4 de junio de 2020

A los 81 días de mi cuarentena...

Jueves, preámbulo del primer fin de semana de junio…

Hoy me desperté muy temprano, bueno, en realidad me despertó una llamada telefónica.  Ya luego de atenderla, me levanté, pero con muchísimo trabajo porque sentía que necesitaba dormir y descansar más.  Pero…inicié mi día de una vez.

Experimenté prontamente las altas temperaturas que iban a perdurar durante todo el día.  Había un sol hermoso, brillante, intenso.  Al asomarme al balcón, alargué la mirada hacia las montañas que se ven a lo lejos.  Es una de las cosas que más disfruto en las mañanas, sentarme con una taza de café en mano, a mirar, disfrutar, agradecer.

El poder escuchar los pájaros, el maullido a lo lejos de los gatos en el estacionamiento; el poder aspirar los aromas de café mezclados con el sonido de los carros, del tren…es presenciar la vida abriéndose paso.  Experimentar sentimientos de gratitud, es inevitable.  ¡Hay tanto que agradecer! 

Me parece realmente increíble cómo disfruto de las mañanas, a pesar que las noches ejercen sobre mí un cierto encantamiento.  Las noches son, para la mayoría de las personas, el tiempo de descanso muy esperado durante todo el día.  Es el momento que muchos añoran, donde abandonándose al sueño pueden perder la consciencia y de ese modo, olvidar por una horas, su realidad.

Para otros, las noches son ocasión de acompañar un enfermo, de cuidar al anciano, de ganarse la vida vigilando una propiedad, o de emplear largas horas a la oración.  Son las noches, esas ventanas por donde se nos cuelan las preocupaciones, las preguntas, las dudas, los sufrimientos.  Los miedos se agigantan y aminoran nuestras defensas.

Sin embargo, también la noche es silencio.  Es el momento donde se acallan los ruidos que nos han ido acompañando durante el día y que en muchas ocasiones interceptan el diálogo entre el Otro y yo.  El silencio, que no es ausencia de palabras, sino su Eco en plenitud.

La noche se viste de quietud y armonía.  Cesan las prisas, las urgencias, el stress.  Bajan las tensiones, no hay tiempo para los enfrentamientos, porque menguan las fuerzas para ello y se percibe un ambiente de paz.

Para mí, la noche es un tiempo muy especial en mi vida.  Lo veo como el tiempo de la oportunidad, del descubrimiento, de la poesía, de lo auténtico…

En algún lugar del Génesis leí que Abraham intentaba contar las estrellas en la noche, recordando la promesa de descendencia que el Señor le había hecho.  Fue de noche que los Reyes de Oriente buscaron afanosamente la estrella que les guiaría hasta Belén.  Los pastores, se maravillaron ante el Niño Dios, en la noche.  

Fue en la noche que el Ángel del Señor le habló a José sobre María.  Jesús se le aparece a los discípulos en muchas ocasiones, en las noches.  Y en muchas otras, les invita a estar en vela.

La noche me ofrece a mí muchas oportunidades hermosas.  La de silenciarme, la de encontrarme conmigo misma, con el Otro, y sobre todo, me da tiempo de escuchar para poder hablar.

Había una costumbre en el judaísmo antiguo, de que los centinelas permanecían en un lugar elevado del Templo para anunciar a los sacerdotes, la llegada de la primera luz del día.  Solo entonces, en la hora de la escucha por excelencia, podían comenzar los sacrificios y recitarse el “Shemá”.

Para mí esta vieja costumbre judía contiene una sabiduría muy profunda.  “solo entonces…”no antes, “solo entonces”, luego de haber estado en vela, de haberse consumido la luz del día…

“en la hora de la escucha”….es que solamente acallando nuestras voces podremos escuchar La Voz…

“solo entonces, podía recitarse el Shemá”…

En la noche, dejo que me invada el silencio que está lleno de Su Palabra, hago el ejercicio de Escuchar, y solo entonces, desde la sencillez y mi fragilidad…intento expresar en palabras, el paso de Dios en mi historia.  

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