31 de mayo de 2020

A los 77 días de mi cuarentena...

Hoy, es día de múltiples celebraciones.  Hoy finaliza un nuevo mes en este periodo de Pandemia.  Finalizamos el tiempo Pascual.  Hoy es el día de la Visitación de María a su prima Isabel. Finaliza el mes mariano.  Y por si no fueran suficientes los motivos para celebrar; es Domingo de Pentecostés. ¡Estamos de fiesta!

Todas estas motivaciones me hacen ruido en mi corazón, por supuesto de diferentes maneras e intensidad.

Finaliza un mes más en este periodo de Pandemia.  Ya cumplimos, en Puerto Rico, 77 días de cuarentena.  Aunque se ha comenzado a reanudar (de modo oficial) y de una manera tímida, algunas actividades, en especial las económicas; sigue latente la amenaza del COVID 19.  El tema de la salud que nos ha polarizado durante estos últimos meses, se encuentra ahora reñido con el tema de la economía.  

Todos tememos que se avecina una terrible crisis económica, mayor de la que ya estábamos sufriendo.  Una que aumentará los niveles de pobreza, que aumentará la tasa del desempleo, que cerrará muchas empresas, que obligará a muchos estudiantes a dejar los colegios privados, porque no habrá dinero con qué pagarlos. Que serán muchas las familias que quedarán sin techo, ya que no tendrán dinero para pagar sus hipotecas.  Y ni pensar en la cantidad de ancianos y enfermos que se verán afectados por un sistema de salud que quedará más frágil de lo que ya estaba.

Ante esta preocupación, se suman muchas otras.  Estamos llenos de preguntas, de dudas.  Se nos secan los ojos mirando hacia el futuro, las horas de la noche se diluyen entre reflexiones que buscan respuestas concretas…

Desde el inicio de esta pandemia, fuimos correcta y ampliamente informados sobre la naturaleza del virus, sobre sus síntomas, sus modos de manifestación, su alto grado de contagio, sus consecuencias, modos de prevención, etc.  

Ahora, ¿quién nos orientará, preparará para el futuro que se avecina?  ¿Quién nos enseñará a vivir de otra manera? ¿Quién o quiénes estarán a la altura, en la búsqueda del bien común? ¿Cómo enfrentaremos las graves consecuencias, el saldo desastroso que dejará el paso del virus y su estela de muerte? ¿Quién escribirá un nuevo lenguaje, un nuevo modo de "estar con otros"?

Como humanidad, tenemos un gran reto.  Habrá que pensar, analizar, estudiar, orar, discernir y mucho.  Urge la reflexión profunda, el diálogo profuso, para ver cómo nos ayudamos en la creación de nuevos modos de comunicación, que nos permitan afrontar de una manera digna, la nueva realidad que nos espera.  

Porque no es cierto que volveremos a lo mismo de antes.  Ya nada será igual.  Ya todo es diferente y necesitamos crecernos en creatividad, en solidaridad, en empatía, en caridad.  Habremos de inventar nuevos códigos en las relaciones interpersonales y aprender a entendernos y a entender a otros, desde una óptica distinta.  

Hoy, ha finalizado un nuevo mes del paso de esta pandemia sobre nuestro planeta, pero no ha finalizado la pesadilla del COVID 19.  Todavía, las cifras de contagios siguen aumentando.  Todavía, se siguen sumando las muertes y no se vislumbra una pronta cura a esta terrible enfermedad.  

Pero aún persiste la Esperanza, aún se tienen las fuerzas para resistir y esperar con confianza en Aquel que ha estado, está y estará siempre acompañándonos, en cada momento y en todo lugar.  La convicción de sabernos "hijos" de un Padre Misericordioso lo llevamos en nuestro ADN.  Por esto, doy gracias al Dios de la Vida.

Por otro lado, terminamos el tiempo Pascual.  Cincuenta días que he vivido de una manera completamente diferente y novedosa en mi historia.  Un tiempo hermoso, donde me he sentido íntimamente acompañada por la Palabra.  Los relatos de las apariciones del Resucitado han sido para mí, fuente de Luz, de Fuerza, de Alegría.  Me sentí abrazada, acogida, amada por el Resucitado.  Y por esto, quiero dar gracias.

Hoy, la Iglesia celebra también la visita de María a su prima Isabel.  Con esta fiesta culmina el mes mariano.  María siempre será la mujer del Corazón Maternal que siente en su seno, la necesidad del otro.  La que sale al encuentro, la que se pone en camino, la que sabe escuchar, aceptar y cumplir la Voluntad del Padre.  María es y será siempre:  Madre...¡Qué privilegio, tenerla!  ¡Qué mucho he aprendido de ella en este último mes!  Por Ella, también doy gracias.

Y finalmente, celebramos hoy la Fiesta de Pentecostés.  Sabemos de la importancia de esta fiesta.  Con el descenso del Espíritu Santo durante una reunión de los Apóstoles en Jerusalén, nace nuestra Iglesia y con ella, la propagación de la fe en Jesús.  

Desde ese día, el Espíritu Santo nos acompaña, nos ilumina y nos fortalece.  Antes de su llegada, había confusión, tristeza, puertas cerradas y mucho miedo…como ahora. Luego de su llegada, se transformó todo.  Los discípulos no regresaron a la cotidianidad, inventaron otra.  Los caminos eran los mismos, pero los pasos fueron diferentes.  Cambió el lenguaje, cambiaron las formas, los modos, los valores, las prioridades.

Todo eso se logró por la fuerza transformadora del Espíritu Santo. ¿Por qué dudar entonces que se pueda repetir la historia?  ¿Por qué no pensar que el Espíritu dará fin a nuestro confinamiento?  ¿Por qué no esperar un nuevo Pentecostés?

Yo confío en que así será.  Su acción transformadora dará respuesta a todas nuestras interrogantes.  Dará alivio a todas nuestras inquietudes y concederá inteligencia y entendimiento, de modo especial, a los que les tocará liderar los procesos de apertura a una nueva realidad.

Y a todos, y a cada uno, nos mantendrá encendida la llama del Amor, que a fin de cuentas es lo único que nos garantizará la Vida.

¡Ciertamente, que estamos de fiesta!

30 de mayo de 2020

A los 76 días de mi cuarentena...

Sábado 31…último día del mes y vísperas de Pentecostés…

Desde pequeña aprendí varias maneras de comunicarme con Abbá, Padre.  Jesús, me lo dejó bastante fácil, comencé desde niña a rezar el Padrenuestro. Luego, a través de la Palabra, he encontrado muchísimos caminos de encuentro con Jesús y a la vez, con el Padre.  Sin embargo, con el Espíritu Santo, es otra cosa.  No nos enseñan a comunicarnos con Él, exactamente, sino a invocarlo, a pedir su presencia, su acción, en un momento dado.  La relación es distinta.

Nos han dicho que para poder ver a Dios, bastará con conocer a Jesús, ya que Jesús es el rostro del Padre.  Pero, ¿y el Espíritu?  Al Espíritu le reconocemos por lo que provoca en nuestra vida, por su paso por ella, como esa brisa que sentimos, pero no sabemos de dónde vino ni a dónde fue.

En el Evangelio de Juan, se muestra, lo que llamo, el “sagrario” interior de Jesús, aquella capacidad que tenía Él de amar, a quienes otros no podían amar, de incluir a los excluidos, de acoger a los rechazados.  Pero Jesús no se atribuyó a sí mismo ese poder reconciliador, sanador, inclusivo. Él lo recibe de Otro, y es al final, que dice que le pedirá al Padre, que nos deje otro “paráclito” que esté con nosotros siempre. 

Busqué la definición de “paráclito” y en griego quiere decir “quien mira por nosotros”, el que defiende, el que infunde ánimo, el que alienta, auxilia, el que nos da valor, confianza.  Es quien nos susurra constantemente al oído, que no debemos temer…

Son muchas las ocasiones que necesito escuchar esa Voz en mi historia.  Sobre todo, cuando no sé cómo afrontar las sombras que amenazan la Luz en mi vida; cuando escucho otras voces confusas, llenas de miedos, que pretenden invadir mi espacio interior.

Cuando nos encontramos en situaciones límite, pedimos la intervención (a veces milagrosa) del Espíritu Santo.  Pretendemos obtener los resultados de la acción del Espíritu, como si fuésemos al cirujano.  Entramos a una sala de hospital y nos succionan la grasa del vientre, nos levantan los pechos, los glúteos y luego de unas horas, nos han removido todo aquello que nos hacía sentir fea.  Han eliminado todo aquello que no nos agradaba.  Y son muchas las veces que pretendemos tener los mismos resultados con el Espíritu. 

Esperamos que el Espíritu actúe en nosotros de la misma manera, pero Él va por otro camino. Su tarea no es la de “liberarnos” de las cosas que nos afean, que nos desagradan.  Sino, que su acción nos lleva a aceptarlo, acogerlo, abrazarlo.

Su tarea de transformación nos enseña a reconciliarnos con aquellas zonas de nuestra vida que nos descolocan.  Nos ayuda a aceptar la realidad de los otros, a sentir la necesidad de construir puentes de diálogo, de tejer redes de empatía con aquellas personas a las que quizás, hemos juzgado y excluido del camino.

La acción del Espíritu no me lleva, a liberarme de esas cosas que me sobran, que me estorban, que me afean.  Porque precisamente, este material que considero “desechable”  es mi realidad más auténtica, más pobre; que servirá de combustión para que el Espíritu encienda su llama en la desnudez de mi existencia.

Y cuando llevamos esa Llama encendida, entonces podremos encender a otros.  Será cuando no necesitaremos preocuparnos por nuestras palabras, por nuestras acciones, por nuestros esfuerzos.  Nuestra única tarea será, la de abandonarnos totalmente a la Acción creadora y transformadora del Espíritu.  Y los otros, al ver en nosotros ese Fuego abrasador, también querrán arder, y querrán conocerle, querrán seguirle, amarle y servirle.

Mañana, en Pentecostés, llega el momento del entendimiento, de la mirada inclusiva, del abrazo conciliador.  Pediré al Santo Espíritu que me ayude a dar cumplimiento, al sueño de Dios sobre mí.

29 de mayo de 2020

A los 75 dias de mi cuarentena...


Viernes, comienzo del último fin de semana del mes de mayo…

Toda esta semana la prensa mundial ha tenido en sus titulares, luego de las estadísticas del COVID 19, la muerte de George Floyd, en manos de un agente de la policía de la ciudad de Minneapolis en Estados Unidos.

Ha sido una noticia que ha causado a muchísima gente: consternación, coraje, tristeza.  Algunos han expresado que es un caso más de los muchos abusos de parte de la policía, otros, se han tirado a la calle a expresar su indignación a través de actos violentos, y también hay un grupo de personas que simple y sencillamente, no opinan.

Aunque esto pasó el lunes, no había querido comentarlo por aquí, por razones que ahora no vienen al caso.  Pero, me parece que además de tener el derecho de expresión, tengo el deber de hacerlo.  Lo haré de una manera muy sencilla, solo un breve comentario desde mi óptica que no pretende levantar la bandera de la verdad, ni ser la gurú en ciencias sociales. 

Me limitaré a comentar sobre una de las tantas noticias que transcribo literalmente a continuación:

El pasado lunes 25 de mayo por la noche en la cuidad de Minneapolis, EE UU, un hombre negro, al que posteriormente se identificó como George Floyd, murió tras ser arrestado por cuatro agentes de la policía de la ciudad. Este suceso, que está siendo analizado por la Oficina Federal de Investigaciones, ha dado la vuelta al mundo gracias a los vídeos que grabaron los que lo presenciaron.

Lo primero que destaco en la noticia es el hecho de que identifican al hombre asesinado como un hombre negro”.  Las palabras hacen una explícita y clara distinción entre un hombre y otro por el color de su piel.  ¿Era realmente necesario especificar que era negro? ¿Por ser negro y no blanco, su muerte importaría más o menos? ¿Vale menos por ser negro?  Desde ese primer comentario, se demuestra el prejuicio de la prensa que debería ser la primera en ser objetiva, parcial y justa.

Luego, más adelante indica la noticia que murió tras ser arrestado por cuatro agentes de la policía de la ciudad.  Un hombre fue arrestado por cuatro y esos cuatro son agentes de la policía.  Personas que representan el orden, la justicia.  Se necesitaron cuatro hombres para arrestar a uno.  Y luego la noticia en esta “introducción” dice que murió tras ser arrestado.  Si hubiese tenido prisa a leer el periódico y no leer nada más, hubiera pensado que le dio un infarto, un derrame cerebral o algo así.  ¡Él no murió, a él lo mataron!  Sigue la prensa “suavizando” la cosa.

Según la versión oficial, los policías, que acudieron al lugar debido a que se había denunciado un fraude, encontraron a Floyd sentado dentro en su vehículo, y cuando se le ordenó que saliera se resistió el arresto. Además, añade que durante la detención cuando los agentes ya tenían al hombre esposado y tendido boca abajo notaron que presentaba "dificultades médicas", por lo que llamaron a una ambulancia.

Floyd estaba sentado dentro de su vehículo. No estaba amenazando a nadie con un arma de fuego, no estaba asaltando un banco, no estaba incendiando una oficina, no estaba colocando una bomba.  Estaba sentado dentro de su vehículo. ¿Qué daño se puede hacer en una posición propia del sedentarismo?  Estar sentado es estar en una postura bastante inofensiva, en todo caso, dañina para quien la practica.
Continúa diciendo que se resistió.  Pienso que por alguna razón, Floyd desconfiaba o ya presagiaba ya un desenlace fatal.

Más adelante dice:  cuando los agentes ya tenían al hombre esposado y tendido boca abajo ….¿qué necesidad había de ponerlo boca abajo en el pavimento de la calle si ya lo habían esposado?  Si los policías tenían “motivos” para arrestarlo, habiéndolo esposado, lo que procedía era sencillamente llevarlo ante las autoridades pertinentes a levantarle una denuncia.  Desde el instante que lo sacan a la fuerza para arrestarlo, desde ese mismo instante que comenzaron a quitarle su libertad; comenzaron a quitarle la vida…

notaron que presentaba "dificultades médicas", por lo que llamaron a una ambulancia.  ¿Así le llaman a la agonía de un hombre que está siendo torturado? ¿Dificultades médicas?  ¿Llamaron a la ambulancia para lo que se supone que se llame a una ambulancia, para socorrer, para atender, aliviar, sanar, salvar? ¿O para que recogieran los despojos de un hombre al que acaban de matar?

En el vídeo, grabado por viandantes, se ve al hombre boca abajo en el pavimento y a un agente sobre él apretándole el cuello con una rodilla durante varios minutos, sin modificar su postura, pese a que se escuchan las quejas del hombre varias veces de que no podía respirar hasta que parece perder el sentido.

En el vídeo, grabado por viandantes¿Es en serio? ¿Viandantes, en plural? ¿quiere decir que fueron varias las personas que estuvieron grabando esta barbarie y no se le ocurrió a nadie detener ese salvajismo?  ¿En qué nos hemos convertido?  ¿Cómo en este año 2020, donde el hombre alcanza la comunicación 5G, que sigue viajando a la luna, que se habla de una moneda digital; no hayamos logrado avanzar un milímetro en sensibilidad?  ¿Cómo se llega a ser indiferente ante la crueldad, el abuso, el irrespeto por la vida?

un agente sobre él apretándole el cuello con una rodilla durante varios minutos, sin modificar su postura, pese a que se escuchan las quejas del hombre varias veces de que no podía respirar hasta que parece perder el sentido….

¿Por qué dice “un agente”? ¿por qué cuando habla de Floyd dice, “un hombre negro” y cuando habla del otro dice “un agente”?  ¿Por qué no dice “un hombre blanco”?  No.  Dice, un agente:  sinónimo de autoridad, de poder, de respeto.  De este modo, sigue el lenguaje subliminal jugando con el lector, intentando justificar lo injustificable…

apretándole el cuello con una rodilla durante varios minutos,

y las personas continúan grabando…

¡Claro, supongo que esta acción es “tan natural,” tan “elemental”, tan “básica”, tan “necesaria” en casos de arrestar a una persona!  Me imagino que es una de las primeras técnicas que les enseñan en la Academia de Policía, colocar la rodilla sobre el cuello de una persona, obstruirle su respiración, causarle dolor, daño físico y sicológico…supongo que sí, que es una de las materias en que este hombre “agente” sacó un 10.

pese a que se escuchan las quejas del hombre varias veces de que no podía respirar hasta que parece perder el sentido….

Se continúa grabando, ahora, inclusive, se escucha perfectamente en el video todas y cada una de las quejas de un hombre inmovilizado, que está siendo torturado, con otros tres agentes de la policía siendo testigos morbosos y silentes de lo que allí estaba sucediendo.  Pero los tres policías, al igual que los que están grabando, no escucharon a Floyd.  Ninguno lo oyó gemir, llorar, suplicar, agonizar, pero muy bien que se escucha en las grabaciones…

no podía respirar hasta que parece perder el sentido….

Lamentablemente he visto no “el” video, sino distintas versiones del mismo.  Lo que significa que fueron muchas las personas que se detuvieron a grabar el asesinato de Floyd.  Sí, el asesinato, no el “homicidio involuntario” del que acusaron esta tarde al “hombre blanco”.

En uno de los videos puede verse claramente a varias personas que pasan caminando frente a la escena.  Ninguno se detiene, todos continúan su camino en actitud completamente indiferente, indolente.  Me hizo recordar la parábola del Buen Samaritano, cuando al ver al herido, pasaban de largo…

Uno de los tres policías que acompañaban al asesino (me permito llamarle así); parece posar frente al lente de quien le está grabando.  De cuando en cuando esboza una sonrisa burlona, con una mirada amenazante y podrida de una falsa autoestima.  Me pareció ver a los soldados que se burlaban de Jesús al momento de su crucifixión…

Muchos podrán decirme que el racismo es un problema milenario.  Otros inclusive opinarán que es “ley de vida”, que no hay nada que hacer.  Pero no puedo aceptarlo.  Esta muerte cruel, espantosa, inhumana, salvaje e ilógica pudo haberse evitado.  A Floyd lo pudieron salvar, pero no quisieron hacerlo. 

Es más fácil no complicarse la vida.  Es más cómodo guardar silencio.  Es mejor no buscarse problemas.  En el país “Rey de la democracia”, en el país “Defensor de los Derechos Humanos”; cada cual tiene el derecho de hacer lo que le de la gana y nadie tiene el derecho de impedirlo.

No encuentro palabras que puedan expresar todo lo que me ha “movido” por dentro esta noticia.  Siento que hemos retrocedido siglos en las conductas de convivencia más elementales.  Me duele profundamente.  Anoche, no podía dormir porque me parecía escuchar a Floyd repetir una y otra vez que no podía respirar; y a mí me faltaba el aire.  La imagen de la mirada ausente del agente no la podía borrar de mi mente.

Sí, el policía tenía la mirada ausente de compasión, de humanidad, de empatía, de respeto, de amor… Sus ojos estaban desbordados de crueldad, de cinismo, de indiferencia, de odio…

En todo momento, tuvo sus manos escondidas dentro de los bolsillos de su pantalón.  ¡Es que tiene sus manos atrofiadas!  ¡No aprendió a ofrecerles! ¡No le enseñaron a dar una mano, menos un abrazo! Si dejaba sus manos fuera, probablemente, no sabría qué hacer con ellas...

Ha sido devastador y demasiado triste esta noticia.  Se degenera la imagen del hombre que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. No se respeta la vida. Nos hacemos inmunes a la sensibilidad y a la compasión. 

Siento vergüenza ajena, me siento indignada, muy decepcionada, frustrada, dolida.  Este no es el proyecto de Dios, esto no es lo que Él sueña para nosotros.  Pero la culpa no es de Él.  La responsabilidad es de cada uno de los que han protagonizado esta triste historia.

Porque a Floyd no lo mató solamente el policía blanco.  Lo mató una sociedad enferma, lo mató la irracionalidad, lo mató el pensamiento retrógrado de un país progresista, lo mató una sociedad racista y excluyente, lo mató la falta de amor.

Podría escribir muchas otras cosas que esta noticia me ha provocado.  Pero, me extendería demasiado.  Solo me resta decir ahora que siento verdadera lástima por todas las personas que tomaron el video, por todas las que pasaron de largo y por los policías que no detuvieron a su compañero y le dejaron sumarse a la lista de crueles asesinos del país. 

Por todos y cada uno de ellos siento una profunda pena.  Porque cuando menos se lo esperen, escucharán el grito desesperado de Floyd que despertará sus conciencias y les hará caer en la cuenta de que fueron igualmente responsables por la muerte de Floyd.  Lo mataron lenta y cruelmente con su indiferencia…

Esta noche Derek Chauvin, el policía “blanco”, ha sido acusado de homicidio involuntario, abriendo así, una herida profunda en el corazón de muchos…

Pero también debe ser acusado de intentar matar la confianza, de intentar matar la esperanza, la sensibilidad, la solidaridad, los buenos y grandes sentimientos de inclusión, de comunión.

George Floyd fue asesinado.  Cruel, salvaje e injustificablemente torturado y asesinado.  Pero no fue la única víctima. Muchos fueron víctimas de la insensibilidad, otros de cobardía, otros del odio.  

Derek Chauvin, el policía blanco también fue víctima…de la falta de Dios en su corazón.  Tiene que tener un enorme vacío en su interior.  Debe haber sufrido amargamente la ausencia de cariño.  No sabe de gratuidad, de generosidad, de respeto, de cercanía, de ternura...

También a él le deseo “que descanse en paz”.  Porque una persona como él, con ese enorme hueco en su corazón; sin amor, sin humanidad, está sencillamente muerto.

28 de mayo de 2020

A los 74 días de mi cuarentena...

Jueves de la última semana de mayo…

Ayer miércoles no escribí en el blog.  En realidad, estuve indispuesta todo el día.  Parece ser que se trató de un envenenamiento, una mala digestión.  Pasé el día bastante mal.  Pero ya hoy, estoy mejor, gracias a Dios.  Y luego de agradecerle a Él, también tengo que agradecer a los que me escribieron preguntándome por qué no había escrito, y que se habían quedado esperando leer el blog hoy.  

Su preocupación y buenos deseos me sorprendieron, pero igual, los agradezco y valoro mucho. Es una sensación bien extraña.  Me siento en las noches a escribir, intentando dejar a un lado los razonamientos, y escribir desde el corazón lo que voy viviendo en este tiempo de cuarentena; especialmente, cómo voy experimentando el paso de Dios por mi historia.  Y me emociona saber que hay personas que van acompañándome en este proceso.  Debe ser que hay muchas historias parecidas a la mía…

Como estuve mal, no pude trabajar ayer.  Estuve prácticamente todo el día en la cama. (salvo las “visitas” constantes al baño); por lo que, en la noche, cuando ya me comenzaba a sentir mejor, decidí ver una película.  

Acostumbro a escoger lo que voy a ver.  Nunca he sido de ver lo primero que aparezca, ni me gusta arriesgarme a ver alguna película que no me hayan recomendado, o de la que no haya leído una buena reseña antes.  Pero reconozco, que en ocasiones, cuando voy subiendo y bajando el cursor del control del televisor, mirando títulos en Netflix, de pronto, alguno me hace “click” y me arriesgo.

Así fue que vi anoche, 18 Regali, una película italiana basada en la historia de Elisa Girotto.  No me gusta contar películas, no se preocupen, no la contaré. Pero, se la recomiendo cien por ciento.  Es una película muy bonita, y a pesar que utiliza en un momento dado, el recurso de la ficción, es muy humana.  Llena de contrastes; como la vida misma. 

Es una película que ahonda en la realidad de que la vida no está en nuestras manos, no está bajo nuestro control, pero sí podemos procurar vivirla el tiempo que sea, el tiempo que dure, de la mejor manera posible. Y sobre todo, vivir pensando en los otros.  Esto hace una gran diferencia entre una historia y otra.

Vivir, ya es bastante complejo.  Y encima de eso, si se quiere vivir bien, con dignidad, con honestidad, desde al Amor, pues la cosa es un poco más complicada.  

Al ver la película pensaba en mi madre, pensaba en mí.  Mi madre está viviendo su proceso de enfermedad con una valentía pasmosa.  Su pasión por la vida está cimentada en una fe fuerte, firme. Vive cada día, construyendo futuro.  Piensa en las plantas que ha de sembrar, en cómo celebrará las próximas navidades (por esto de la pandemia), en los gandules que recogerá en la próxima cosecha, en el día que jugará nuevamente bingo, en los biznietos que faltan aún por llegar y en el día que volverá a su parroquia.

Tiene una constante preocupación por la salud del vecino, por las libras que he adquirido en estos meses y porque la dejemos salir al supermercado.  Está atenta a llamar diariamente a las amigas enfermas, a los familiares que viven lejos y al nido que le preparó a sus canarios.

En sus palabras, cercana ya a sus 89 años, no hay reproches ni quejas por lo vivido; pero sí urgencias y demandas por su futuro.  Hay cosas que nunca ha negociado en su vida, su misa diaria y el rezo del rosario, antes de irse a la cama.  Independientemente esté en casa, o en el hospital, nunca ha prescindido de esto.

Está aferrada a la vida con una fuerza que a veces me parece hasta irracional.  Pero también pienso que ella ha sabido descubrir esa Fuerza que el Señor pone en cada uno de nosotros, y se ha preocupado y ocupado de cuidar, sostener, defender en todo momento.  Ella, junto a esa Llama de Fuego que le quema por dentro, han formado un gran Equipo.

Un Equipo que se apoya, se animan, se ayudan continuamente.  Ella se siente acompañada, dirigida, ¡salvada! por el Otro y se ha abandonado con total confianza en ese Compañero que le es Fiel y a quien ella le ha respondido con igual fidelidad.

Nunca llegaremos a comprender el Misterio del Amor.  No sabremos nunca cómo la fe se va colando en cada pulsación de nuestro cuerpo; como nunca sabremos al ver a una mujer embarazada, cómo será el fruto de su vientre.  No comprendemos cómo se va construyendo el Reino, con los conocimientos científicos que nos explican cómo pasar de la oscuridad a la luz. 

Pero sí podremos beneficiarnos del testimonio de esas personas, como mi madre, como Elisa Girotto y muchas otras, que han sabido vivir con pasión, con coherencia, con transparencia, desde el Amor, desde dos, desde la comunidad trinitaria.

26 de mayo de 2020

A los 72 días de mi cuarentena...

Martes de aperturas, de una nueva fase.  Como era de esperar, fue un día bastante agitado en las calles. Algunos sectores económicos comenzaron a operar nuevamente, de otras maneras, estrenando protocolos e intentando retomar lo dejado hace setenta y dos días atrás…

Asistí a una reunión en la mañana y luego tuve que llegar hasta el Banco por unas gestiones que no podía delegar.  Fueron dos escenarios completamente distintos, con gente y motivaciones diferentes, pero con denominadores en común.

Tanto en la reunión, como en el Banco; se respiraba temor y preocupación.  Dos palabras que se han sumado a la lista de las más usadas en los últimos días.  No deben interpretarse ninguna de las dos como actitudes negativas en sí mismas.  Son solamente indicadores de cosas más profundas y muy válidas que todos experimentamos en este tiempo.

Al menos, me sentí tranquila, porque en ambos lugares, se tuvo especial cuidado con los protocolos sugeridos; distanciamiento, uso de mascarillas, etc.  Evidentemente, esto es signo de responsabilidad social pero igualmente, de temor y preocupación.

Regresé a casa ya a media tarde, algo cansada (el calor me drena) y lógicamente con mucha hambre.  Me metí a la cocina, para prepararme algo ligero y luego de comer, me senté a responder correos.  Ya pronto iniciaría la Mesa Virtual que hemos estado celebrando durante este tiempo de confinamiento por medio de Zoom.

Llegada la noche, experimento una vez más, una enorme gratitud al Dios de la Vida por el privilegio de poder participar en estos encuentros.  Hoy culminamos la llamada: “Escuela de la Resurrección”, donde fuimos viendo cada martes, en este tiempo pascual, los relatos de las apariciones del Resucitado.  Hoy fue el último de esta “serie”.  

Culminamos con Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles.  Y realmente tuvimos un gran banquete.  Fue increíble ver que en cada grupo se compartió la experiencia del Espíritu, como el gran comunicador de Pentecostés.  La mayoría de las personas (de las más de cien que participamos) expresó, que al escuchar la reflexión, pudieron cambiar su mirada y descubrir con nuevos ojos la fuerza del Espíritu, que sin duda sigue de protagonista, en este tiempo especial que estamos viviendo. 

Pienso que este tiempo, no es ni el más malo ni el peor.  Es un tiempo privilegiado para descubrir en nosotros esos signos del paso de Jesús por nuestra vida, que nos hace reconocer la acción del Espíritu.

Pentecostés nos invita a mirar este tiempo, como uno lleno de Gracia, donde, si somos capaces de acallar nuestras voces, nos sorprenderemos con el eco de su Voz dentro de cada uno de nosotros.

Pentecostés nos ayuda a descubrir aquellos aspectos de nuestra vida que no están lo suficientemente claros.  Y aunque esta mirada pudiera herirnos o hacernos sentir aplastados; podemos celebrarlo con alegría y paz porque no depende ni dependerá nunca de nuestro esfuerzo, sino de la fuerza que le permitimos al Espíritu desarrollar en nosotros. 

Pentecostés me recuerda, quién me habita desde siempre, quién me guía, quién me acompaña, ilumina, capacita, fortalece; ama.  Es un recordatorio permanente de mis exiguas fuerzas; de mi necesidad de que mi vida sea llevada por Él.

Fue muy hermoso escuchar el testimonio de tantos hermanos que celebran el participar de estos encuentros.  Todos expresan su agradecimiento porque descubren en la Palabra, “las palabras” que han estado siempre presentes, pero no se habían detenido a escucharlas desde el corazón.  La sencillez con que expresan su alegría, es realmente conmovedor…

Yo me uno a ellos, a los que se sienten agradecidos por el don de la fe.  A los que valoran que la ausencia de agendas cargadas, le hayan dado espacio a una mayor profundización de la Palabra.  A los que se sienten privilegiados de poder participar con una comunidad de hermanos, desde la propia vida.  A los que se han beneficiado de una comunidad de Pastores, Misioneros Claretianos, que insuflados por el Espíritu, no cejan en su empeño de provocar para nosotros, encuentros con el Resucitado.

Pentecostés nos incendia el corazón para que sintamos siempre viva la memoria de Jesús, para que nos apasionemos por las cosas que le apasionaban a Él, para que suframos lo que le hacía sufrir a Él, para que amemos como amaba Él.

Pentecostés es ocasión de incendiar a otros, de frutar ese ardor, no con grandes obras, sino con el profundo y sencillo lenguaje del Amor.

María Belén...


María Belén…

María Belén me habla de dulzura, fragilidad
de la casita de Nazareth que coloco en Navidad.
Has sido frutada de reciedumbre,
soñada en la libertad.

Llegaste en un tiempo difícil, dirán algunos
yo más bien diría, que en uno especial.
Has sido alegría en medio de un mundo
que busca afanoso poderla encontrar.

Te asomas cual frágil crisálida
con desplegadas alas
queriendo estrenar.
Con polvo de estrellas
en tu dulce mirada
y con sueños inéditos
de tu amado Abbá.

Tu nombre me sabe a esperanza
a mejores tiempos en Su voluntad,
tu nombre me sabe a Pan fresco
que ha sido Amasado para la eternidad.

María Belén:  Casa del Pan

25 de mayo de 2020

A los 71 días de mi cuarentena...


Inicio de una nueva semana, la última del mes de mayo.  Todavía se me hace difícil creer que ya pronto comenzaremos el mes de junio.  Recuerdo vívidamente ese domingo, 15 de marzo.  Estábamos celebrando el quinto Encuentro del Proyecto Saeta con un grupo de más de cincuenta jóvenes, líderes de la Pastoral Juvenil Claretiana de PR, en Casa Misión Claret.

Todo era alegría, risas, canciones, ilusión.  Muy lejos, se iba acercando una ola de incertidumbre, de dolor, disfrazada de terror.  Quién iba a decirnos que cuando recién comenzábamos a compartir el temor de la posibilidad de cancelar nuestro viaje a España para hacer el Camino de Santiago, daría inicio justamente a esa hora, nuestro primer “Toque de queda”.

Recuerdo que nos sentimos confundidos, sorprendidos y con un cierto aire de temor ante lo que por supuesto, no teníamos claro.  Mientras estuvimos en nuestro Encuentro, el gobierno había hecho el anuncio que nos obligó a cerrar la actividad a toda prisa, no sin antes dejarnos aquel sabor amargo que nos confirmaba que las sospechas de suspensión de nuestro viaje, iban tomando fuerzas. Desde ese día hasta hoy, ha sido una montaña rusa de emociones, de sorpresas, de nostalgias, miedos, incertidumbre, dolor.

Yo he tenido la gran bendición de no haber tenido que salir al supermercado ya que mis hijos o mi ahijado se han ofrecido y han sido ellos quienes en determinados momentos han ido a comprar lo que voy necesitando.  Por otro lado, tengo amigas que son en realidad hermanas que sin pedirlo y sin anunciarse han llegado hasta mi casa a traerme algunas provisiones.  Lo he escrito ya por aquí en alguna ocasión; en setenta días solo he salido a ver a mi madre y un día a ver a mi hermana.   Nada más.

Pues hoy, lunes, luego de escuchar a varios analistas del país, tanto del sector económico como del área de salud, decidí que iría yo personalmente al supermercado a comprar lo que necesitaba.  Salí muy tranquila, confiada, por lo que le he escuchado a mi hermana y a muchos, de las excelentes medidas salubristas que están tomando los supermercados.  Que te toman la temperatura, que tienes que hacer fila, porque no entran todos a la vez, para evitar la aglomeración de personas.  También, están pendientes a que debes llevar mascarilla e inclusive en el suelo tienen unas flechas que te van indicando como debes fluir dentro del supermercado.

Con la certeza de que el COVID 19 llegó para quedarse, escuchando a todos los líderes de este país diciéndonos que hay que aprender a vivir con esto, y consciente de que no puedo seguir dependiendo de otros, decidí hacer mi primera salida al supermercado.

Fui a uno de los más grandes, que tiene un gran estacionamiento y un gran pasillo techado.  Hoy el sol estuvo furioso y no quería exponerme a hacer mi fila bajo su mirada.  Pensé que si tenía que esperar mucho tiempo para entrar, quería hacerlo bajo la sombra.

Al llegar, el estacionamiento estaba bastante lleno.  Para mi sorpresa, no había nadie en fila.  Me fui acercando lentamente a la puerta de entrada del supermercado.  Debo confesar que me sentí extremadamente rara, y algo ansiosa.  Me detuve frente a la entrada.  Luego de varios minutos, se me acerca una persona; empleado del lugar y me indica que entre, que no tengo que esperar, que no hay problema.

No hubo toma de temperaturas, nadie higienizó mi carrito de compras y al entrar, quedé tan sorprendida como nerviosa.  El supermercado estaba lleno, repleto de gente, en una dinámica completamente ordinaria, normal de cualquier sábado del mes de diciembre.

Suplidores colocando mercancía en las góndolas, grupo de personas (la mayoría hombres) que se detienen a saludar y conversar.  Sí ví las flechas en el piso, pero en todos los pasillos la gente iba y venia a su antojo y aquellas señales no dejaban de ser unas manchas rojas sin ningún significado. Yo me sentí perdida, asustada, sorprendida.  Fui avanzando con mi carrito, intenté por todos los medios de no “tropezarme” con nadie; pero algunas personas sí tropezaron conmigo.  No miré a nadie, no hablé, no pregunté, solo avancé y recé.

Se escuchaba música, se percibían los olores típicos de un supermercado y lo más increíble fue ver que todas, todas las personas que vi, que fueron muchísimas, dejaban ver a través de sus ojos una tranquilidad y paz que lejos de agradarme, me espantaba.

Mientras iba comprando me preguntaba si este escenario se viene dando hace ya tiempo y como yo no había salido, no me había enterado, o si tiene que ver con ese resurgir que se ha dado este fin de semana en PR donde se está celebrando de antemano la apertura a los negocios, que dicho sea de paso, será efectivo a partir de mañana martes 26.

Me sirvió de muchísima reflexión la experiencia.  Sí me preocupó mucho el ver a tanta gente en actitud relajada y no precisamente pendiente al distanciamiento social.  Vivimos inmersos en una nueva comunidad que entre todos estamos construyendo, y de alguna manera deberíamos temer a las consecuencias de decisiones equivocadas o conductas irresponsables, que a fin de cuentas, nos perjudicarán a todos.

Me preocupa que nos aliemos a procesos que respondan a deseos o placeres que puedan llevar una buena dosis de egoísmo e inconsciencia.  Me preocupa el que no nos preocupemos.  Creo que se pone mucho en juego y se nos puede escapar el control que hasta ahora creíamos tener.

Perdí la cuenta de las veces que me lavé las manos al llegar a la casa.  Tardé alrededor de dos horas en higienizar producto por producto antes de almacenarlos.  Terminé muy cansada y preocupada…

De todas maneras, creo que esto también es ocasión de experimentar nuestra pobreza, nuestra desnudez; y quizás desde ella, podemos ser testigos de un Dios divinamente humano.

24 de mayo de 2020

A los 70 días de mi cuarentena...

Llegó ya el domingo y con él, el final del fin de semana.  Apagué anoche el teléfono y no fue hasta después del medio día de hoy que lo volví a encender.  Gracias a ello, pude tener “silencio”, en la mañana.

Las horas sacrificadas de sueño de la última semana, me han pasado factura.  No fueron suficientes las horas descansadas hoy, porque me he sentido con el cuerpo adolorido, dolor de cabeza y muy pesada.  Definitivamente, las noches se hicieron para dormir.  Está confirmado.

Hoy se celebra el día de la Ascención del Señor.  Y me llamó mucho la atención la primera lectura que nos propone la Iglesia hoy.  Es del libro de los Hechos de los apóstoles (1,1-11).

Me pareció curioso que se habla de esos cuarenta días, que estuvo Jesús apareciendo, ya Resucitado, a sus discípulos, dándole pruebas de que estaba vivo, hablándole del Reino de Dios y dándole algunas instrucciones.

“Casualmente” este fin de semana se ha flexibilizado en nuestro país, el protocolo de la cuarentena.  Y ya a esta hora de la noche han circulado muchísimas fotos de la gente que se ha lanzado a las playas, la mayoría de ellas, olvidando las medidas de salubridad y distanciamiento social recomendado.  

No llevamos cuarenta días, llevamos setenta, escuchando las advertencias, los consejos, y todo lo relacionado al COVID 19.  Pero, a la hora de la verdad, no todos, pero sí muchos, se olvidan de lo escuchado, no valoran el bien que nos ha hecho quedarnos en casa y sencillamente, han vuelto a tirarse a la calle como si nada.

En nombre de “la libertad que necesito”, de “mi salud mental”, de que “necesito salir y no sentirme encerrado”; se comete la imprudencia de ignorar las reglas más elementales de una sana y responsable convivencia.

Me hizo hoy muchísimo más sentido, la necesidad de Jesús, la paciencia de Jesús, las repeticiones de Jesús a los discípulos, porque igualmente, tenía que explicarle las veces que fuera necesario, para ayudarles a no caer en la tentación de olvidar ese miedo que pasaron encerrados, olvidar la vulnerabilidad que experimentaron con su ausencia, el dolor que sintieron ante su inexplicable muerte.

Los seres humanos somos así.  No es suficiente que nos hagan un anuncio en alguna ocasión, que nos adviertan una sola vez; necesitamos escuchar una y otra vez lo mismo.  Requerimos pruebas, evidencias, testimonios para entonces, finalmente, entender, creer.

Casi al final de la lectura dice: “No les toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibirán la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”.

La Palabra nunca cae en paracaídas, siempre es novedosa y Viva.  

Ninguno de nosotros sabe o puede predecir cuándo el COVID 19 dejará de ser una gran pesadilla.  Pero de lo que tenemos certeza es, que hemos recibido la fuerza del Espíritu Santo para enfrentar este virus o cualquier cosa que nos amenace.  Pero hay que tener una convicción clara, profunda, certera de que esto es así.  Tengo que poseer memoria agradecida para poder sentirme impulsada por esa fuerza.

Hay una segunda parte que solemos olvidar un poco, como nos pasa mucho; el gran compromiso que adquirimos con esta gracia:  ser testigos del Resucitado hasta el confín de la tierra.  Dar testimonio de su Resurrección. Es una gran interrogante que he tenido presente en todos estos días de confinamiento.  

Cuando regresemos a nuestras habituales actividades y compromisos: ¿lo haré en un acto de impulsividad infantil como los que se tiraron a la calle sin mascarillas y olvidando el distanciamiento social?  ¿Lo haré ignorando mi deber como persona cristiana que no solamente tengo que velar por mi persona, sino, por el otro, que es mi primer gran responsabilidad de amor? 

¿Recordaré la Palabra que me ha sostenido en esta cuarentena? ¿Viviré agradecida de la salud y todas las gracias recibidas dentro de este difícil momento?  ¿Recordaré con corazón agradecido las veces que tuve comida sobre mi mesa?

¿Me acordaré de los nombres de tantas personas que se mostraron siempre cercanas? ¿Podré testimoniar la paciencia, la misericordia, la empatía, la solidaridad que el Espíritu sopla dentro de mí?

Como diría un viejo fiscal de mi país: “Esa es la pregunta”.