24 de mayo de 2021

De bici...

Es curioso que hoy, revivamos la escena de Jesús en la Cruz, cuando escasamente unas horas atrás festejamos la venida del Espíritu Santo.  Son estas sorpresas que nos encontramos muchas veces, cuando parece que el calendario litúrgico es como un gran rompecabezas que de pronto se nos cae al suelo y al volver a pegarlo, unimos mal las piezas.

Hace una semana celebramos la Ascensión, ayer Pentecostés y hoy escuchamos en el Evangelio, a Jesús dejándonos en la persona de Juan, nuestra amada herencia maternal…se nos ha dado a María como madre…Nada, ¡que seguimos de fiesta!

Sabernos acompañados, amados y consolados por María es el primer gran regalo de este nuevo tiempo.  Un tiempo al que nos fuimos preparando por muchas semanas para vivir de modo extraordinario este tiempo ordinario.  

Ciertamente que estos son momentos cíclicos que vivimos en nuestra Iglesia pero nunca se viven de igual modo.  Para mí, este año ha sido particularmente novedoso.  He degustado un tiempo cuaresmal profundamente interpelante que me fue preparando para vivir el tiempo Pascual con mayor consciencia y profundidad.  Hoy, experimento una inmensa gratitud y una gran sed de seguir intentando amar y de ser auténtica; como se nos invita constantemente. 

Estas últimas semanas he reflexionado mucho sobre la disparidad de eventos que me ha tocado afrontar y cómo lo he hecho.  

Ver cómo la enfermedad sumada a la vejez va menguando la vida de mis padres ha sido motivo de una constante preocupación y ciertamente también de sufrimiento.  Ver a mis hijos partir no ha sido nada fácil y no puedo engañarme: ha sido…es, doloroso.  No creo que ninguna madre se prepare ni mucho menos, desee, tener lejos a sus hijos.  Son eventos naturales y muy normales de la vida, pero difíciles de asumir.

A pesar de estas circunstancias y otras particularmente fuertes que estoy viviendo; experimento con suma claridad una gran fuerza interior.  El tiempo Pascual fue una gran escuela; donde tuve la oportunidad de ejercitar mi fe y descansar plenamente en Quien he puesto toda mi confianza.

Y a pesar de las preocupaciones, de los sufrimientos, de los días cargados de languidez…logro rescatar la Vida que está siempre presente en mi caminar.  Me encuentro con Él especialmente en el silencio, en la meditación, en la escucha de Su Palabra.  Y es ahí donde descubro esa gran fuerza que me sostiene y hace comprender, asumir y afrontar esta nueva etapa de mi vida que estoy estrenando.

El otro día escuchaba a un gran amigo hablar de las bicicletas y yo recordaba mi primera experiencia con una de ellas, y lo compartí con mi comunidad….

La primera vez que monté una bicicleta, no le colocaron las rueditas de atrás.  Esas que te dan balance y te dan total seguridad de pedalear la bicicleta a la velocidad que quieras.  Lógicamente, al no tener experiencia, terminé en el suelo y muy lastimada.

Y veo una analogía en esto de la bicicleta con lo que experimento ahora.  Durante mucho tiempo estuve corriendo la bicicleta de mi historia balanceada con las rueditas de atrás.  Con una Iglesia que me ofreció una excelente pedagogía para conocer la persona de Jesús, con una comunidad que me enseñó la riqueza de vivir en comunión y con unas personas que han sido claves en mi crecimiento emocional y espiritual.

Pero, llegó el momento de quitar las rueditas a la bicicleta.  Y a pesar de experimentar vértigo, y mucho miedo de caer; es mayor mi confianza.

Este tiempo ordinario es tiempo de quitarle las rueditas a la bicicleta.  Ya conozco el camino, ya sé dónde están las piedras, los obstáculos.  Ya conozco mis fuerzas y mis limitaciones y sé cuánto puedo avanzar y cuándo debo detenerme.  Pero, sobre todo, sé que no estoy sola, viajo acompañada.

Llegó el tiempo ordinario, momento de vivir esta etapa de mi vida con la tranquilidad de que sabré mantener el equilibrio; para vivir extraordinariamente lo ordinario de mi vida.

2 de mayo de 2021

Ni una más...

 

Ya perdí la cuenta de las veces que he escuchado o leído este slogan en las últimas 24 horas.  Es uno de los muchos que se expresan en reacción a la triste y trágica muerte de una joven de 27 años; que sospechan fue asesinada por su pareja.  Todos los medios se han hecho eco del dolor, del coraje, y la frustración que siente el pueblo en general ante esta tragedia.  Ciertamente que es un suceso sumamente lamentable.  Una persona joven, con una vida por delante, con una familia que le amaba, trabajadora y muy querida por su comunidad. Una vida que ha sido tronchada con violencia desatando así, una ola de coraje acompañada de una profunda indignación.

Desde que se anunció la desaparición de esta joven el pasado jueves, en cada hogar de este país hubo un espacio para pensar en ella, para orar por ella, para acompañar a su familia en sus largas horas de angustia y desesperación ante su desaparición. Ya el sábado en la mañana, con el avistamiento de un cadáver en la laguna, se desvanecían las esperanzas de verla regresar a casa …

Hoy, sin duda, el país entero se ha vestido de luto en solidaridad con la familia de Keishla.  

La violencia jamás será avalada ni mucho menos aceptada en ninguna de sus expresiones.  La ausencia del buen juicio, de sensatez, de una sencilla humanidad; no justificará nunca ningún acto violento o cruel.  En realidad, no hay ninguna razón que pueda justificar el adueñarnos de ningún modo de la vida de nadie.  Sencillamente porque no nos pertenece.

Dicho esto, no puedo dejar de expresar también mi preocupación por el modo en que miramos estos acontecimientos y cómo nos expresamos ante ellos.  Creo que hay una línea muy finita que debemos cuidar ante hechos violentos como este.  Son momentos duros, que nos impactan fuertemente y que ponen a flor de piel nuestra sensibilidad.  Pero no debemos perdernos en la pasión del momento, sino más bien, observar y reflexionar ante los hechos.

Hoy ví a muchas personas marchando en el Puente Teodoro Moscoso, con pancartas alusivas a la indignación que sienten por esta muerte violenta.  Algunas gritaban pidiendo justicia para Keishla, otros muchos exigen la acción del gobierno y otros tantos piden que no muera una mujer más.

Las redes sociales están abarrotadas de publicaciones, artículos, comentarios, entrevistas a figuras públicas, políticos, artistas, opiniones, todas llenas de indignación por este hecho violento.  

Creo que todas estas expresiones son muy válidas y las comprendo y respeto totalmente.  

También he escuchado y leído expresiones de algunos políticos indicando que ya se han asignado grandes sumas de dinero que serán destinadas a la educación en la perspectiva de género; convencidos de que este es el medio por el cual nos garantizarán un país libre de violencia y con el que evitarán la muerte de más mujeres. 

Con total libertad y consciencia declaro que tiemblo de pensar que los políticos descansen en esta suposición.  Me parece que la violencia no solo hacia la mujer, sino cualquier expresión de violencia merece un tratamiento muchísimo más serio, profundo y diligente.  Y también pienso que ante este espectro, no podemos delegar la solución a este enorme problema, a un puñado de políticos que sin dudar de sus buenas intenciones no dejan de estar polarizados por grandes intereses.

Porque son los mismos políticos que día tras día están defendiendo el “derecho” a abortar de las mujeres los que hoy han declarado que están horrorizados porque no han matado a una persona sino a dos!! ya que Keishla estaba embarazada.  Hoy es un delito haber matado a una criatura que estaba en el vientre materno, claro, porque la muerte ha sido a manos de “otro”…(eso es lo malo de muchos políticos que tienen la memoria corta).

Hoy es mucho más fácil declarar un “Estado de emergencia” en el país ante las innumerables desapariciones de féminas.  Es mucho más fácil invertir $$$ en libros que hablen sobre la perspectiva de género; obviamente todo esto acompañado de una costosa y muy bien cuidada campaña publicitaria donde nos repiten una y otra vez que en Puerto Rico hay una gran crisis de femicidios.  Créanme que con el Minor que tengo en Mercadeo es más que suficiente para decirles que esto es lo más fácil de hacer.

Lo que no es fácil es el crear una política pública donde se practique lo que tanto exigen:  un trato y respeto igualitario.  Donde no se hable de la violencia contra las mujeres (que ciertamente existe) sino de cualquier expresión de violencia.  Que cuando la Policía anuncie que hay una mujer desaparecida, no olvide mencionar que en Puerto Rico actualmente hay 118 personas más, desaparecidas:  98 varones y 20 mujeres.  (me niego a pensar que porque no están ligados a personas públicas como Verdejo; pasan desapercibidas).  Son 118 personas desaparecidas.  118 familias igualmente destrozadas por la ausencia de un hijo(a), esposo(a), madre, padre, hermano(a)…118 puertorriqueños que nos deben doler a todos…

Lo que no es fácil es crear espacios de diálogo con la comunidad.  Lo que no es fácil es escuchar a profesionales de la salud, de la conducta humana, líderes religiosos, y trabajar juntos en proyectos educativos, científicos, salubristas, sociales, que busquen alternativas reales para la construcción de la Paz y la Justicia en nuestro país.  Lo que no es fácil es establecer y defender una escala de valores donde se respete la vida humana en todo momento y bajo cualquier circunstancia.

Esto no se compra con dinero, no se logra con una campaña publicitaria.  Esto se trabaja desde la comunión y con mucho esfuerzo.   Desde personas que son capaces de superar el egoísmo, las ansias de poder y dominio, y ponen ante todo un genuino deseo de procurar el bienestar para cada puertorriqueño(a).  Esto se logra cuando se trabaja desde el corazón, en total gratuidad.  Sin banderas políticas partidistas, sin procurar publicidad morbosa, reconociendo las muchas limitaciones que se experimentan cuando se trabaja desde nuestro pequeño “mundito”.

El problema de la violencia no está en manos de unos pocos.  La respuesta al problema de la violencia es responsabilidad de todos.

Reitero mi solidaridad con el dolor que enfrenta la familia de Keishla y las de todas las víctimas de violencia en cualquiera de sus formas.  Como madre, me he sentido afectada y dolida. Como puertorriqueña, me conmuevo al ver las manifestaciones en el Puente Teodoro Moscoso de hoy, como también me emociona grandemente ver a 4 mil personas acudiendo semanalmente a comer en el Comedor de la Kennedy, donde se está haciendo un esfuerzo enorme y precioso por mitigar el hambre, producto de otros tipos de violencia hacia nuestros niños y envejecientes.

Como cristiana, me siento esperanzada porque sé que la violencia es un tema complejo, no complicado.  Es un tema difícil, no imposible de tratar.  Es un tema árido pero fértil para que se agigante nuestra fe y la fuerza de la Palabra en medio de nosotros.  Una Palabra que nos dará Luz para encausar nuestro accionar en favor de los nuestros.


7 de febrero de 2021

Historias de ayer...historias de siempre

Hoy me levanté muy temprano y antes de que saliera el sol ya estaba en casa de mis padres.  Allí encontré como todos los días, en la misma silla, en la misma postura, a mi amado padre.  Entre sus manos, el periódico.  Ese que espera con aguda inquietud todas las mañanas.  Pienso que la lectura minuciosa que hace del periódico es su manera de perpetuar su deseo de seguir conectado con el mundo. Quiere gritar: “Presente” a la vida y testimoniar que a pesar de su vejez y enfermedad, sigue siendo un creyente que espera siempre la Buena Nueva.

Está al día con la política internacional, sobre todo la norteamericana; porque además de que siempre ha sido un fiel defensor de la gestión política del norte; está atento (y temeroso) de las repercusiones que tienen o puedan tener sobre nuestra isla, las decisiones de los nuevos políticos.  

A veces pienso que debe ser algo confuso para él lo acelerado que nos vamos moviendo o las muchas novedades que experimentamos de manera vertiginosa.  Lenguajes y modos de expresarnos de temas tan diversos y distantes a su generación:  cambio climático, crímenes de odio, SARS, ideología de género…

A pesar de todo, leer el periódico es una actividad que le hace mucha ilusión y que le da alegría.  Es lo primero que hace en la mañana, luego de poner a colar un poco de café.  No se le puede interrumpir su lectura, es un espacio que cuida celosamente y que nunca ha permitido a nadie violentar.

A mi papá siempre le gustó leer.  Lo recuerdo siempre con un libro en la mano.  (Afición que heredé de él.)  Leía de todo. Desde libros de historia, hasta novelas románticas.  Leía mucho, leía siempre.  Pero hace ya mucho tiempo que dejó de hacerlo.  Ahora lo único que lee es el periódico, amén de todas los largos y complejos papelitos que acompañan los medicamentos.

Lo veo sentado, absorto frente a su periódico y siento que vuelca sobre él, toda la energía que aún tiene reservada.  Muchas veces pienso que sobre él deja también, el fardo pesado de sus frustraciones, de su sufrimiento, sus limitaciones, su enfermedad.

Al entrar a la casa, encuentro a mi madre frente al televisor donde se está transmitiendo la misa.  Y como todos los días, ella la celebra fervorosamente, como si se encontrara físicamente frente al Sagrario.  Al igual que mi papá, ese momento es intocable e innegociable.  Escucha la Palabra con singular devoción y va respondiendo a todas y cada una de las invocaciones que se realizan durante la misa. Siempre me emociona ver cómo extiende sus manos, muchas veces, temblorosas al rezar el Padrenuestro…

Y es frente a este escenario que me vienen a la mente los muchos relatos que he leído en la Biblia y que van contando historias así, como la de mis padres. Relatos de personas que vivieron hace ya muchísimos años y que hoy día nos parecen tan lejanos como ajenos. Y al leerlos, creemos que son historias que ya pasaron, que quedaron olvidadas; y que no volverán a repetirse, como el descubrimiento de América.

Y pensamos que esas historias bíblicas pertenecen a un grupo selecto de elegidos que tuvo la “suerte” de experimentar en primera persona grandes acontecimientos: la Pascua, Pentecostés, la liberación del pueblo de Israel…

Y sentimos cierta envidia de la Magdalena, de la Samaritana, de Pedro; que pudieron ver cara a cara, la profundidad de la mirada misericordiosa de Jesús.  Tal vez, hemos sentido cierta nostalgia por no haber tenido la dicha de poder caminar junto al Maestro como los discípulos de Emaús.

Sin embargo, hoy, cuando reflexioné sobre la sanación de la suegra de Pedro, me di cuenta que no tengo nada que lamentar ni envidiar a ninguno de los personajes bíblicos.  Creo que contrario a eso, me siento afortunada, y profundamente agraciada y agradecida.  

Porque soy testigo de muchas sanaciones como la de la suegra de Pedro, hoy, en mi historia, en mi tiempo.  Porque Jesús está al centro en la casa de mis padres, siempre ha estado así, al centro de su matrimonio.  Y allí coexisten la enfermedad y la paciencia, la vejez y la esperanza.  Y en medio del sufrimiento, de las incoherencias, de las dificultades, de las incomprensiones, siempre hay signos de Vida, de Alegría, de Confianza.

Jesús ha estado en mi casa, como estuvo en casa de Pedro y he sentido su abrazo como lo sintió seguramente Juan y he sentido la urgencia de escucharle como la sintió María.

Porque veo en mis padres la misma convicción de ver cumplida la promesa, como la tuvo Ana y el viejo Simeón.  Porque Jesús se me acerca cada vez que tengo fiebre.  La del egoísmo que me tienta ante las exigencias de mis padres.  La fiebre del desánimo ante el cansancio y falta de confianza en Su Fuerza…Él se acerca, me extiende Su Mano y me toca.  Y me siento como la Samaritana sentada en el pozo, enferma de sed pero confiada en que recibiré el Agua Viva. Y me levanta y me da ocasión de servir, de compartir el don de Su Amor y de Su Paz con todos.  Y me levanta…con suma ternura, con infinito Amor.

Jesús no es el Dios de las primeras comunidades.  Jesucristo es Dios ayer, hoy y siempre.  Y podemos experimentar la Fuerza de Su Amor abriendo el corazón y estando atentos, para verlo pasar por nuestro camino. Tenemos que subirnos al árbol, como Zaqueo. Seguramente igual que a él, Jesús nos pedirá visitar nuestra casa.

2 de febrero de 2021

Claudicar, no es la alternativa...

  

Hoy, 40 días después de Navidad, recordamos el rito de la purificación de María y de la presentación de Jesús en el Templo.  Recordamos y celebramos cómo, los padres de Jesús ofrecieron su vida a Dios, desde su nacimiento.  Ellos creyeron y alimentaron la esperanza de una vida arraigada al Dios de Israel.

En el Evangelio de hoy se nos narra cómo fue esta visita al Templo de Jerusalén y cómo se encontraron con dos ancianos que habían consagrado toda su vida para este momento: el encuentro con su Salvador. Fueron muchísimos y largos años esperando que se viera cumplida su esperanza.

Al igual que nos pasa a muchos hoy día, la vida de Simeón y Ana también estaba en crisis: estaban ya muy ancianos, cansados, desanimados, esperando sin saber qué, o a quién, y muy probablemente dudando de sus propias intuiciones.   ¿Qué les quedaba?  Solo la fe, en que eso que les hacía arder el corazón, era un don y no una fantasía.  Restaba esperar, confiar, anhelar…Habían consagrado toda su vida a la espera del cumplimiento de una promesa…

El claudicar no era y no es hoy día la alternativa.  Después de entregar la vida, ¿qué queda?  ¡Seguir entregándola!

27 de enero de 2021

Por un amado y entrañable amigo...

Ayer escribí sobre la inmunidad mental y varias personas me contactaron para decirme que les había gustado mucho el tema y también otras me escribieron agradecidas porque aparentemente sintieron que les ayudó a clarificar algunas experiencias que están viviendo en estos momentos.  Me sentí muy contenta de dialogar incluso con personas que no conozco, y que por alguna razón leen este Blog y que me expresaron sentirse identificadas y apoyadas con lo que escribo.  Me siento muy agradecida con el Dios de la Vida por esta bendición.

No soy experta en los temas sobre los que escribo, ni pretendo convencer a nadie con mis ideas, ni soy escritora, ni mucho menos.  Solo intento compartir lo que voy viviendo, desde el corazón…Desde ahí comparto mis experiencias, mis emociones, mis días soleados y también mis noches oscuras; con el ánimo de que tal vez mi experiencia pueda ayudar en algo a alguien en alguna ocasión. Y mientras, nos vamos acompañando durante el camino…

Y hoy voy a comentar algo relacionado al tema de ayer…

En ocasiones, los problemas o sufrimientos son tan dolorosos, que nos orillan hacia la angustia.  Y esta angustia nos paraliza y nos hace incapaces de ver soluciones.  Es normal que experimentemos esto en algún momento de nuestra vida, o tal vez, muchas veces. Para algunos, es más duro que para otros…

Un amigo, un entrañable y muy querido amigo, quedó desempleado hace unos días.  Luego de casi 20 años de trabajar en una empresa, lo han despedido.  Lamentablemente, ya se ha vuelto costumbre que al llegar a los 50; te catalogan como un empleado “viejo y caro”; y por lo tanto, hay que reemplazarlo por uno más joven, con nuevas ideas, con nuevas fuerzas, preferiblemente sin hijos por quienes preocuparse y sobre todo, con el salario base de la empresa, para que de paso; represente una economía.  Es así de fácil.  Es así de cruel…

20 años…son muchos años.  Es un tiempo donde se han construido muchas cosas juntos.  ¡Un espacio donde se ha compartido la vida misma! Lo triste es que en el año #20, las empresas comienzan a sufrir de mala memoria.  Y se olvida con suma facilidad el tiempo que el empleado dedicó a la empresa, (que suelen ser siempre sus mejores años, los de su juventud).  Horas extensas de trabajo, de lucha, de sacrificios, de entrega, de fidelidad, de proyectos, de sueños compartidos… Es así de fácil.  Es así de cruel…

En el año #20, la mirada es más fría y calculadora.  Nos ven como máquinas, no como seres humanos que vamos irremediablemente envejeciendo y probablemente, rindiendo menos.  Es así de fácil.  Es así de cruel…

Mi amigo me decía que está conviviendo con miedo e incertidumbres.  Y es comprensible… Está experimentando dolor, frustración y también ira.  Bueno, en realidad, el miedo y la ira son dos polos opuestos.  

Ante una situación “límite” como la que está viviendo mi amigo; nos preparamos para huir, cuando sentimos miedo; o para pelear, cuando sentimos ira.  Lo más normal es que la frustración o la rabia procedan del dolor.  Y me refiero al dolor emocional que es más habitual que el dolor físico.  Bajo la rabia se esconde el miedo a no obtener aquello que necesitamos, a no ser amados, a no ser tomados en cuenta.

Pero, cuando somos capaces de reconocer y expresar el miedo, o a admitir que nos sentimos amenazados, generalmente, conseguimos calmar la ira. Pero tenemos que estar dispuestos a admitir nuestra vulnerabilidad.  (Es que muchas veces nos da vergüenza aceptar que sentimos miedo o dolor.)  Pensamos equivocadamente, que si no fuéramos vulnerables, nunca sentiríamos dolor; pero no es así, sencillamente, porque esto es parte de nuestra naturaleza humana.

Si podemos sentir compasión por nosotros mismos, reconocer que sentimos miedo, dolor, frustración;  también sentiremos compasión por los demás, incluso por aquellos que provocan nuestra ira.  Y esto nos irá transformando.

Haciendo un poco de referencia al tema de ayer, de la inmunidad mental; leí en una ocasión que la ciencia afirma que el miedo constante, la ira sostenida o el odio recurrente, daña nuestro sistema inmunológico.  Todos hablamos siempre de tener un cuerpo sano y una mente sana.  Y una mente sana es una mente tranquila.  Y el miedo y la ira destruyen la tranquilidad.  Aunque al final, nos damos cuenta de que la ira no sirve para nada.  En realidad, solo ejercitando nuestra mente diariamente conseguiremos transformar nuestras emociones.  Así de sencillo.  Hay que luchar continuamente contra los mecanismos del miedo y de la ira, propios de nuestra naturaleza, o de lo contrario, exponernos a perder el control más a menudo de lo que estamos dispuestos a admitir.

A veces, nos sentimos super hombres o super mujeres y no lo somos.  Reprimir las emociones nunca es saludable y nos puede generar tristezas.  Y la tristeza es la peor amenaza contra la alegría, aunque irónicamente he experimentado que muchas veces, nos lleva a la empatía, a la compasión y a comprender lo mucho que nos necesitamos unos a otros.

Mi querido y amado amigo:

No soy sicóloga, sicoterapeuta ni tengo conocimiento alguno sobre conducta humana.  Te hablo desde mi maternal corazón, como amiga, como hermana.  Sé que es muy duro lo que estás viviendo, como también sé que lo superarás porque tienes los recursos para hacerlo.  Eres muy noble y esa bondad que compartes con todos, se revertirá en fuerzas para levantarte.  Eres una persona de fe probada y eso te posibilitará atisbar las luces en medio de la oscuridad.  Y conociendo tu pasión por dejarte interpelar por la Palabra; tienes total garantía de que sentirás Su Presencia, su Apoyo y Su Compañía en todo momento.  No estamos exentos de sufrir, pero sí invitados a amar y en todo momento.

Sé que el sentirnos escuchados, acogidos, amados por otros; nos da fuerzas y tranquilidad.  No estás solo.  Cuentas con mucha gente que te respeta, que te admira, que te quiere muchísimo y sabes muy bien, que también cuentas conmigo.  No reprimas tu dolor.  Que no te avergüence tu desánimo.  Hay tiempo para reír y también para llorar.  No pasa nada, lo importante es seguir caminando…¡Te rezo y abrazo fuerte!

26 de enero de 2021

Inmunidad mental...

Hace ya más de diez meses que vivimos bajo la amenaza de un virus que ha polarizado la vida de todos.  Y por ello, hemos hecho y hacemos lo indecible por protegernos.  Evitamos a toda costa pasar por el sufrimiento y por el dolor de esta terrible enfermedad, no tan solo evitándola sino también fortaleciendo nuestro sistema inmunológico. 

El Dalai Lama (Líder espiritual del pueblo y del budismo tibetano) ha dicho que el dolor mental es igual de malo que el físico y de igual forma deberíamos aliviarlo, desarrollando lo que él ha llamado la “inmunidad mental.”  Y sobre eso dice cosas muy interesantes.  Entre ellas, habla de  evitar las emociones destructivas y de desarrollar las positivas. 

Dicho así tan llanamente, parece ser un asunto muy simple, pero ciertamente no lo es tanto.  Son muchas y diversas las situaciones difíciles y/o dolorosas a las que estamos expuestos y todas ellas han de tratarse de modo subjetivo.  Somos personas, no máquinas a las que podamos insertarle un anti virus para limpiar un sistema de aquello que le está haciendo daño.

El asunto es complejo. No podemos encasillar los problemas, los sufrimientos, las preocupaciones o angustias de igual modo, porque aunque una situación sea igual a otra, las personas que lo enfrentan son totalmente distintas. Cada uno lo asumirá desde su historia, desde su madurez emocional, desde sus experiencias, desde su fe. Aunque en la noche, todos sufrimos igual, cuando no atisbamos la luz...

Pensando en la propuesta del Dalai Lama, pienso que bien vale la pena reflexionar sobre esta  llamada “inmunidad mental”.  Creo que para poder desarrollarla dependerá (a mi juicio) de muchísimos factores, pero, será imprescindible contar con la capacidad que desarrollemos del silencio.  Pero no se trata de la ausencia de sonidos externos; sino de la capacidad de silenciarnos.

Desde hace ya un tiempo he optado por privilegiar un espacio de mi día para silenciarme.  Es un momento que cuido muy celosamente, sobre todo, desde que comencé a sentir sus beneficios.  Es el momento donde no existe ningún tipo de actividad física.  Donde no planifico absolutamente nada; todo es quietud, expectación pasiva y apertura de espíritu.  No se trata de pensar o hacer cosas; se trata de “estar”, solo eso.

Pienso que si no somos capaces de desarrollar esta costumbre sería muy difícil (no digo que imposible) pero sí muy duro, el lograr desarrollar la inmunidad mental de la que habla el Dalai Lama.  Porque estos espacios a solas con nosotros mismos son los que nos permiten ir profundizando en nuestro interior, ir develando la naturaleza de nuestra mente.  

Es a través de la práctica de la meditación y la reflexión, realizadas de un modo constante, que vamos conociéndonos realmente, y solo así, desde nuestra desnuda realidad, desde nuestra humanidad; podremos gestionar nuestra mente y tomar las medidas preventivas para aprender a controlar nuestras reacciones emocionales.

Y, de la misma manera en que un sistema inmunológico fuerte, protege el cuerpo del virus, la inmunidad mental nos fortalece para ser menos vulnerables a las emociones destructivas y a los pensamientos que tanto dolor nos provocan.

Sé que el estar sano y saludable no me exime de contagiarme con algún virus, pero ciertamente no me dañará tanto como si mi cuerpo estuviera frágil.  De igual modo, si mi salud mental está en buenas condiciones, cuando enfrente las dificultades, no dejarán de afectarme, pero podré echar mano de recursos que me ayudarán a levantarme más rápidamente. Y cuando uno se pone de pie, puede y debe ayudar al otro a levantarse.  Todos nos necesitamos, todos estamos llamados a apoyarnos y a abrazarnos...

Esto no es una ecuación matemática ni un proceso automático.  Requiere de esfuerzo, disciplina, paciencia, fuerza de voluntad…Amor, pero sobre todo, de una vida confrontada constantemente con la Palabra, que es fundamentalmente el eje de todo nuestro accionar.  

25 de enero de 2021

Cerca ya de mi atardecer...

En mi viaje, cerca ya de mi atardecer, de repente, el camino comenzó a oscurecerse.  Una nube grisácea y pesada lideraba mis pasos. El aire menguaba por ratos y las pulsaciones iban marcando cada segundo de vida que se abría paso por mis arterias. El camino se manchaba con la sombra de los árboles y una tenue luz se colaba insistentemente entre las hendijas.  

Comencé a estrenar emociones.  Todas tan intensas como diversas.  Con mucha facilidad iba del asombro a la indiferencia; de la alegría a la tristeza; de la expectación al desgano.  Las prioridades se desvanecieron como el agua entre mis dedos…y surgieron otras.  El sonido del reloj sonaba diferente, menos melodioso y más agudo.

A mirar atrás, ví mucha gente desdibujada…y los que creí que caminaban a mi lado; los perdí de vista.  Al mirar hacia adelante, estaba ella, la que siempre ha estado, la que no claudica, la que me espera día y noche sin cansancio ni reproches.  La que me hiere y me salva, la que me recuerda que estoy viva mientras me va matando.   

Atada a ella, me siento libre.  Aunque no consuele mi llanto ni comprenda mi sufrimiento; es paciente y no me juzga.  Me da el espacio que necesito para escucharme, para cuestionarme, para intentar comprender.  En ella tengo la posibilidad del Encuentro.  En ella tengo ocasión de afinar la mirada, de purificar el corazón.  Es la testigo de mis diálogos silenciosos, de mis ávidas preguntas y sordas respuestas.

Y allí, en medio de la nada, inmersa en mi cosmopolita realidad; me coquetea el desgano, la inercia. Y siento mis pies enraizados a una realidad que ni entiendo ni quiero.  Y es cuando vuelvo a buscar Su Mirada, cuando se ahoga en mi pecho un grito gigantesco que lo único que demanda es ¡Ternura, Amor!  ¡No pido más, no quiero más, no necesito más!  

Al sentir Su Ternura me lleno de luz y de fuerza y la llevo conmigo y comparto con todos, especialmente con los que más lo necesitan.  Al sentirme abrazada por su Amor, se agiganta la generosidad y me ofrezco toda en el nombre de Su Amor….

Conozco bien este sentimiento, ya lo he experimentado no una, sino muchas veces; es lo único que me da Paz…pero en mi viaje, camino al atardecer de mi vida; me acecha una nube grisácea y pesada que amenaza con arrebatarme esa Paz.  Y al extender las manos para apoyarme, se desvanecen inútilmente, y se pierden en la nada…

Levanto la mirada y estás Tú…siempre Tú…pero siento que sola, demoro mucho más en alcanzarte.

(escrito el 19 de enero 2021)

24 de enero de 2021

Por aquí de nuevo...


Hacía mucho que no venía por aquí, mucho tiempo, sí...

La vida se ha encargado de mantenerme alejada de este espacio tan necesario y querido por mí.  Aunque no he dejado de escribir, (no puedo dejar de hacerlo.)  Si no escribo y leo en algún momento de mi día, aunque sea algo breve; no soy capaz de dormir en las noches.  El escribir, tanto como el leer son prácticamente adicciones en mi vida.

Según muchos afirman que la pandemia del Covid 19 vino a movernos el piso; también hay otras realidades que nos sacuden y nos retan a perder el equilibrio.

Realidades a las que creemos estar preparados para afrontar y/o asumir, pero que luego nos parecen gigantes fantasmales que terminan atemorizándonos como a niños. Siempre lo desconocido nos asusta y descoloca.  La novedad no siempre nos sorprende de manera positiva.  Y cuando llevamos muchos años imaginándonos un presente muy distinto al que se nos ha presentado; definitivamente que la vida se vuelca y te tira patas arriba. 

Y a mí, como a Pablo, me tiró el caballo (dicho sea de paso:  en la Biblia no se menciona a ningún caballo, pero se nos ha hecho muy sugerente imaginarnos esa caída de Pablo desde uno de ellos). Lo han representado muchísimos artistas a través de la historia, a un Pablo sobre el suelo y el caballo prácticamente encima de él, algunos color blanco, otros, grisáceos pero en todos, la expresión de Pablo aturdido y completamente indefenso en el piso.

Así me visualizo:  tirada en el suelo, de golpe, aturdida y completamente indefensa…

Solo espero poder escuchar como Pablo, Su Voz y que me diga también a dónde dirigirme y qué hacer… Es lo único que me mantiene “viva”:  esa Esperanza en su Palabra...

Las caídas siempre son imprevistas y dolorosas.  Burlan nuestro control y nos exponen a la vulnerabilidad.  Descubren nuestra fragilidad; nuestra humanidad. Mientras estamos en el suelo, nos sentimos traicionados, desvalidos, olvidados…y ¡tan necesitados!  

Se require más que fuerza de voluntad para levantarse. Y está comprobado que solos no podemos abandonar el suelo…al menos no podremos levantarnos con total dignidad.   Se necesita mucho Amor y mucha pasión por la Vida.  Se necesita abandonarse en total confianza...

Hay que deshacerse de falsas ideas, de percepciones equivocadas, de ilusiones vanas, y de sueños que nunca llegarán a realizarse.  Hay que renunciar, claudicar a muchos proyectos; y aunque hayamos sufrido una profunda herida en la caída; afinar la mirada y descubrir ese rayo de luz que nos dará fuerza para levantarnos y emprender un nuevo camino.