3 de junio de 2020

A los 80 días de mi cuarentena...

Miércoles, mitad de semana…

Hoy tuve un día como el nuevo tiempo litúrgico: ordinario.  Un día normal de trabajo, de las llamadas a la familia, del seguimiento a las tareas pendientes etc.  Y en la noche, como todo los miércoles, el encuentro con la comunidad; lógicamente de modo virtual.

Entre otras cosas, nos detuvimos a compartir la homilía que ofreció en Pentecostés el Papa Francisco y me pareció genial en el preámbulo de la gran fiesta de la Trinidad que ya se avecina.  Las palabras del Papa Francisco, siempre tan llanas, tan profundas y sencillas a la vez, hacen que uno regrese una y otra vez a querer leer sus cartas.  Realmente es un hombre de una sensibilidad evangélica increíble.

El tema de la comunidad no se agotará nunca porque procede de una Fuente inagotable de Vida.  Y es el mismo Espíritu quien va insuflando a todos y cada uno de sus miembros.  Los va animando, acompañando, y capacitando en todo momento.  Los miembros de la comunidad nunca serán los protagonistas de ella (¡gracias a Dios!).  Si dependiera de nosotros, sería cualquier cosa; menos una verdadera comunidad.

Yo he encontrado en la vida comunitaria una riqueza incomparable, increíble y adictiva.  Confieso que soy comunidad-dependiente.  No puedo estar fuera de la comunidad.  Lo llevo en mi ADN.  No me reconozco ni entiendo sino es desde mi comunidad. No sé vivir mi relación con el Otro y con los otros, sino es desde mi identidad comunitaria.

En este tiempo “moderno”, caemos en la tentación de medir los círculos donde nos movemos, por lo que estos puedan satisfacer alguna necesidad personal.  Actitudes egoístas que reflejan una de las muchas fragilidades que llevamos dentro.  Y en la comunidad, no existe el trueque, el intercambio, el pago por… la comunidad se basa en la donación, en la gratuidad.

No se trata de derechos ni de obligaciones, se trata de libertad.  No se trata de amistad, sino de hermandad.  En la comunidad se va caminando juntos, pero cada uno va a su ritmo, respetando siempre el espacio del otro.  

Cada persona que pertenece a una comunidad, comprende su afiliación a ella, desde el Amor.  No hay otra explicación.  Somos todos diferentes, tenemos diversas historias, procedencias, andaduras, afinidades, gustos, experiencias.  Estamos contenidos en un inmenso abanico de realidades diversas.  Y eso está bien, no está mal.

Cada uno aporta desde su realidad una gran riqueza a la comunidad.  Cada uno pone a la disposición de los demás los dones que ha recibido, y que ciertamente todos poseen más de uno.  Cuando la comunidad se experimenta como don, es cuando se vuelve adictiva, necesaria, imprescindible para nuestra vida.

Es que hemos nacido para vivir en comunidad.  Y es el deseo de Dios para nosotros.  No hay mayor evidencia que ver la primera, esa que celebraremos el domingo, la Santísima Trinidad.  Una que nos muestra ese amor de interrelación, de complementariedad, de vida compartida.

Cuando en una comunidad se experimenta la alegría de sentirnos amados como somos, cuando  no se pretende cambiar a nadie, no se juzga a ninguno, hay aceptación, respeto por el otro; se constata que es el Espíritu Santo quien está en medio de ella .  Ciertamente cuando es así, hay tolerancia, comprensión, ternura, empatía, amor.

No podemos reducir la experiencia de la comunidad a una actividad que creamos necesaria para la construcción del Reino.  Aunque pudiera ser eso cierto; lo que realmente es importante es ver la comunidad como lugar privilegiado de encuentro con Dios, en medio de la pluralidad, en medio de nuestras limitaciones y fragilidades.  Tener una experiencia de fe con otros que al igual que yo, andamos en búsqueda de lo Trascendente. 

Esto no quiere decir que en una comunidad no existan dificultades.  ¿Acaso no han existido los problemas comunitarios desde las primeras comunidades?  Pero, lo que no podemos olvidar es que una comunidad nunca está en crisis.  Lo que sí puede estarlo, son algunas situaciones o experiencias que necesitan ser iluminadas por el Espíritu, pero no la comunidad.  Porque la comunidad es don de Dios y eso jamás estará en crisis.

Bueno, ya la computadora comenzó a fallar, debo terminar aquí.  Solo quería compartir hoy mi adicción, mi amor, mi enamoramiento de mi comunidad.  Creo en ella, la valoro, la defiendo, la cuido, y siempre la veré como un regalo inmerecido de mi Padre Abbá.  

2 comentarios:

  1. Dios te bendiga por esa comunidad, q tristeza q alcu os de mis hermanos no entienden ese concepto de comunidad.

    Mauri. SC la Ceiba. Hon.

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