9 de abril de 2016

Tercera aparición...

Siempre me emociona el sentirme mirada por Él, conocida por Él, acogida perdonada e invitada a seguirle.

Esta Palabra ha sido una vez más ocasión de encuentro conmigo misma, con Él y con los demás.  Y es maravilloso cuando mi oración personal trasciende y se hace vida con mi comunidad, con los míos, con aquellos que vibran como yo al acercarnos al gran Misterio.  Nada más cierto que lo que compartimos el domingo pasado con Tomás…los encuentros con el Resucitado se hacen palpables y reales cuando estamos en comunidad.  Y siempre es más rico.

Y cuando nos acercamos a Su Palabra, es como tocar un pedacito de Su Resurrección, es degustar la Alegría de la Esperanza…avistar una historia nueva.

Este Evangelio tiene muchísimos signos y matices.  Desde la primera oración del Evangelio…. Jesús se apareció otra vez…”

Otra vez y siempre…Su deseo de acompañarme, de acercarse, a pesar de que en ocasiones no le busco, de que le olvido entre “mis” cosas y otras ni siquiera intuyo su presencia.  Pero su deseo de estar en mi historia  es siempre más fuerte que mi desdén.

“Muchachos, ¿tienen pescado?  Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán.”
Se aparece una y otra vez ahí en medio de mi rutina, de mis asuntos.  Su preocupación por lo que me pasa, por lo que necesito se traduce en Presencia dulce, sosegada y lejos de posturas protagónicas.

Y en ocasiones, me pasa como a Juan, que en medio de una dificultad o de una tristeza grande, le descubro, le veo, le siento y es cuando recuerdo que en realidad, nunca se ha ido, siempre ha estado. Y su Presencia es tan intensa, tan única que no puede confundirse con otra cosa. “Es el Señor.”

Y es entonces que vuelve a arderme el corazón, porque al sentirme mirada y reconocida, es que soy capaz de reconocerle, de mirarle, de abrir el corazón y  dejarme amar.

“Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan”. 
La mesa está puesta; siempre lo está. Y tengo que reconocer con profundo dolor que no son pocas las veces que no llego a la fiesta.  Me presento al lugar del banquete, soy puntual, estoy atenta y dispuesta; pero a veces me ha vencido la sequedad del corazón. 

“Jesús les dice: Traed de los peces que acabáis de coger.”
¡De eso se trata!  Olvido que tengo acercarme a la mesa en actitud de gratuidad. Tengo que llevarle todo lo recibido, todo lo logrado porque todo es pura Misericordia, todo me ha sido dado y tengo que llevar mis pescados a la mesa para poder compartir Su pescado y Su pan.  No puedo llevar mis manos vacías al festejo. Y ahí está Jesús, preparando la mesa, el almuerzo y me invita; a estar con Él…

El Evangelio dice que después que comieron Jesús le preguntó tres veces a Simón Pedro si lo quería.  No sería una locura pensar que en cierto modo quería recordarle a Pedro las tres veces que lo negó.  Pienso que a Jesús jamás le movería un sentimiento mezquino; pero tampoco creo que fue una casualidad el número tres.  Es un signo de insistencia, de perseverancia, de confirmación.

He sido capaz de negarle, como Pedro, en medio del miedo, de la inseguridad.  He sido cobarde y le he dado la espalda.  Pero Él insiste, una, dos, tres veces (y muchísimas más) porque me conoce, y sabe que la Presencia de Jesús Resucitado me provoca seguridad, confianza, amor.  

El Evangelio menciona que esta aparición de Jesús fue la tercera.  ¡Otra vez el número tres! 

El Resucitado no se limita a aparecer tres veces.  Se me seguirá apareciendo siempre, para recordarme que está caminando a mi lado, que no se ha ido, que su Presencia es más fuerte que nunca, que me ama profundamente; a pesar de que yo sea capaz de olvidarlo, de no reconocerle o serle fiel. Se me acerca en cada hermano que comparte su Palabra conmigo, en mi comunidad, en mi familia, amigos.  Y sobre todo, en el dolor, el sufrimiento y la indiferencia.

Cuánto quisiera que mi pueblo pudiera reconocerle en medio de la crisis que estamos viviendo.  Que pudiera darse cuenta de que Él nos conoce, y que quiere que le miremos, que le dejemos acercarse.  Si fuéramos capaces de darle un lugar en nuestras decisiones, en nuestra historia las cosas fueran diferentes, no tendríamos olor a Viernes Santo, sino a Resurrección.  Mi pueblo necesita ir a la orilla de la playa y llevar sus peces, es el momento de que todos pongamos lo mejor de nosotros para compartirlo con los demás. Es momento de dejarnos mirar y amar.

“Dicho esto, añadió: Sígueme.”

­¿Y qué otra cosa podría hacer?