18 de junio de 2020

A los 95 días de mi cuarentena...

A lo largo de los años comenzamos a comprender la verdadera vida que se oculta detrás de la historia que vamos escribiendo. Y aprendemos, que aquello que en un momento dado polarizó nuestra vida, seguramente ha perdido hoy, su protagonismo.  De igual modo, muchos grandes esfuerzos, hoy nos parecen bastante inútiles.

Al mirar atrás vemos hermosos sueños, grandes proyectos, mucha energía empleada, una vida apostada a todo.  Con todo esto, también convivieron la ilusión, la confianza y la certeza de que estábamos haciendo lo que sentíamos debíamos hacer y del mejor modo.

Y vivimos convencidos de que todos los que giraban a nuestro alrededor, le iban tomando el mismo pulso a la vida. Pero, nada más lejos de la verdad.  Cada uno de nosotros tiene su propia y única historia.  Nadie alcanzará a comprender la profundidad de los sentimientos de los otros.  No somos capaces de imaginar siquiera los sacrificios, desvelos y sufrimientos con que hemos intentado vivir una historia que no pocas veces, ha resultado muy pesada.

La buena noticia es que nunca es tarde para reorientar la ruta.  Siempre hay tiempo para comenzar a invertir en un proceso de depuración que nos vaya liberando de nuestros egoísmos y de la búsqueda de la autorrealización.  Un tiempo de desintoxicación, de purificación…

Es tiempo de comprender que las fidelidades no han sido nunca valoradas.  Y sucede, porque así es la vida.  Nadie está exento de experimentar sentimientos de ingratitud.  Como tampoco nadie debe esperar lo contrario.  Cuando lo que ha movido nuestro accionar, es el Amor; no hay lugar para el arrepentimiento, ni para victimizarnos.

Se presenta la ocasión de mirar a nuestro alrededor con otros ojos, de hacer nuevas interpretaciones y de sacar lo mejor de nosotros y volver a ofrecerlo, y volver a donarnos.  Porque seremos siempre fieles a nosotros mismos, a nuestras convicciones más profundas, a nuestras opciones de vida…a nuestro corazón.  No podemos traicionarnos, ni podemos claudicar.  Dejaríamos de ser nosotros mismos.

Lo bueno de tener más pasado que futuro, es que aprendemos a tener una mirada más benévola sobre nuestras debilidades y las ajenas.  Tenemos una amplitud de perspectivas, una intuición desarrollada y una sana autoestima que nos recuerda aquel dicho popular:  “Tal vez para el mundo, solo eres alguien, pero quizás para Alguien, seas su mundo”.

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