30 de julio de 2019

Ella, siempre ella.

Se iba acabando el día con la laxitud de cada segundo transcurrido; lenta y dolorosamente…

Un día más donde las preguntas invadieron cada poro de su piel maltrecha, opaca.  Experimentaba la sensación de abandono, de sequía profunda.  Desorientación, miedo, cansancio, mucho miedo…

Nada hacía sentido, nada tenía sentido y al mismo tiempo, todo estaba meridianamente claro. No pensaba en el destino porque no creía en él.  No era un castigo porque quien Ama, no castiga.

¿Suerte? No.  ¿Desgracia? Tampoco.

Era nuevamente el momento tan temido, como inevitable, ese que regresa de cuando en cuando, sorpresivamente, cuando menos lo imagina y le desvela su vulnerabilidad.

Son días fríos, inhóspitos, carentes de sonrisas, hambrientos de ternura.

Los recuerdos llegan con sus comparsas de reproches, de culpas, de fracasos, de lágrimas...

Y a pesar de vislumbrar a lo lejos la Esperanza, no pudo evitar romperse por dentro.

Y no había nada más que hacer…solo ponerse en pie y responder a la llamada a la confianza, a la desnudez del alma, a despojarse de heridas y de orgullo, de la autocompasión. Era el momento una vez más de alzar la mirada, de abrir los brazos y saltar al vacío…

Mañana:  todo estará bien.