros con riesgo a morir, que están muy malitos, el sentir el miedo de ellos y el mío propio, produce una tensión fuertísima. Y va minando la capacidad de sonreír, porque hay mucha tristeza y es bien difícil al llegar a la casa después de un largo día porque esa sensación no se puede dejar afuera como se deja la mascarilla y la bata”.

Es comprensible que para muchos sea una utopía hablar de felicidad cuando se viven experiencias como esta.  Pero las utopías hacen falta para soñar.  E insisto en que se puede ser feliz aun en medio de un panorama tan desolador como el que estamos viviendo o el que según mi amigo y otros que he escuchado, nos tocará vivir; porque lo vamos a pasar peor.

No digo que lo alcanzaré sola, jamás.  Soy muy limitada y poca cosa.  Pero el Señor me da Su Fuerza, y me impulsa a desear ser feliz porque ese es Su deseo, que yo lo sea.  Por lo pronto, me procuré hoy un pedacito de felicidad cuando logré preparar y sobre todo saborear las donitas.  Nada complicado, cosas sencillas que me permito me hagan sentir feliz.

25 de marzo de 2020

Décimo día de mi cuarentena

Son las 4:35 a.m.  Me despierto un poco asustada porque pensaba que era ya media mañana.  Luego de diez días de libres y tardías levantadas; he activado hoy el despertador.  El Papa Francisco ha hecho un llamado a todos los cristianos de todas las confesiones del mundo, a unirse a rezar un Padrenuestro a las 12:00 pm (7:00 am hora de Puerto Rico) por todos los que sufren debido al coronavirus.

Volví a cerrar los ojos y retomé el sueño.  A las 6:50 sonó la alarma y me puse en pie. A las 7:00 en punto experimenté un momento verdaderamente emocionante.  El saber que estaba desde un rincón de mi habitación unida al eco de miles de voces, de hermanos de toda raza, color, edad, nacionalidad, género y credo, rezando a nuestro Padre, me hizo sentir conmovida. No creo que pueda olvidar fácilmente este momento.

Experimenté una sensación agridulce.  Por un lado, agradecida y feliz de sentirme enraizada a una Iglesia Madre. Sentirme partícipe de una gran familia que reconoce a un Padre Bueno. Y ser testigo de que todos lo creemos.  Porque, por algo hemos agendado este momento para junto a los otros, dirigirnos a Él, en total confianza.

Por otro lado, fue inevitable percibir un halo de nostalgia como telón de fondo tanto en la voz del Santo Padre como en la persona del Cardenal Comastri. Y es comprensible.  No habíamos enfrentado en décadas, un sufrimiento tan profundo y generalizado. 

Al finalizar el rezo del Padrenuestro, seguí conectada a la pantalla de mi teléfono y recé el Angelus. Debo confesar que es una de las oraciones que rezo con auténtica devoción. Hoy siendo el día de la Anunciación del Señor, era imperativo rezarlo.

El hecho de saber que María está desde el principio, me ha parecido siempre, alucinante.  Una mujer estuvo ahí, en ese increíble momento que cambió el curso de la historia para siempre.  Una mujer fue la elegida, la pensada y soñada desde la eternidad.  Una mujer de sandalias, de sencillas túnicas y pocos años. Una mujer es quien llevaría en su vientre al sol que nace de lo alto…

No, no voy a dar un discurso “feminista”, no se trata de eso.  Pero sí ciertamente llamaría el día de hoy (con el debido respeto, en realidad con todo el respeto del mundo), el Día de la Asociación.  Sí, porque Dios asocia a una mujer a su Hijo y por Ella, nos asocia a todos.  Asociación que es lo opuesto a la exclusión.  Dios elige a una mujer para dar cumplimiento en ella a un gran sueño:  Jesús.

Y para ello, se acerca a una mujer sencilla, de campo, desconocida en las redes sociales, sin fama ni dinero.  Y mira en ella su dulzura, su sencillez, su corazón generoso, su fidelidad.  Y en ella, quiere hacer morada, en ella, se nos acerca, y no para enjuiciarnos, sino para felicitarnos:  

¡Alégrate llena de gracia! Así quiere Dios tender un puente con nosotros, invitándonos a la alegría.

“No temas, María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios”. Debo sentir confianza en que el Señor me ha mirado con ternura…

“Porque has mirado la humillación de tu esclava”. Dios se ha abajado lleno de ternura a una de sus criaturas más pequeñas, y hoy me mira con dulzura a pesar de mi pequeñez y debilidad…

“Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador”. María ha encontrado la perla preciosa y nada fuera de Dios puede llenar su corazón.  Solo en Él puedo vivir una vida plena…

Por eso veo en Ella, en su itinerario de fe, a una compañera de camino, y a pesar de mis dudas, temores, oscuridades, a pesar de no comprender muchas cosas, quiero fiarme como Ella, de mi Padre y repetir: 

“Hágase en mí, según Tu Palabra”.  Porque el sí de María es uno para siempre, que iba afianzándose en cada cosa que le iría proponiendo el Padre a través de toda su vida.  Es el sí que me invita el Señor a dar una vez más, hoy Día de la Anunciación (de la Asociación).

No quise extenderme en compartirle parte de la reflexión que hice hoy.  Pero, ciertamente que ha sido parte de mi día.  Pero, además, para reforzar el sentimiento de pertenencia, nos hemos encontrado esta noche nuestra querida comunidad Kaleo, vía electrónica y de verdad que fue el colofón de mi día. 

Nos extrañamos muchísimo y a pesar de habernos comunicado por teléfono o whatsapp;  nada puede reemplazar la alegría de cruzarnos una mirada y descubrir en los otros la alegría de sabernos hijos de un mismo Padre, con una maravillosa mujer como María, como Madre y asociados por Ella a Jesús.  Mi comunidad de vida, mi familia, la extensión del Amor de mi Padre, el real y auténtico anuncio de salvación.

24 de marzo de 2020

Noveno día de la cuarentena

Temprano en la mañana, he recibido una llamada de un amigo.  Luego de los saludos de rigor, me comenta que me agradece que escriba por aquí, por este Blog, porque le ayuda a comenzar su día con más optimismo.  Además, añade, que él no tiene ni tiempo ni espacio en su casa para sentarse a escribir.  No tiene tiempo ni espacio, me dice, porque la situación de la pandemia del coronavirus lo tiene paralizado y no hay cabida en su mente ni en su corazón para otra cosa.  Se siente secuestrado en su casa, incapaz de tejer un pensamiento fuera del tema del virus y todo lo que ello está implicando en su vida.

Y como saben, me quedo siempre “prendada” de las palabras.  Y precisamente hoy, estas dos palabras: tiempo y espacio, se han quedado zumbando en mi cabeza durante todo el día.

Me parece que el tiempo es una palabra muy subjetiva.  Algunos, por ejemplo, caen en la tentación de vivir el presente, sin dejar de lamer las heridas del pasado, a vivir hoy sin dejar de recordar aquel fracaso, aquella enfermedad que les hizo sufrir, aquel amigo que traicionó nuestra confianza, aquella relación que nos lastimó tanto…aquel matrimonio frustrado. 

Y nos quedamos reviviendo aquel momento de dolor, aquella palabra hiriente, aquella experiencia que nos tatuó cicatrices imborrables.  Y nos vamos enroscando como el caracol que va escondiéndose, hasta creer que está a salvo bajo un casco protector donde quiere permanecer invisible a los demás.  Y pensamos que el encerrarnos en nuestro pasado, nos protegerá de volver a sufrir, porque no queremos ser lastimados nuevamente. 

Y al igual que el caracol, nos iremos endureciendo mientras vamos convirtiéndonos en objetos fosilizados que la marea lleva y trae a su antojo, porque no hemos querido salir a afrontar nuestro presente y hacernos cargo de él. 

Están también los que piensan en que toda historia pasada fue la mejor y viven el presente en desenfrenada búsqueda de replicadas experiencias que les hagan volver a sentirse “jóvenes”.  Y no quieren aceptar que el tiempo nos trae disminución de fuerzas, desgaste físico, enfermedades, gradual pérdida de lucidez.  Y muchos viven con un constante deseo de borrar las arrugas que les ha dejado el paso de la vida, para poder vivir un presente sicológicamente juvenil. 

Y tanto lo primero como esto último nos priva de la capacidad de vivir el ahora con libertad.  Nos atrofia la posibilidad de descubrir en el calendario, un nuevo día porque creemos que el día de hoy será igual que el de ayer, o que sencillamente no podrá superarlo.  

Vivimos el presente como echándole agua a una plantita artificial que no tiene raíces; porque hemos perdido la capacidad de soñar un futuro de promesas; estancados en un pasado racional, donde no reconocemos la presencia de Dios. Donde hemos olvidado que nuestro tiempo, nuestra historia tiene su fuente y fin en Él.

Y muchos pasan el tiempo con la sola idea de que estamos llamados al hacer, al producir, a la actividad, a la efectividad.  Y cuando esto se pone en pausa (como ahora), sentimos que no tenemos tiempo; lo que hemos conocido hasta ahora como “tiempo” y nos arropa la sombra de la frustración y se nos mueve el piso y no sabemos cómo manejarnos.

La otra palabra de hoy es:  espacio.  Es la palabra que comúnmente utilizamos para referirnos a los límites, de horizontes, fronteras, y lo describimos como pequeño, extenso, abierto o cerrado.

Sabemos que no es lo mismo moverse dentro de un apartamento, como el mío que lo camino todo en 3 minutos; que dentro de una casa de 10 habitaciones.  No es lo mismo tomar agua en un vaso de cristal, que tomar agua en una fuente de montaña. No es lo mismo estar de vacaciones en Puerto Rico, donde sabemos que podemos encontrarnos con muchísimas personas conocidas; que irnos de vacaciones a Vietnam con una muy probable oportunidad de encontrarnos a algún amigo.  

Y si menciono todo esto es porque lo mismo que el espacio exterior nos condiciona, así mismo el espacio interior tiene una relación directa con los aspectos medulares de nuestra existencia.

El quedarnos en casa no es el problema.  No es un espacio físico de “X” cantidad de metros lo que nos condiciona, no.  Lo que realmente nos amenaza, es un estrechamiento emocional,  la ausencia de experiencias de fraternidad, el desconocimiento del valor de la comunidad.  Nos quedamos atrapados en nuestras costumbres, en nuestras viejas rutinas porque tapiamos las ventanas para ver la novedad.  No nos hemos ejercitado en las relaciones con los otros, con los diferentes, con los lejanos, con los olvidados, pero tampoco hemos cultivado un espacio para estar con los nuestros. 

Creo que el Señor me invita hoy a sentir la urgencia de definir bien estas dos palabras en mi vida:  tiempo y espacio.  

Tengo que agradecer el tiempo que estoy experimentando, donde puedo conocerme mucho mejor, donde puedo mirarme como me mira Él, como lo que realmente soy.  ¡Qué bien que tengo el tiempo para a solas encontrarme con mi pobreza, con mis límites, con mis inseguridades, temores!  ¡Qué bien que puedo reconocer las bendiciones que he recibido, los dones que me han sido dados!  ¡Qué bueno el poder reconocer tantos rostros de personas cercanas, familiares, amistades, hasta aquellos que recién han llegado a mi vida pero que se han sumado ya a mi camino!

Hay que poder ver el tiempo con los ojos de la Sabiduría, como un banco de reservas que nos muestra las experiencias que me han hecho crecer, madurar.  Evitar mirar mi historia con nostalgia, con sentimientos de culpa, con reproches.  Es mirar el camino recorrido motivada y movida a vivir mi tiempo con un corazón agradecido.  Y sobre todo, probablemente, lo más importante:  tener tiempo para encontrarme con la grandeza de Su Amor, con Su Presencia en todo momento y en todo lo que voy viviendo.  

Quiero, además, ensanchar el espacio de mi tienda y dejar entrar en ella a aquellos que vienen con los pies llenos del polvo del sufrimiento, portadores del virus de la soledad.  Poder ofrecer mi mesa, a los hambrientos de amor y consuelo.  El escribir en este Blog responde a ese profundo y honesto deseo de poder compartir un espacio donde quepamos todos, donde podamos crear anticuerpos para combatir la tristeza, la preocupación, la soledad.  Un espacio amplio, donde los abrazos solo nos contaminen de alegría.

Si no aprovechamos este momento, podemos sucumbir a un distanciamiento social indefinido, que despoblará nuestros espacios y que serán muy difíciles de repoblar cuando todo esto pase.

23 de marzo de 2020

Octavo día de la cuarentena…

Desperté hoy con un sorpresivo dolor en mi mano derecha.  Recordé que ayer estuve abriendo cajas, mudándolas de sitio etc. y  puede ser que me haya lastimado sin darme cuenta. No estoy segura pero sí de que duele, y no poco.  Me cuesta escribir, pero aquí voy haciéndolo despacio.

Hoy el día transcurrió más lentamente que otros días. Me propuse alejarme de las redes sociales y logré escapar un poco de la tristeza (que no es sinónimo de ignorarla).  Lo que estamos viviendo es ciertamente doloroso y demanda de nosotros actitudes no ensayadas y toma de decisiones desconocidas.  

Llevamos días escuchando y leyendo por todos los medios posibles: “quédate en casa”, “quédate en casa”.  Y lo que comenzó como una sutil invitación, terminó siendo un grito desesperado.  Y nos han demostrado hasta el cansancio que nos jugamos literalmente la vida, si no nos quedamos en casa.

Junto a este nuevo estilo de vida, nos han inundado con infinidad de mensajes, anuncios en las redes sociales, los periódicos, la televisión y la radio.  Se ha desbordado la creatividad y agigantado las destrezas.  Tenemos gratuitamente en línea: clases, de yoga, de cocina, de dibujo, de manualidades… Y a esto, añadir la cantidad de artistas ofreciendo conciertos también gratuitos.  Las iglesias también se han unido y muchos ofrecen oraciones, reflexiones, eucaristías.  Los restaurantes, los supermercados y muchas empresas con ofertas que nos entregan en casa.  En fin, hay una orquestada oleada de servicios que nos ayudan a evadir cualquier motivo que nos impida quedarnos en casa.

La casa, es el lugar que tradicionalmente nos ha brindado seguridad, abrigo, estabilidad, protección. Es la casa lugar de encuentro, de la reunión en torno a la mesa, escenario de experiencias únicas e irrepetibles.  En la casa se tiene la escuela, donde se aprende el abrazo, la solidaridad, el perdón, la comunión, el amor. 

La casa no es cualquier lugar, es el lugar.  Es donde se puede descubrir la presencia real de Jesús.  Y no se le encuentra solamente al dedicar un rato a la oración, a la lectura de su Palabra, no.  También se encuentra en el inhóspito silencio, en la incertidumbre y los temores que se esconden por todos los rincones, en el mal humor que delata mi humanidad amenazada de inseguridades.  Ahí también está Jesús, presente en nuestras fragilidades, en nuestras limitaciones, en nuestros sufrimientos.

Es en la casa, donde María recibe la visita del ángel Gabriel, donde Zaqueo recibe a Jesús, donde es curada la suegra de Pedro, donde es salvado el siervo del centurión.  Es en “casa” donde se encontraban reunidos los discípulos en Pentecostés.  

Pero es curioso ver que la casa es un lugar de estar, pero además, es lugar de paso.  Y creo que nos haría bien recordar esto.  María recibe el anuncio del ángel en su casa, pero no se quedó ahí; fue de salida hasta otra casa, la de su prima Isabel, a acompañarla y a servirle.  Zaqueo recibe a Jesús en su casa, lo sienta a su mesa, come con Él pero luego sale a realizar signos de su conversión acercándose a los que tanto había dañado.  Los discípulos, reunidos en Pentecostés, salen a anunciar la Buena Noticia, luego de su encuentro con el Resucitado…

Jesús comió con los discípulos, en una casa en Jerusalén, antes de salir a dar la vida por nosotros. Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús cuando comparten el pan alrededor de la mesa, en una casa y luego, salen de nuevo al camino, pero ya no son los mismos. 

Porque cuando se descubre la presencia de Dios en la casa, es Él quien nos impulsa a salir afuera, pero no solos, no con nuestras fuerzas, sino revestidos de su Gracia.  El tiempo de estar en casa es un tiempo de aprendizaje, un tiempo sagrado, un tiempo de Dios.

Es un tiempo que puede convertirse en una etapa muy difícil donde la amenaza del tedio, de la inestabilidad, del miedo, de la impotencia, puede orillarnos a la desesperación. 

Pero también es una oportunidad para liberarnos del engaño de creernos autosuficientes.  Es ocasión de conocer y aceptar nuestras limitaciones, de descubrir nuestras fortalezas, de intentar compartir con otros nuestros dones. 

Sería de gran riqueza para todos, si convirtiéramos la casa en lugar de la poda, donde enfrentásemos la realidad de que somos débiles y necesitados del Otro y de los otros. Es tiempo de permanecer en casa, de no quejarnos, sino más bien despojarnos de todo lo que nos ata y nos roba la libertad que necesitamos para ser auténticamente felices.

Quédate en casa, quédate atento, con el corazón abierto, vive este tiempo con esperanza y serenidad porque llegará el día de romper los muros de la casa y salir afuera.  Llegará el día de compartir el vino nuevo en odres nuevos.  

Si sabemos aceptar esta etapa de “empobrecimiento”, saldremos de ella fortalecidos, más despojados y más libres. 

Quédate en casa…

22 de marzo de 2020

Séptimo día de la cuarentena

Así terminó Dios
la creación del cielo y de la tierra
y de todo cuanto existe,
y el séptimo día descansó.
Génesis 2:2
Hoy domingo, séptimo día de la semana y de la cuarentena, he tenido muy presente este versículo del Génesis.  A pesar de verme tentada a continuar con las labores de limpieza, decidí recordar que, a pesar de lo ordinario y extraordinario de este día, no deja de ser domingo.  Y los domingos deben vivirse tranquilamente y priorizando lo importante.  Y la limpieza no está en mi lista de prioridades. 

En la mañana, celebré la misa, como todos los domingos, esta vez, a través de las redes sociales. Hoy, con la lectura del ciego de nacimiento, tuvimos un tremendo banquete de la Palabra.  Este Evangelio es uno de esos de los que se han escrito tantísimas cosas.  Hay reflexiones extraordinarias porque ciertamente es una Palabra tan profunda como hermosa.  

No quiero (ni me atrevo) hacer una reflexión sobre el Evangelio luego de escuchar al P. Héctor quien nos ofreció una homilía preciosa, en la que no hay nada que agregar.  Su voz fue instrumento para poder escuchar y hacer nuestra la voz del Otro.  Solo comentaré muy brevemente el eco que me ha producido la Palabra hoy.

La experiencia del ciego es tremenda.  Pasa de la exclusión, del sufrimiento, de la soledad, del pecado; al gozo de la libertad, a la alegría, al retorno a la comunidad.  El encuentro con Jesús, le arranca de la oscuridad, de la muerte y le concede experimentar las primicias de la Resurrección hoy, ya, aquí y ahora.  Jesús le ha dado una nueva vida, vinculándolo a la de Él. 

Tengo la completa seguridad que el Dios de la Vida sigue pasando entre nosotros, y está encarnado en nuestro sufrimiento.  Sigue pasando hoy junto a nuestras tumbas y su paso nos arrastrará detrás de Él, hacia la Pascua.  

Luego de la misa, dedico un rato a la lectura.  Entre tanto, algunas llamadas telefónicas y el uso de las redes sociales me conectan con ese mundo exterior que vivo desde el silencio de mi casa. Recibo la visita de mi hijo y con él, una buena dosis de amor, de risa y distención.  Los años no le han robado a mi hijo generosidad, ni su corazón de niño.  Sigue confiando en los sueños y empeñado en sus búsquedas.

Compartimos sobre las actividades que vamos haciendo, él desde su casa y yo desde la mía y nos sugerimos y motivamos a realizar cosas nuevas.  Por lo pronto, luego de compartir la comida; regresó a su casa con pinturas y pinceles que alguna vez me atreví a usar. (me atreví, sí, de atrevida porque no tengo la más remota idea de pintar jajajaja).

Antes, el dibujo de una hermosa águila inauguró la libreta que hace mucho tiempo le tenía guardada. Un dibujo a lápiz, sombreado, muy bonito.  (Él sí sabe dibujar, y muy bien).

Se fue con mis pinturas, pinceles, libreta y por supuesto, mi bendición.

Regresé a la caja “mágica” donde se escondían las pinturas y pinceles y continué en la búsqueda de materiales que me sirvan para crear mínimamente expresiones de cercanía y cariño. He estado preparando pequeños “regalitos” para compartir con otros que, como yo, y como todos, estamos confinados en las casas y que imagino (el ladrón juzga por su condición) que al recibirlos, se sentirán acompañados y queridos; al menos, por unos instantes.

Es increíble el gozo tremendo que me produce el solo hecho de imaginar lo que voy a preparar.  Elegir una tarjeta, un detallito, un mensaje, (¿unos cupcakes?) me salva del egoísmo y del tedio. Anticipar una sonrisa, un instante de paz, de alegría en el otro, me acelera el pulso y me lanza en infantil carrera a la creatividad cargada de ilusión.

Antes de irme a la cama, me siento a escribir por aquí y me despido de este bendito día del Señor no sin antes pedirle que libre a mis ojos de la tentación de juzgar, de ignorar o excluir.  Le pido que me libre de la ceguera del egoísmo y me conceda el don de la fraternidad.  Le agradezco profundamente el don de la fe, y los maravillosos Encuentros con Él que me hacen descubrir esos caminos que me llevan a pensar en los demás, antes que en mí.  Le pido que tenga la dicha de poder ver a los otros, como me ve Él a mí.  Amén

21 de marzo de 2020

Sexto día de la cuarentena

Ya hacen seis días que se detuvo el reloj para dar paso a un nuevo estilo de vida.  Uno mucho más sosegado, tranquilo, ausente de agendas y matizado de muchas incertidumbres. ¡Llegó el sábado, el primero de esta cuarentena!

Por lo regular, el sábado es el día que procuro levantarme más tarde; y en donde se ausenta el sentimiento de culpa al prepararme varios pancakes. Trato siempre de organizar compromisos durante la tarde ya que me encanta desayunar en el balcón tranquilamente y sin la presión de tareas pendientes.  Además, es el día donde dispongo de más tiempo para organizar y limpiar la casa y la ropa.  Y les confieso que me encantan los sábados, en realidad es mi día favorito de la semana.

Hoy, por supuesto que fue muy distinto.  Me levanté tarde en la mañana pero no por opción, sino porque en realidad dormí muy poco y mal anoche.  Parece ser que luego de cinco días, se comienza a descompensar no solo nuestra anatomía, sino también, las emociones.  Y cuando estas no andan equilibradas suelen irse de fiesta en las noches y nos roban la oportunidad de descansar.  En fin, que no me causó mayor angustia porque en realidad, no tenía urgencia de madrugar hoy para nada. 

La mañana, que para mí fue muy cortita; me pareció dominguera.  Son los domingos cuando duermo más de lo habitual pero menos que los sábados porque voy a misa a media mañana, y no desayuno en el balcón.  Hoy tampoco lo hice.  Me sentía muy adormilada y un pedazo de bizcocho y una taza de café fueron suficientes para arrancar mi día.

Dedico un rato a la oración, acompañada del Proyecto “Nos quedamos contigo en casa” que han organizado con tanto cariño, mis hermanos Claretianos.  No puedo dejar de agradecer diariamente al Señor por la preocupación, el cariño, el cuidado y esfuerzos que han realizado para acercarse a nosotros y acompañarnos en estos momentos cruciales que estamos viviendo.  Preparan una Oración de la mañana, una Reflexión diaria y además celebran la Eucaristía desde su comunidad.  Todo esto es un signo evidente del gran amor que nos tienen.  Hoy, sábado, día mariano, además de lo anterior, separaron espacio para el rezo del rosario y en la tarde un espacio para orar cantando.  Definitivamente, un gran bálsamo que alimenta nuestro espíritu y nos mantiene en comunión.

Me llevo la hermosa sorpresa de ver el paso de alguno de ustedes por este Blog y me emociona el ver que por estos medios tan impersonales se pueda tender el puente de la fraternidad. Llevo ya muchísimos años escribiendo aquí pero no ha sido hasta ahora, en esta desértica etapa de mi vida, que me he atrevido a compartir desde la profundidad de mi sagrario.  Lo hago desde el corazón con el mayor de los respetos y de la manera más auténtica posible.

Y desde esa honestidad; me permito compartirles unas letras que dediqué a los Misioneros Claretianos de Antillas en el año 1999 por motivo de la celebración de los 150 años de la Fundación de su Congregación.  Me parece que las palabras escritas en ese momento,  son muy pertinentes hoy por todo lo dicho anteriormente y porque hoy 21 de marzo es el Día Internacional de la Poesía. 

Yo no soy poeta ni mucho menos pero sí una enamorada de este género.  Creo que la poesía es la perfecta y más hermosa expresión de nuestro vino escondido en vasiijas de barro. Es la ventana a nuestro mundo más íntimo y más puro. 

Termino mi día agradeciéndole a Dios por todo lo vivido, por ustedes y por mis hermanos Claretianos a los que una vez más les reconozco humildemente con los siguientes versos.


En esa hora del día

en que el dulce nombre de Dios

me amanece los sentidos

y reviste el corazón.


En ese preciso instante

se amulata mi razón

y entre verdes delirantes

se agiganta la ilusión.


Es el fuego misionero

que se imanta a las Antillas

gestando semillas del reino

donde el salitral anida.


Es la Palabra encarnada

alborotada en oleajes

que va surcando las islas

convulsando libertades.


Es la trigueña salmodia

de 4 entrañas hermanas

en la andadura hecha historia

de un mismo sol preñadas.


Es el canto huracanado

fraguado en amor materno

que fue en su vientre endulzando

la pulpa del Evangelio.


Fue la Caridad del Cobre

La Altagracia, Providencia

cuna, bandera y norte,

¡las primeras misioneras!


Bendito seas misionero

de fe hiedra y visionaria

que vas frutando mi pueblo

con la Misión Claretiana.