30 de abril de 2020

A los 46 días de mi cuarentena...

Hoy el día me resultó bastante pesado.  Experimenté cansancio desde temprano en la mañana y ningún deseo de sentarme frente a la computadora.  Por otro lado, también es cierto, que la experiencia con mi silla no ha sido la mejor.  La pobre lleva ya demasiado tiempo acompañándome y la que en un principio fue la reina del confort, hoy apenas me provee lugar para sentarme.  Es bastante incómoda y me ahoga la circulación en las piernas. Bueno, la silla es solo una de varias razones por las cuales, no quería siquiera mirar la pantalla.  Hoy no.  Pero, una cosa es la animosidad y otra muy distinta la responsabilidad.  Y para bien o para mal, la segunda siempre gana.  Así que, a pesar del cansancio, me senté a realizar las tareas pendientes.

Ya en la tarde, luego de haber finalizado con los trabajos, terminé de leer un libro.  Es el cuarto en estos cuarenta y seis días.  Los libros han sido grandes compañeros en este tiempo de cuarentena.  Los que he leído, me aportaron hermosas horas de sabiduría, de enseñanzas, de alegría.  El leer siempre será una experiencia muy íntima y apasionante entre el autor y el lector.  Un coloquio de amor, de entrega generosa y de idílica complicidad.  Todavía no sé cuál comenzaré a leer mañana, creo que solo tengo en casa dos candidatos.  Ya veré por cuál me decido.

Han anunciado esta tarde una propuesta para comenzar a regresar a la “normalidad”, con el fin de permitir a las personas retomar sus trabajos paulatinamente.  Se irán reintegrando poco a poco y según las clasificaciones que el gobierno ha organizado.  Por supuesto que independientemente de lo que dicte el gobierno, quedará siempre a discreción de las personas el tomar las medidas de precaución necesarias para evitar el contagio de un virus que todavía sigue amenazando a todos.  Indican también que el toque de queda se extiende hasta fines de mes.

Otro de los anuncios hechos hoy fue la de abrir los comedores escolares para poder suplir de un almuerzo, de una comida caliente, a los miles de niños, que tanta gente lleva semanas denunciando; están pasando hambre.  Perdí la cuenta de los debates que llevo escuchando en las últimas semanas sobre este tema.  Me he horrorizado con los testimonios de familias trabajadoras, que al tener que quedarse en casa, han perdido sus empleos y hoy, cuarenta y seis días después, todavía no han recibido ni un centavo, no de bonificaciones, sino de lo que en justicia les corresponde porque llevan muchísimos años pagando el desempleo.  Se ha demostrado, vergonzosamente, que son miles los niños que la única comida caliente que ingieren al día, es la que reciben en el comedor escolar.  ¡Y llevan semanas y semanas pensando, analizando, considerando, ponderando si había necesidad o no de abrirlos!  

Da la impresión de que esperaban exactamente eso, que el hambre se acumulase, que fueran miles los que la sintieran, y que además no tuviesen medio de satisfacerla.  Como si fuese necesario llegar a situaciones extremas para actuar.

Creo que todos pasamos en esta cuarentena por el hambre.  También me pregunté: ¿de qué tengo hambre? Uno siempre busca el alimento que sacie el hambre que experimenta.  Hay hambres que llegan solas, incluyendo esas que hay que contener como es la del consumismo y hay otras que hay que provocar, como la espiritual. Podemos ignorar esta hambre, hasta no sentirla como los niños a los que ya le duele el estómago por los días que llevan privados de esa comida caliente a la que están acostumbrados.

Yo experimenté esa hambre espiritual en esta cuarentena.  Sucede que siempre había estado presente, pero como había “tantas cosas que hacer”, tanta prisa, tantas urgencias; iba mitigando esa hambre con migajas.  La inapetencia, la anorexia, es un serio problema de salud.  La inapetencia espiritual es igualmente un gran problema.  En ambos casos, en muchas ocasiones, el afectado es el que menos se da cuenta y necesita que otros de afuera se lo señalen.

Pienso en esos relatos del Evangelio cuando hablan que la gente seguía a Jesús porque tenían hambre.  Ellos reconocían el hambre de pan material que sufrían, pero Jesús advertía el hambre espiritual que necesitaba provocarles para que sintieran necesidad de buscarle a Él, porque solo Él podía y quería saciarlos plenamente.  

Se habla que la gente lo seguía hasta entrada la tarde y que siendo muchos, al final del día, no tenían suficientes alimentos y se encontraban en lugares apartados donde era imposible resolver la situación. Creo que Jesús contaba también con eso.  Si las personas se sienten satisfechas, realizadas, que no necesitan a nadie, entonces no sentirán el hambre y por ende, se encerrarán en su egoísmo y su autosuficiencia.

Es posible que este tiempo de cuarentena muchos, como yo, hayan experimentado hambre espiritual.  Estoy segura que sí.  Y Jesús se ha valido, como es su costumbre, de la comunidad para saciar nuestra hambre.  Cuando aquella gente que luego de varios días de seguirle y escucharle, comenzó a sentir hambre; no elevó los ojos al cielo a pedir que cayera un milagroso maná.  Se valió de la generosidad del que tenía cinco peces y dos panes.   Unos repartían los peces, otros partían los panes, algunos cargaban las cestas, otros iban sentando a la gente en la hierba; todos ponían sus dones o capacidades a disposición de los demás.  Y ahí sí que aconteció el gran milagro:  el de la solidaridad.  

Si los dos panes y cinco peces se hubieran quedado en las manos de aquel muchacho, solamente él hubiera podido saciar su hambre; en cambio, al ponerlos a disposición de los demás, toda la comunidad quedó saciada.  En esta cuarentena, el saciar mi hambre espiritual también ha pasado por el cedazo de la comunidad.  

Ahora me queda la siguiente pregunta: ¿estaré poniendo mis dos panes y cinco peces a disposición de mi comunidad?  ¿estaré compartiendo mis ideas, mi tiempo, mis dones?  

Bueno, quedará para mañana…porque desde temprano he estado cansada.

29 de abril de 2020

A los 45 dias de mi cuarentena...

Hoy, tuve mucho trabajo durante el día (a Dios gracias). Estuve inmersa en informes y consultas telefónicas que llegaron en un momento dado a hacerme sentir muy saturada. Alrededor de las 5:00 de la tarde, cerré la computadora porque necesitaba cambiar de actividad.

Preparé rápidamente unos burritos de carne para la cena porque no me sentía con ánimos de estar mucho rato en la cocina.  Además, tenía que hacer par de llamadas antes de prepararme para una reunión-taller que tendría en la noche con mi comunidad.

En medio de esto, me llamó un buen amigo que me ayudó a distenderme un poco y me hizo sentir aliviada mentalmente del agobio del día. Además, compartimos un poco las preocupaciones que ambos sentimos por la situación que estamos viviendo y en particular por la respuesta, o ausencia de ella, de las agencias gubernamentales en estos momentos tan críticos. Una dosis de buen humor y de cariño, pusieron en pausa la conversación, para retomarla más tarde.

Bueno y llegada la noche, el encuentro con la comunidad.  Nuestras reuniones son siempre para mí motivo de gran alegría.  Además, en cada una de ellas confirmo que la vida es un constante aprendizaje.  Nunca terminamos de aprender de los otros y de nosotros mismos.

Esta noche tocamos un tema muy interesante que provocó en mí sentimientos encontrados.  Por un lado, me doy cuenta de que he sido una persona privilegiada y muy bendecida.  He tenido una buena vida.  Nunca he tenido dinero, ni títulos, ni propiedades, ni habilidades extraordinarias.  No fui nunca una persona sobresaliente en ningún sentido. No soy  físicamente agraciada, no he sobresalido en asuntos importantes; he sido lo que muy comúnmente llamamos “del montón”.  Si me escuchara Jafet, diría que soy una mujer “común”.

A pesar de lo anteriormente dicho, he sido dichosa en muchísimos sentidos.  He vivido lo suficiente como para darme cuenta de lo que es verdaderamente importante en la vida. He recibido el don de la fe, que es lo más valioso que puede tener un ser humano.  He tenido unos padres extraordinarios, unas hermanas muy especiales y tengo la bendición de ser madre.  No conforme con esto, tengo una comunidad que ha sido mi familia extendida y algunos amigos, de esos que están en peligro de extinción.
He tenido una vida como todo el mundo, con algunos logros y también con fracasos.  Con altas y bajas, luces y sombras.  Y esta noche pensaba particularmente en la decepción.

La decepción no es un tema muy popular.  Creo que si fuera escritora, jamás le pondría a un libro, de título, “La decepción” porque no vendería ni un ejemplar.  A la gente no le interesa conocer las decepciones que hemos vivido.  Lo que vende son las biografías de la gente exitosa.  Recuerdo muchos títulos de libros que se han vendido muchísimo: “Los 7 pasos para el éxito en la vida”, “Los 7 pasos para ser más feliz”, “El arte de ser feliz”…etc.

No nos interesa pensar en nuestros fracasos o decepciones y mucho menos interesa a otros conocerlos.  Vivimos en la “cultura del éxito” donde lo importante es, la auto realización exitosa.  El reconocer nuestras decepciones implicaría el reconocer nuestra fragilidad o tal vez nuestras limitaciones.  Y para eso, como para la vejez, no nos prepararon.  Fuimos educados para ascender, para progresar, para ganar.  Pero nos guste o no, la decepción es lo más real que podemos encontrar en cada página del libro de nuestra vida.

Entonces, siendo esta la realidad, es mejor afrontarlo y como todo en la vida, mirarlo con los ojos de la fe y aprovechar el momento para crecernos; no para hundirnos.  Tengo la experiencia de que los momentos más fecundos, espiritualmente hablando, de mi vida, han sido precedidos por momentos de fracaso que me han hecho sentir muy decepcionada.

Nos decepcionamos cuando no logramos cumplir las expectativas que nos habíamos trazado con alguien o con algo.  Puede ser por culpa nuestra o no; pero eso no evita la sensación de tristeza y frustración que experimentamos ante la decepción.  Es una sensación que muchas veces nos paraliza y atrofia nuestros afectos.

Insisto en que nuestro sistema educativo debería incluir en sus materias el tema de manejo de decepción o fracaso.  Posiblemente nunca necesitaremos saber que una línea es una sucesión de puntos en el espacio, o el beneficio de saber lo que es un polígono; pero ciertamente que sería de mucha ayuda conocer cómo lidiar con los fracasos y decepciones, ya que esto sí que será una realidad en nuestra vida.  Sería muy bueno que en los discursos de graduación, invitaran a oradores que hayan pasado por duras experiencias de fracasos, no para inspirar lástima, sino para aprender de cómo superaron el no haber logrado el éxito esperado y cómo supieron manejar la decepción.

Como mujer cristiana, he buscado respuestas a mis decepciones y/o fracasos en la Palabra.  Y en ella hay una enorme cantidad de historias;  comenzando desde el Génesis, cuando Adán y Eva decepcionaron al Señor.  Las expectativas que Él puso en ellos al colocarlos en el Paraíso fueron frustradas.  Y a partir de ahí hay una larguísima lista de hombres y mujeres que experimentaron la decepción y el fracaso.  Hay muchísimos casos y variados.  Desde decepciones políticas, sociales,  hasta la decepción de los discípulos ante la crucifixión de Jesús. Si nos detenemos en los salmos, nos encontramos muchas veces con el llanto decepcionado de un pueblo sufriente.

Pero, como todo en la vida, la decepción también es ocasión de aprendizaje.  Aprendemos a conocer más y mejor nuestra humanidad, nuestra vulnerabilidad.  Aprendemos a ver en quién o en qué cosas debemos poner nuestras expectativas. Porque la decepción es frustrante, dolorosa y como un vulgar virus; puede repetir.  Y repite porque es un gran maestro pero a veces, somos nosotros unos malos estudiantes.  No siempre se aprende de una vez.  La mayor parte de las ocasiones, la historia se repite varias veces, antes de que hayamos aprendido la lección.

Esta noche recordé uno de las mayores decepciones que he experimentado en mi vida y me emocioné hasta las lágrimas al darme cuenta que he tenido que sufrir esta experiencia para poder valorar todas las bendiciones que posteriormente he recibido. El sentirme fracasada en un momento dado de mi vida, me hizo experimentar todo el barro que había que limpiar, la perla que debía descubrir y eventualmente cultivar en mí.

Dentro de este proceso, me di cuenta que como cualquier mujer “común”, no quería pasar por la experiencia del fracaso.  No quería sentir la decepción de Moisés, que luego de tanto caminar y confiar, no pudo entrar a la Tierra Prometida.  No quería sentirme como David que sufrió una terrible decepción de sí mismo luego de haber matado a Urías y corroborar que le había dado la espalda a Dios; mucho menos quería sentir el agobio y decepción de Job.

Mi deseo era el poder vivir una vida “ordinaria” donde pudiera disfrutar de los logros de una manera sencilla.  Nunca me creí la propaganda que ha existido siempre, de que el éxito es para todos y que todos tienen derecho a ser personas triunfantes en la vida; pero sí pensaba que si llevaba una vida más o menos “normal”; no me llevaría grandes decepciones.  Por supuesto que conocer lo equívoco de esta aseveración fue la primer gran decepción. Otra gran equivocación es pensar que somos los únicos que pasamos por esto.  

La mayoría de las personas experimentan muchos más fracasos que éxitos en sus vidas, pero como dije al principio, como la decepción no vende, no es atractiva, pues vemos el internet inundado por historias de grandes éxitos de personas, inundadas de experiencias de fracasos.  Dando así la falsa impresión de que a estas personas todo en la vida les sale perfectamente bien.  Si tuviéramos la valentía de ser auténticos y verdaderos, cuánto bien haríamos a la gente que nos sigue en las redes sociales.  Podríamos ayudar a otros a enfrentar con dignidad y madurez, los pocos o muchos fracasos que van a encontrar en su camino.  ¡Qué diferente sería nuestro perfil en Facebook!

No podemos ni debemos huir de los fracasos.  Ante ellos, debemos aprender, madurar, crecer.  Ante ellos, debemos agradecer la ocasión de no olvidar que somos dependientes, necesitados, limitados, seres “comunes”, no dioses.  Una decepción puede ser muy dolorosa, pero nunca llegará a definirnos. No somos huérfanos.  Tenemos a un Abbá que no se alegra de nuestras decepciones, que no nos la provoca, pero que siempre extiende su mano para levantarnos y darnos un abrazo.  Nuestro fracaso no es lo primero que Dios ve en nosotros cuando nos mira, pero muchas veces somos muy duros con nosotros mismos, y sí es lo primero que vemos en nuestro interior.  Debemos vernos como Él nos ve…con ternura, con misericordia, con amor.

Hoy, fui testigo en la reunión de mi comunidad, de cómo el don de la fe nos da las fuerzas y la sabiduría necesarias para afrontar las decepciones y el fracaso. ¡Qué orgullosa y agradecida me siento por cada uno de mis hermanos!

Quiero en esta noche, antes de irme a descansar, pedirle al Señor que me haga recordar a Pedro, siempre que recuerde mi fracaso.  Él, quien negó a Jesús tres veces; tuvo que haber vivido una decepción asfixiante y muy dolorosa.  Traicionar al Maestro, no una, sino tres veces. Echar por el suelo años de confianza, de comunión, de entrega, de amor. Todo por no querer sufrir.  Sin imaginar que el peor de los sufrimientos, es el experimentar la profunda decepción de haberle fallado al Amor.

Quiero, en esta noche, recordar, no esa honda pena de Pedro, sino la mirada larga y amorosa de Jesús, quien le gritó con ternura: ¡me has decepcionado, pero te amo!

28 de abril de 2020

A los 44 días de mi cuarentena...

Hoy he tenido un día de gratas sorpresas.  Un día muy “pascual”.   Pertenezco al grupo de personas (que quiero pensar que somos la mayoría, aunque me temo que no) que ha cumplido literalmente la cuarentena.  Gracias a Dios, no he tenido necesidad de salir de mi casa en estos 44 días.  Estoy en el grupo denominado “de alto riesgo” y además, tengo una madre enferma de cáncer, la cual no puedo arriesgarme a enfermar.  Por esa razón, he permanecido en mi casa y por ende, no he visto a mis padres en todo este tiempo.

La primera gran sorpresa que recibí hoy, fue el poder verlos vía Zoom, gracias a mi sobrino que pudo lograr conectarlos.  Fue una alegría enorme el poder verlos y ver su alegría de verme.  Aunque nos comunicamos a diario por teléfono, ciertamente que el vernos  es otra cosa.  Al poder mirar en una pantalla los rostros de esas personas tan amadas y cercanas al corazón, se perciben grandes bocanadas de ternura que nos infunden seguridad y alegría.  Me siento muy agradecida a Dios y a mi sobrino, por este encuentro tan bonito, donde además de mis padres, pude estar también con una de mis hermanas, con mi sobrino, su esposa y con el querendón de la familia, mi amado y sobrino-nieto, David.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

Luego, la tarde me tenía reservada otra sorpresa.  La llamada de doña Margot. Por cosas que no vienen al caso ahora; esta señora que no conozco, tuvo acceso a mi teléfono y me llamó porque quería hablar un rato.  Tiene muchos años, vive sola, se siente sola.  Me cuenta que está jubilada.  Trabajó como enfermera por 30 años.  Me dice que ya ha orado en el día de hoy y que la oración le da fuerzas para afrontar lo que está viviendo solita en su casa.  

Vive en el campo, donde según ella expresa: “aquí todo es más complicado, todo queda lejos”.  Lamenta el estar ya muy mayor y no tener las fuerzas para volver a vestirse de blanco y levantar su mano voluntariamente.  No dudaría ni un instante en colocarse en la primera línea en cualquier hospital.  No le tiene miedo a contagiarse.  Me dice que enfrentó muchísimas enfermedades, algunas de ellas, altamente infecciosas, pero nunca le pasó nada, porque según ella, el Señor conoce su corazón y sabe que ella ve a Jesús en todos y cada uno de los enfermos.  Es enfermera de vocación, no de profesión.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

Esta noche, participé una vez más del Proyecto “Mesa Virtual”, a través del cual, nos encontramos un grupo de más de cien personas a compartir un poco la experiencia que vamos viviendo cada uno, desde la fe.  A partir de la Palabra, de una breve reflexión, vamos abriendo el corazón de una manera sencilla y muy honesta.  Cada cual se expresa libremente y de acuerdo a su experiencia personal.  Son testimonios tan diferentes como cada uno de nosotros.  Pero, hay un denominador común: la alegría del encuentro.  En todos los rostros hay una sonrisa.  En todas las voces hay alegría.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

Estas experiencias son, diversas manifestaciones del Amor. Porque el amor es así, tiene muchas facetas, muchos registros, pero siempre, una enorme capacidad de encontrar la bondad en el otro.  Hay aceptación de las limitaciones de los demás, de sus fragilidades; y un reconocimiento de sus dones y fortalezas.  Nos preocupamos unos por otros y deseamos el bienestar de todos. 

Y cuando nos permitimos experimentar la gratuidad del Amor; se va tejiendo una fuertísima red de relaciones a través de la cual circula la empatía, la fraternidad, la solidaridad.  Nos vamos vinculando unos con otros, cimentados en esa Fuerza Creadora y Creativa que supera lo que nos separa.  

Se habla del amor físico y del amor espiritual.  El físico lo podemos experimentar en la cercanía de la piel, y está condicionado por las apariencias, por esa atracción que despierta los sentidos.  Es un amor que coarta nuestra libertad; que desea poseer, dominar.  Un amor exclusivo y excluyente. Idealizado, no ideal.  Tiene fecha de expiración y las huellas que deja, son las mismas de las nuestras sobre la arena.  

El espiritual, va mucho más allá.  No es un amor que ata, sino un amor que libera.  Es un amor que respeta la libertad del amado.  Se comprende como compañero y no dueño, porque en el otro siempre hay algo que le pertenece completamente a Dios. Invade el alma, y lo mueve el Espíritu.  Es un amor sin exigencias, sin apetencias, sin expectativas.  Es belleza, fuerza, gratuidad, transparencia. Por eso es un don sanador y transformador.  Este amor espiritual es del que canta Pablo en la primera carta a los Corintios (1 Cor 13, 1-13).

Y este Amor, es el que va permeando cada uno de los acontecimientos de nuestra vida.  Va pincelando cada minuto de nuestra rutina y nos va sorprendiendo de Esperanza.  Está anunciándonos “nuevas noticias” constantemente, para regalarnos un corazón gozoso.  Sólo necesitamos una mirada nueva bañada de Luz para darnos cuenta de Quién nos va alcanzando en el camino.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

27 de abril de 2020

A los 43 días de mi cuarentena...

Hoy inició una nueva semana de este tiempo especial de cuarentena.  Luego de un rápido desayuno comencé a trabajar (por supuesto, desde casa) y la mañana entera transcurrió en medio de análisis, números, informes y reuniones telefónicas.  Temprano en la tarde continué con los trabajos que fui alternando con algunas llamadas, las que se necesitan hacer, a mis padres, hijos, familia…y también a personas que necesitan escucharnos y a otros que necesitamos nosotros escuchar.

En la noche, otra reunión.  Esta vez por Zoom; bendita plataforma que se ha coronado en estos días, y no precisamente con el temible virus que nos ha mantenido confinados en nuestras casas, desde hace ya hoy,  43 días.  Ha sido un valioso instrumento que nos ha permitido “encontrarnos” y poder vernos y escucharnos de modo virtual.  Estos programas u otros parecidos, jamás podrán sustituir la riqueza de un encuentro personal.  Donde podemos mirar al otro a los ojos y no a través de una pantalla de computadora o teléfono.  Un encuentro donde nuestra mirada, nuestras manos, todos  nuestros gestos van transparentando lo que el corazón va pulsando con cada sílaba de nuestras palabras.  Definitivamente, no es posible sustituir esta experiencia, pero, al menos, esta tecnología posibilita un encuentro que máxima las mínimas alternativas de encontrarnos que tenemos hoy.

Y ya muy tarde en la noche, un encuentro a través de otra de las redes sociales, con una persona que quería compartirme cómo ha estado viviendo este tiempo de cuarentena. Hablamos de sus miedos, de sus preocupaciones y también de las frustraciones que experimenta.  Siente mucha impotencia ante la realidad que le rodea y un alto grado de indignación.  Piensa que no está atendiendo el desesperado grito de los pobres que escucha día a día.  

Tenía necesidad de que le escucharan, no era necesario que yo le dijera nada…así lo entendí. Al final, me mencionó que recordaba algo que yo escribí en una ocasión, (2012)  tipo oración basado en el evangelio de Marcos 7,31-37.  Me pidió que se lo enviara nuevamente.  Lo busqué y se lo envié.  Y he decidido compartirlo por aquí también, porque me pareció pertinente y nuevamente hoy, lo volví a orar.  

EFFETÁ

Meditando nuevamente el Evangelio de hoy pensaba en la necesidad que tenemos todos de que el Señor nos imponga las manos, nos abra  el oído y nos suelte la lengua…

Que nuestra sordera quede anulada y seamos capaces de oír las súplicas, los gritos y también el llanto de tantos que sufren hambre, sed de pan; de justicia y de Amor.  Quiébranos los tímpanos para que podamos escuchar las voces de la miseria, de los presos, de los marginados, de los oprimidos, de los olvidados no de Dios, sino de nosotros mismos.  Que el Señor limpie nuestro oído para poder sintonizar con su Proyecto de Amor y entender y asumir nuestra postura ante esta escucha…Que podamos escuchar y expresar ¿qué quieres que haga Señor?

Pero también le pido a Dios que los pobres, los olvidados, los sufridos, pierdan su sordera para que puedan Escucharle a Él través de Su Palabra y a través de tantos hermanos y hermanas que les piensan, que les quieren, que se les acercan con gestos concretos y muy sencillos: en una visita, al compartir un café, un trabajo, una oración, una conversación; en donde se comparten los dolores, las penas pero también las alegrías y la Esperanza…

Que se caigan los muros del silencio,  ¡Ábrenos el oído Señor!

Suéltanos la lengua para que podamos hablar palabras de justicia, de caridad.  Que podamos transmitir un lenguaje nuevo, renovado, fresco, transparente, HUMANO, SOLIDARIO, FRATERNO.

Que podamos transmitir no nuestras palabras que a veces resultan tan huecas, sino Tus Palabras, esas que están cargadas de Verdad, de Fidelidad, de Amor.  Palabras que liberan, que transforman, que recrean, que dan Vida. 

Suéltanos la lengua Señor para que podamos hablarles de Ti de Tu Amor, de Tu Ternura, de tu Pasión por todos y cada uno de nosotros.  ¡Que seamos capaces de permitirnos una nueva comunicación, de estrenar nuevos diálogos, de construir grandes puentes que nos permitan acercarnos!

Igual te pido Señor que esas voces que hemos acallado también tomen la palabra…esos a los que hemos hecho enmudecer, a los que hemos querido callar por tanto tiempo, que hablen, que griten, que en total libertad nos digan lo que van sintiendo en su corazón.  Que nos reclamen, que nos exijan que le compartamos tantas palabras que hemos recibido de ti y que nuestro egoísmo las ha guardado en nuestro interior.

Que se escuche Tu Voz en los Altavoces de la Vida, ¡Libera nuestra lengua Señor!

Mete Tu Dedo en nuestros oídos, para estar atentos y responder con urgencia a Tu Llamada, a Tu Proyecto.  Que podamos escucharte en mis hermanos, en todos, en especial en los que hemos ignorado…

Libera nuestra lengua y quita las mordazas que no nos dejan pronunciar palabras honestas, sinceras, profundas…palabras llanas: Tu Palabra.

Enciende y fortalece nuestro espíritu para continuar creyendo en que un nuevo mundo es posible, cuando reconocemos con humildad que necesitamos que nos liberes, que te acerques, que nos toques, que nos ¡ABRAS!

26 de abril de 2020

A los 42 días de mi cuarentena...

Tercer domingo de Pascua...
Me parece increíble que ya estemos celebrando el tercer domingo de este hermoso tiempo pascual.  Si por un lado siento que llevamos muchísimo tiempo de cuarentena, no es menos cierto que me parece que fue ayer que celebré la Vigilia Pascual  ¡Paradojas del tiempo!

Hoy me llevé la sorpresa de recibir varios mensajes donde me expresaban que les había gustado que tocara ayer, el tema de la vejez y me pidieron que lo comentara más a menudo.  En realidad, no fue mi intención hacerlo y como ya  comenté ayer, ese tema es uno complejo.  Y bueno, una cosa es saber que tengo más pasado que futuro, y otra muy distinta es que sea una experta en la materia.

Sí confieso que es un tema que me viene haciendo ruido fuertemente desde hace ya varios años.  Pienso que sería muy saludable y sensato el poder prepararnos a esta etapa de nuestra vida como lo hacemos para todas.  De niños nos preparamos para la adolescencia, luego para ser jóvenes, jóvenes adultos y adultos.  Y punto.  Es como si asistiéramos a la escuela hasta cierta edad y luego, te gradúan y te lanzan; sin ninguna experiencia previa, a terminar tu educación en casa, tipo “home schooling”.  A diferencia, de que los maestros seremos nosotros mismos, sin manuales, sin repasos, sin prácticas, solo y sencillamente nos expondrán a tomar los exámenes.

Y ya sabemos las consecuencias de esto. Tenemos estudiantes buenos, otros no tan buenos y algunos aventajados.  Creo que tiene mucho que ver con nuestra actitud.  Una de las cosas que veo con frecuencia en algunas personas que van envejeciendo, es el apego a las cosas.  Puedo entender que es una manera de continuar aferrados a lo tangible, a la materia, a la “vida”.  Además las posesiones, les hacen sentir “dueños de”.  En otras palabras son cosas que están bajo su dominio y control y eso suena a fuerza y a primavera.

Sin embargo, desde un poco lejos aún, pienso todo lo contrario. Creo que cuando crecemos en pobreza, y no me refiero a la ausencia de bienes básicos para vivir; sino el no estar apegado a las cosas accesorias; es cuando seremos más ricos y llevaremos una vida más libre y por consecuencia, más feliz. 

Hay una anécdota de Eduardo Galeano, que leí ya hace muchos años.  Si no la recuerdo mal iba así:  Hay unos indios que vivían en la isla de Vancouver que celebraban unos torneos para medir la grandeza de los príncipes.  Estos competían destruyendo sus bienes.  Echaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado y otras cosas.  También echaban al mar sus mantas y sus vasijas.  Ganaba la competencia el que se despojaba de todo.

Y mientras escribo esto, me viene a la mente ese texto que aparece en la Biblia sobre Jacob.  Dice que (creo que está en el Génesis) se quedó solo sin nada, ni mujeres, ni ganado, había perdido todo lo que había recibido primero como bendición y pasa toda una noche peleando con un personaje desconocido que supuestamente al final, resultó ser Dios.  En medio de esa lucha, pasada ya la noche, Dios le pidió en un momento dado que lo soltara y fue cuando Jacob finalmente lo suelta, que recibe la bendición y el nuevo nombre de Israel.  

¡Recibió la bendición cuando soltó! ¡Qué maravilla!  Al recordar la anécdota de Galeano, recordé este texto bíblico.  (por donde quiera que dejamos una rendija abierta…se cuela el Soplo…)

Soltar, me gusta esta palabra…me resulta refrescante, liberadora.

Soltar el afán de liderar, el deseo de tener siempre la razón, soltar mi egoísmo, la constante preocupación por la eficacia.  Soltar el deseo de la perfección de las cosas, de aferrarme a ideas y proyectos.  Soltar para liberarme, soltar para empobrecerme de mí, y enriquecerme de Él.

Como no he encontrado todavía una escuelita para la vejez, quiero ser autodidacta.  Preocuparme y ocuparme de prepararme. Pero sobre todo, lograr preparar una buena planificación que pueda compartir con todo el que desee aprender a envejecer serenamente, con paz y alegría; con la dignidad que me ha dado Abbá, como hija de Dios.

Confío que con Su Ayuda lo lograré porque me despojaré de todo, menos del Amor.  Y no sentiré miedo porque no tendré nada que perder. Desposeída de todo, completamente desarmada, habrá suficiente lugar para ser ocupado por la verdadera Vida.  Y no será el fin de mi historia.  Será el comienzo de un tiempo nuevo donde todo, absolutamente todo, será posible.

25 de abril de 2020

A los 41 dias de mi cuarentena...

Un sábado más en este tiempo de cuarentena…

Aunque es sábado, hoy no hubo pancakes ni desayuno en el balcón.  Estuve en el comedor de manera muy ordenada, como hacía ya muchos días que no hacía.  No me apetecía colocar la pequeña mesita afuera.  Desde ayer han comenzado a circular muchos carros y a toda hora, como si hubieran levantado la cuarentena.  Inclusive a esta hora, poco más de las 11 de la noche, escucho una y otra vez, el chasquido de las llantas sobre la asfaltada calle del frente de mi casa.  Ha estado lloviendo de modo intermitente durante todo el día y hay charcos de agua acumulados por toda la avenida.

No comprendo por qué ha aumentado el tráfico.  De hecho, en la tarde, cerca de las 4:00, y en medio de un gran flujo vehicular, pasó una caravana de motoras.  ¡Sí! Llegué a contar 20 y se me quedaron muchas sin contar.  Iban con su acostumbrado ruido ensordecedor y parecía más bien caravana de quinceañera.

Me he sentido muy extraña con algo tan ordinario.  Creo que el estar tanto tiempo disfrutando de la quietud en las calles; me ha atrofiado la tolerancia al ruido excesivo.  Habrá que ver cómo nos va cuando regresemos a la “normalidad”.

Hoy, recibí una llamada de un buen amigo, desde el Perú.  En una conversación algo sorpresiva y reveladora, se fueron enhebrando sueños, que fueron dando largas puntadas a nuevos proyectos.  La vida no deja de sorprenderme y siempre hay un tarrito de chispas guardado para deslumbrarnos cuando menos lo esperamos.  Al terminar la llamada, quedé con muchas interrogantes y dudas pero, confiada en que el viento, que hoy he sentido de un modo literalmente fuertísimo en mi casa; va llevando el velero a puerto seguro.  Y yo, me dejo llevar.

En la tarde, el teléfono volvió a sorprenderme.  Esta vez, la llamada no era para mí, aunque la persona que estaba al otro lado del teléfono nunca lo comprendió.  Era una mujer, que se identificó como Ana María.  Me llamaba para agradecer el regalo que le había hecho llegar.  Hablaba a borbotones, muy contenta y desde un corazón agradecido.  Le expliqué varias veces que se había equivocado de número telefónico.  Al final, entendió.  Pero lo increíble fue escucharle decir que me agradecía que la había escuchado con tanta paciencia porque ella no tiene con quién hablar.

Es la experiencia que viven a diario muchísimas personas en este país.  Mucha gente sola, que no tiene con quien compartir un pensamiento, una preocupación, una vida.  Y debe ser difícil, porque la mayoría de estas personas se encuentran en el proceso de ir pasando de las expectativas a las esperanzas.  Se pueden tener expectativas cuando se puede proyectar, planificar, organizar ciertas cosas prácticas.  Pero muchas veces ese proceso se torna un poco desconcertante porque se van perdiendo las fuerzas y la realidad va menguando las expectativas.  

A muchos les llega el tiempo de jubilarse pero también les llega el parkinson, las cataratas, el cáncer.  Se ven imposibilitados de realizar lo que habían planificado por muchos años.  La vida gira en torno a citas médicas, laboratorios y medicamentos.  La frase “ten cuidado” se vuelve en slogan permanente. Ten cuidado al cruzar la calle, ten cuidado cuando vas manejando, ten cuidado al bajar las escaleras, ten cuidado de no caerte, cuidado con el azúcar, con el colesterol….todo el tiempo le están repitiendo que tienen que cuidarse; cuando en realidad muchas veces hay que cuidarlos porque ellos no pueden hacerlo ya por sí mismos.

Llega el cansancio, la enfermedad y para muchos, la depresión.  Es entonces que solo la esperanza les dará fuerzas para vivir esta etapa de su vida con dignidad, con paz y también con alegría.  La esperanza que es la certeza de sabernos peregrinos de este mundo.  Sentirnos en todo momento y bajo cualquier circunstancia acompañados y amados.  Tener la memoria del corazón para recordar siempre el Amigo que nos ha ido acompañando en el camino, que ha ido preocupándose siempre por nuestras cosas y que al final del día termina siempre sentado en nuestra mesa.

El tema de la vejez es uno muy complejo que no queremos encarar.  Nacemos, nos enseñan a caminar, a comer, a hablar, a crecer, pero no a envejecer.  Y vamos cruzando el umbral de la vida sin manual ni guía que nos vaya indicando los pasos a seguir. La mayoría de las personas ha envejecido creyendo que están hechos para hacer cosas y al no poder hacerlas, sienten que han perdido el sentido de su vida.  No han ensayado el “ser”, y cuando solo les queda serlo…se frustran.

Se salvarán de esta tragedia los que les acompañe la sabiduría de conocerse desde su relación filial…de haber descubierto el Abbá cuando vaya declinando el día…

24 de abril de 2020

A los 40 días de mi cuarentena...

Hoy, celebro 40 días de cuarentena.  Y no me equivoco cuando digo “celebro” porque ciertamente es para mí motivo de celebración.  Cuando comenzó este período de confinamiento, que al principio fue decretado por dos semanas;  tuve una extraña sensación, que estoy segura que tuvimos todos. Nunca antes, ningún gobierno nos había dado órdenes tan contundentes y precisas que coartaban algo tan valioso como lo es la libertad.  

Nos pidieron no salir de nuestras casas, a menos que fuera estrictamente necesario y a partir de las 7:00 de la noche; bajo ningún motivo.  Al principio me sentí preocupada porque entendí que medidas tan estrictas, implicaban una situación grave.  Hecho que no tardé en corroborar.  Me preguntaba, ¿cómo iba a poder permanecer encerrada en mi apartamento por 14 días consecutivos? ¿Cómo iba a dejar de asistir a mi trabajo, cómo no iba a ver a mi familia, a mis amigos, a la gente de mi comunidad? ¿Cómo no iba a participar de las actividades propias de mi comunidad parroquial?  ¿Y los proyectos pastorales? ¿Y mis proyectos personales? Muchas preguntas sin respuestas…

Al principio, llegué a pensar que enfrentaría muchos momentos de tristeza, de amargura.  Que sería víctima de depresión y que sufriría de parálisis afectiva. Apenas dormí en las primeras noches de la primera semana.  Mi cabeza no dejaba de pensar, analizar, calcular.  Mientras, iba aumentando mi necesidad de profundizar, mi urgencia por trascender.  Fue entonces cuando me detuve.  Elegí comenzar a vivir mi cuarentena no desde la lógica, sino desde el corazón.  Y todo cambió.

Retomé este blog, que abrí hace muchísimos años, pero que su dirección no era pública.  Aquí había ido colocando algunos versos que me han ido acompañando a lo largo de mi vida, tal vez, con la idea de que quedaran plasmados en algún lugar fuera de una rústica libreta. Hacía mucho tiempo que no escribía por aquí. Y decidí intentar transcribir los pensamientos y sentimientos que se iban suscitando en mi interior, en este tiempo especial.  Y tuve la valentía de atreverme a compartirlos, con mucho miedo, pero convencida que era lo que en estos momentos necesitaba hacer.  

Mucha gente habla de las veces que aparece el número 40 en la Biblia.  Noé experimentó una transformación durante 40 días de lluvia, Moisés fue transformado en sus 40 días en el Monte Sinaí, David fue transformado durante el reto de 40 días contra Goliat, Elías fue transformado cuando Dios le dio 40 días de resistencia con una única comida, Nínive se transformó cuando Dios dio a la ciudad 40 días para permanecer fieles, Jesús transformó al mundo después de sus 40 días en el desierto, los discípulos se transformaron después de pasar 40 días con Jesús luego de Su resurrección…

Parece ser que el número 40 es el número “ideal” para alcanzar una transformación.  Hay personas que le dan muchísima importancia a la numerología y se pasan buscando códigos o mensajes ocultos, en la Palabra.  A mí, me basta comprender, el proceso espiritual que he vivido durante este tiempo y confirmar que soy obra de Dios y como tal, Él continúa recreándome.  

Cuando nacemos, no tenemos control de nuestro desarrollo.  Pero somos responsables del crecimiento en nuestra etapa adulta. En este tiempo me he adentrado en las arenas movedizas de mis debilidades y limitaciones, pero consciente que no estoy llamada a permanecer en ese lugar.  He destornillado del pensamiento, ideas que atrofiaban mi capacidad de cambio.  Descendí hacia un mundo inexplorado de mi interioridad y descubrí un espacio insospechado, novedoso, íntimamente Habitado.  Me descubrí acompañada y amada. 

En estos 40 días, he estado muchas horas expuesta a Su Palabra.  También a personas que poseen una gran sabiduría y que me han iluminado en muchos momentos.  He escuchado reflexiones, he orado, he estudiado, pero sobre todo;  he valorado los encuentros que he tenido con el Resucitado, a través de hechos concretos y muy sencillos.  

Uno de ellos, es la presencia  amorosa de mi hermana, presente en todo momento.  La bendición de poder escuchar a mis padres y a mis hijos, aunque duela el no poder sentarnos juntos a la mesa.

Otro hermoso signo del Resucitado son los amigos durante esta cuarentena.  Esos que siempre me devuelven la mirada pura, la visión esencial de las cosas.  Amigos que han sido fuerza en mi debilidad y alegría cuando he sentido desánimo.

También, los encuentros con Kaleo, mi amada comunidad.  Hemos continuado reuniéndonos todos los miércoles, como siempre.  A pesar de la ausencia de abrazos, de besos, sigue latente entre nosotros ese Fuego que nos hace vibrar y nos convierte en hermanos.  Seguimos enraizados  y enamorados de nuestra vocación como Seglares Claretianos.

Otro signo evidente de la Presencia del Resucitado en estos 40 días, es la fecunda comunicación que hemos tenido los Seglares y toda la Familia Claretiana durante este tiempo.  Cartas, mensajes de texto, llamadas telefónicas, iniciativas de encuentros por Zoom, Skype.  Una oleada de amor que ha ido alcanzando grandes estaturas.

Mis hermanos, los Misioneros Claretianos, se han desplazado hacia la creatividad y han frutado nuevas formas de celebrar y acompañar. Han desplegado las alas y volado muy alto, elevándonos con ellos.  Se han reinventado y evidenciado sin ningún pudor, su pasión por su comunidad.

¡Tanto que agradecer al Dios de la Vida!  Me siento profundamente conmovida por estos 40 días de aprendizaje, porque he crecido, y de pronto, también madurado.  He podido compartir mis huellas con muchas personas a través de este Blog y sus ecos me han hecho sentir vinculada.  

He vivido  cuarenta días de escucha, de silencios, de palabras.  Cuarenta días, con la convicción de saber a Quién sigo.  Y consciente de que eso es lo que me impulsa a elevarme por encima de mis egoísmos con un salto de confianza.  Cuarenta días de sentirme perdonada, redimida, resucitada…

Parece que se necesitan 40 días para un proceso de transformación.  Me pregunto si lo habré logrado, según el sueño Dios.

23 de abril de 2020

A los 39 días de mi cuarentena...

Hoy ha estado lloviendo prácticamente todo el día.  No hemos tenido las temperaturas altas experimentadas en días recientes; pero sí hubo mucha humedad.

Hoy la levantada tuvo que ser temprano.  Había que revisar informes y tenía pautada varias reuniones virtuales.  Hoy, 23 de abril se conmemoró una vez más, el Día del Libro.  Lamentablemente, no pude cumplir con la tradición que tengo de comprarme un libro este día, o comenzar a leer alguno que tenga en casa, sin estrenar.  Por supuesto, que no hay librerías abiertas y aunque sí tengo 2 libros que no he comenzado a leer, hoy, de verdad que no fue posible separar tiempo para ello.  Realmente estuve todo el día bastante ocupada. (por lo que deben ya intuir que hoy no escribiré mucho ya que me he sentado a escribir bastante cansada y tardísimo).

El día del libro para mí es uno muy significativo.  En primer lugar porque soy amante de la lectura, y creo que podría decirse que sufro algo de adicción a ella.  No soy capaz de conciliar el sueño en las noches, si no he leído antes un rato. El sentir entre las manos las páginas de un libro es para mí uno de los más hermosos placeres de la vida.  Me encanta oler y sentir el papel, aunque confieso que he leído últimamente bastantes libros electrónicos, pero no los prefiero.  Tener un libro entre mis manos,  me resulta siempre una experiencia placentera y terapéutica. 

Es increíble todo lo que nos aporta la lectura de un buen libro.  ¡Horas interminables de encuentros, de historias, de vida!  Tantos buenos narradores que nos toman de la mano y nos van acompañando por caminos transitados de sueños, de ilusiones, de luchas, de retos. 

He tenido el privilegio de haber leído muy buenos libros.  También he sufrido la tortura de haberme tropezado con otros no tan buenos. Creo que la publicación de un libro es algo muy serio e importante, sobre todo, para el escritor.  Es un momento oblativo.  El que escribe, devela su sagrario con total generosidad. Abre las puertas de su intimidad y se muestra con toda su vulnerabilidad y su humanidad.  Se arriesga a ser señalado, juzgado, burlado, o peor aún, ignorado.  Y debe ser muy doloroso para quien escribe un libro, que luego de haber superado los temores y haberse arriesgado a fracturarse para compartirse; no encuentre lectores que sintonicen con él o que se sientan atraídos o motivados a leerle.

Le tengo un enorme respeto a los escritores y también una sana envidia.  Son seres capaces de transmitir conocimientos, ideas, pero también; emociones, sentimientos.  Tienen la capacidad de transmitir alegría, ilusión, esperanza y muchísimas cosas más.  Creo que son personas cuya sensibilidad les convierte, no en mejores personas, pero sí especiales.  

Las palabras son protagonistas en nuestra vida.  Siempre nos sorprenden sus infinitos matices.  Cantan, lloran, ríen, sufren, susurran…Hacen transparente nuestros más recónditos secretos, revelando siempre nuestras verdades desnudas.  Son las que nos permiten conectar con la gente, adivinar sus gustos, sus necesidades, sus preocupaciones y a través de ellas ofrecerles un respiro, un alivio, un consuelo.  
  
Establecer vínculos afectivos con los lectores, tener la habilidad de seducirlos hasta dejarlos querer perpetuar el encuentro.  ¡Es que es una maravilla!  ¡Algo hermoso!  Por eso digo que le tengo una sana envidia a los escritores.

Todos experimentamos la intuición del corazón que nos permite acertar en las palabras que necesitamos en cada situación de nuestra vida.  Esto, como consecuencia de gozar de la libertad de elección.  Sabemos dónde encontrar las palabras que necesitamos, las justas. Identificamos ese libro, El Libro, pero muchas veces, nos da miedo y corremos el riesgo de privilegiar el silencio y levantar muros de inercia. 

Esta escena es la que protagoniza mucha gente hoy día.  Y les pasa no con cualquier libro, no con cualquier palabra, sino con La Palabra.  Las personas se pierden la oportunidad de descubrir a través de La Palabra, la respuesta a todas sus preguntas, el consuelo a todos sus sufrimientos, la fuerza para afrontar sus limitaciones.  

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.”  Aquella mañana de la creación, cuando todo era primicia, ¡Dios se viste de Palabra!  Y sale de sí:  “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros”. Dios se arriesgó a entregarnos Su Palabra, a Ser Palabra, entre nosotros.  

Hoy, pienso que el Señor nos llama a agradecerle Su Palabra, siendo palabras también para otros.  Porque las palabras no le pertenecen a nadie, no son propiedad privada.  Son voces que sueñan con ser escuchadas, son ecos que esperan entretejer vidas, son pan que construyen Esperanzas.

22 de abril de 2020

A los 38 días de mi cuarentena...

Hoy celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra.  Desde hace varios días hemos estado viendo en las redes sociales, muchas tarjetas multicolores con mensajes muy bonitos sobre esta celebración.  Invitaciones a tener presente el cuidado que debemos tener con nuestra “Casa Común”.  Tarjetas motivacionales, letreros aconsejándonos cómo debemos disponer de la basura, cómo cuidar de los mares, de los bosques, del agua.  Y todo esto me parece muy bien, pero al mismo tiempo, increíble.

Los humanos somos la “raza superior”. Podemos entrenar a un perrito, a un loro, a un mono.  Y éstos son seres inteligentes que pueden llegar más allá de su instinto, pero no son seres pensantes.  Los científicos dicen que los humanos somos los únicos que tenemos capacidad de los pensamientos abstractos.  Además, tenemos unas habilidades para desarrollar lenguajes que no lo tienen los animales.  Y esto nos hace ser seres “especialmente inteligentes”.  Al menos es lo que vagamente recuerdo de mis estudios.

Por eso, es paradójico que siendo seres tan inteligentes y “superiores”, siendo personas que podemos pensar, razonar, discernir, decidir; necesitemos que nos recuerden que no somos los dueños de la Tierra, que somos seres que la habitamos junto a otras muchísimas especies.  Es una situación irrisible el que hayamos llegado a necesitar que un día al año nos recuerden que todos tenemos una Casa Común.

Es muy loable que cada 22 de abril realicemos los gestos de concienciación, de levantar la voz por los sin voz, por querer reivindicarnos ante nuestra Madre Tierra.  Ciertamente que la hemos silenciado con nuestro egoísmo.  No hay duda que la hemos maltratado y humillado.  Que nos hemos sentido no dueños, sino dictadores despiadados frente a ella.  Nadie puede negar esta verdad tan lamentable.

Hemos alcanzado grandísimos y tremendos logros en el campo de la ciencia y de la tecnología, pero somos muy primitivos en las cosas reales de nuestro entorno.  Somos muy “listos” para todo, pero nos quedamos muy “cortitos” a la hora de entender las cosas más sencillas.  Nos sentimos muy convencidos de nuestra inteligencia, pero somos merecedores una y otra vez de los reproches de Jesús: “¿Aún no han entendido?, ¡Qué torpes  necios que son!”.

Y es que siempre estamos necesitando reconocer nuestra ignorancia para ir en búsqueda de la sabiduría; pedir perdón pero esperando no asumir la responsabilidad de nuestras acciones.  Es mucho el daño que por décadas hemos hecho.  Convertimos a nuestra Madre Tierra en una propiedad privada, olvidándonos que es patrimonio de toda la humanidad. 

Hoy escuchamos el clamor que nos obliga a tomar una postura.  Es un grito de dolor que no nos permite seguir creyendo que somos el centro del cosmos. Se nos va la vida en escuchar este clamor, porque tenemos que ser conscientes que nuestras opciones como personas cristianas, nos ponen del lado de un Dios Padre Creador, que nos orillará siempre hacia el respeto, el cuidado y el amor hacia nuestra Madre Tierra.

No tengo nada en contra de la celebración de este día, todo lo contrario. Pero es inevitable sentir “vergüenza ajena”.  

A propósito de este día, la Familia Claretiana celebró un encuentro por las redes sociales, en donde nos reunimos un buen número de laicos, seglares y religiosos.  Fue un momento de Gracia realmente.  Hubo una desmesura de ternura, de fraternidad, de profundos deseos de reconocer, alabar y festejar a nuestra Madre Tierra.  Podría decirse que, como en el Evangelio, se pudo percibir la fragancia del más puro perfume derramado desde el Espíritu.

Fue un espacio vivido en clima de oración, donde nos sentimos vitalmente implicados, afectados, atravesados por las heridas ocasionadas, pero sobre todo, por la Esperanza.  Hubo lugar para hacer memoria de seres extraordinarios que han llevado a su corazón una auténtica pasión por todos los seres vivos. Oramos. Hicimos un examen de conciencia que nos confrontó con nuestras fragilidades y también con nuestros errores.  Pedimos perdón y dimos gracias.

En este tiempo tan particular que estamos viviendo, un gran signo de Resurrección, es la gente capaz de realizar gestos concretos, como éste, donde desde el reconocimiento, se desborda el corazón.  Esto no es una doctrina que se impone, no es una obligación que estamos llamados a aceptar, ni tampoco una pastilla tranquilizante para acallar nuestra conciencia ni una garantía para poder “morir en paz”.  

Es un genuino deseo de rectificar, de enmendar, de comenzar de cero.  Es una urgencia por aprender a convivir en paz, con todos, en todo momento y en todo lugar. Es, apostar ya en nuestro presente, por un futuro que haga realidad el sueño de Dios: 
"Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar." (Isaías 11).

Ya en la noche, cuando compartía con mi comunidad la experiencia, confirmé que nos toca a todos reconocer que Jesús es siempre el que nos alcanza, el que se hace presente en nuestra vida por caminos que muchas veces ignoramos, como un don gratuito, como regalo inmerecido.  Siento que hoy, nos “alcanzó” a la Familia Claretiana.  Se nos apareció en el camino.  Y ciertamente que es Él quien nos ofrece estas posibilidades para romper nuestro frasco y dejar que el perfume de la Esperanza impregne a nuestra Pachamama (Madre Tierra).

21 de abril de 2020

A los 37 dias de mi cuarentena...

No hay duda alguna que la pandemia del coronavirus nos ha privado de muchas cosas, pero de lo que no nos librará es del calor de verano que ya ha venido entrando en nuestros días de una manera tremenda.  Informaron en las noticias, que la sensación de calor superó los 95 grados en algunos lugares de la isla.  Doy fe que vivo en uno de esos.  

Fue un día bien, bien caluroso.  A pesar de ello, el día estuvo muy bonito con un sol increíblemente brillante.  Vivo en un apartamento, en un piso bastante alto, de esquina, por lo tanto, de ventilación cruzada.  Al mantener la puerta que da al balcón y la puerta de entrada abiertas, es más que suficiente para que la fuerte brisa despeje cualquier sensación de calor que pueda haber.  Pero hoy, fue la excepción y tuve que abrir la ventana de la sala.  No habían pasado tres minutos cuando aquella fuerte brisa comenzó a despejar el calor, a echar abajo todo lo que iba tocando a su paso, incluyendo una figura en barro (muy querida) de Don Quijote. 

La brisa me hizo olvidar el calor, me regaló una profunda sensación de bienestar, de comodidad al tiempo que me dejaba el sabor amargo de recoger en pedazos una pieza que me había regalado un gran amigo hace ya muchísimos años.  No soy coleccionista pero confieso que tengo especial predilección por Don Quijote y por los Tres Santos Reyes.  Esto sin mencionar que me apasionan (además de los libros), los artículos de cocina: los platos, bandejas, sartenes, tazas, etc.

Tuve una gran colección de Reyes, durante muchos años pero ya hace mucho que tuve que regalarlos prácticamente todos, porque en el apartamento no hay lugar para ellos.  Conservo solo tres de los más de sesenta que tenía;  y ya hoy, me quedan solo, dos “Quijotes”.  No me alegra el haber perdido uno hoy, pero en realidad, me dio más pena porque fue un regalo, no por el valor en sí de la pieza.  

Tal vez, en otro tiempo, muchos años atrás, mi reacción no hubiera sido la misma.  Quizás, hasta se me hubiera salido alguna lagrimita.  Pero ya no.  Gracias a Dios, hace ya mucho que sin dejar de valorar y cuidar las cosas, sobre todo, los regalos; no les concedo a las cosas un valor más allá de lo que puedo pagar con dinero.  Todo lo que entra en ese renglón, no son realmente cosas importantes.

Creo que esto es el resultado de un largo proceso de aprendizaje que la vida nos ofrece a todos.  Algunos se hacen de la vista larga, otros se resisten, como Nicodemo.  Sí, cuando recogía las piezas rotas de barro de mi Quijote recordé a Nicodemo.  Este personaje que por cierto, constaté hoy que aparece solo en el evangelio de Juan, no era capaz de imaginar nada fuera de sus propias posibilidades.  Se aferra en “nacer”, pero se le escapa que ese nacimiento es de “arriba”.  Se queda atascado en la pregunta: ¿cómo puede un hombre realizar él mismo ese nacimiento?

Y nos pasa a nosotros igual.  Al pasar los años, podemos cambiar nuestro estilo de vida, nuestra espiritualidad, nuestra forma de vivir, o, sencillamente, como Nicodemo, aferrarnos a cerradas preguntas: “¿Cambiar a mi edad?” “¿Qué voy a poder comenzar de nuevo?”  Y no son pocos los que se quedan rumiando ¡“Genio y figura hasta la sepultura”! y se privan de la posibilidad de experimentar los cambios, la novedad.

Corremos el riesgo de sentirnos plenos, satisfechos con lo que somos, y no dejamos lugar a que emerja de dentro de nosotros la insatisfacción.  Esa que fue la que llevó a Nicodemo a buscar a Jesús. Me imagino que él no tenía muy clara cuál era su insatisfacción ya que era un buen cumplidor de la ley.  A pesar de ello, sentía un vacío, no estaba completamente satisfecho. 

Pienso que al igual que Nicodemo, a cualquiera de nosotros, nos puede pasar lo mismo.  Sentirnos insatisfechos y si no somos capaces de descifrar la naturaleza de la insatisfacción nos podemos equivocar en la búsqueda de respuestas.  Podemos acudir a Jesús para que nos ayude a encontrar la raíz de nuestra insatisfacción; o podemos recurrir a falsas soluciones, como el que se aturde en los placeres, para escapar de su realidad.

No quiero sentirme satisfecha nunca.  Creo que es bueno sentir insatisfacción porque vivida ella sanamente, se convierte en motivación a buscar el encuentro con el Resucitado, a entenderme limitada, necesitada de Él. 

Estoy segura que Nicodemo no entendió de qué se trataba ese “nacer de nuevo”, en la noche que se encontró con Jesús.  Pero, encontrarse con Jesús, es encontrarse con el amor  “extremo”; que hace girar la mirada de Nicodemo para que no se fije tanto en las cosas buenas y leyes que ya estaba cumpliendo, sino en el amor de Dios.

Tampoco creo que Nicodemo hubiera entendido que el amor siempre pasa por la cruz, que irónicamente es la que hace más creíble el amor.  “Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto; el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto (crucifixión) para que todo el que crea en él, tenga vida eterna.”

Jesús fue crucificado por amor.  Seguramente, Nicodemo no comprendió cómo Jesús sería levantado en alto de esa manera, pero cuando sucedió, estuvo él allí; lo que me confirma que aquella noche de encuentro con Jesús el Amor pronunció la última palabra.