Iniciando una nueva semana de junio, regreso por aquí, gracias a una computadora que tengo prestadita. Sigo trabajando desde casa, en lo que sigo haciendo averiguaciones para adquirir una nueva y a pesar de estar sufriendo hoy un molestoso espasmo muscular.
Hoy, no abrí puertas ni ventanas de mi casa en ningún momento. Estamos bajo una inmensa y muy densa nube del polvo del Sahara. Es un fenómeno que no se veía desde hacía más de 50 años en Puerto Rico y es realmente impresionante. A través de los cristales de mi apartamento no veía nada que no fuera esa inmensa nube gris que iba tragándose montañas, edificios, carreteras, todo lo que encontraba a su paso.
Nunca había visto algo igual. Ni siquiera el cielo contaminado que vi durante los años que estudié en México, se asemeja a lo que tuvimos el día de hoy. La experiencia de ese cielo es distinta. Hoy, daba la impresión de que las cosas se iban perdiendo poco a poco, lentamente bajo ese manto opaco y grisáceo.
Estuve trabajando en mi habitación todo el día y cuando el espasmo me pedía tomar descansos, me ponía a mirar a través del cristal de las ventanas. Intentaba dar nombre a las sensaciones que iban despertando en mí esta experiencia, porque me hacían sentir algo rara. Palpaba una espantosa quietud, que contrastaba con una escena beligerante. La luz del día se declaraba en duelo con la nube. Intentaba recobrar el lugar que han invadido miles de partículas de arena.
Pensaba, ¿cómo es posible que haya llegado esa inmensa nube hasta aquí, hasta esta pequeña isla en el Mar Caribe? ¡Qué orquestada peregrinación han realizado! ¡Si hay más de once mil kilómetros entre África y nosotros! (al menos eso me respondió Alexa cuando le pregunté).
La nube siempre sabe a Misterio. Me recuerda cómo era testigo de los encuentros de Moisés con Dios. “Cuando Moisés entraba en la tienda, la columna de nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés. Cuando el pueblo veía la columna de nube parada a la entrada de la tienda, se levantaba y se prosternaba cada uno a la puerta de su tienda” (Éxodo 33…)
Es como si la nube fuera la forma elegida por el Señor para presentarse, para que le guardase el secreto, de mostrarse o esconderse. Pero había otro misterio en esto. Mientras bajaba la nube, la gente se mantenía atento al Señor, todo se paralizaba, y había gran expectación.
Así lo sentí esta tarde. Siento que estamos en actitud de espera, esperanzada y confiada en que al final, será la Luz la que prevalecerá. Ciertamente que llevamos varios meses heridos de oscuridades. Y experimentamos el miedo, la incertidumbre, la impotencia; ante esta nueva realidad que nos ha traído el COVID.
Pero también es cierto que hemos descubierto nuevas claridades en nuestra vida. Hemos aprendido a ser más pacientes, más tolerantes, más sensibles. Y esta sensibilidad es la que permite darme cuenta hoy, que no me preocupa para nada, ese “nuevo mundo” que tanto hablan por todos lados. Se habla con cierto temor de una nueva realidad, de una nueva vida.
A mí no me preocupa para nada, cómo serán las cosas el día de mañana. No me interesa imaginar siquiera de qué modo serán igual o distintas las cosas, qué prevalecerá, qué cambiará, qué se perderá…eso no es importante.
Lo que sí me preocupa y ocupa a mí, es el poder responderme en quién me he transformado. ¿Quién seré yo al final de esta etapa? Porque sí que me he ido transformando durante estos meses de confinamiento. No soy la misma de hace tres meses atrás. No pienso, siento ni quiero actuar igual. Porque no soy la misma. He experimentado una transformación de la cual quiero hacerme consciente, y vivirla desde el agradecimiento y en actitud responsable.
No puedo dejarme afectar por personas pesimistas que están viendo siempre qué le falta al vaso. Soy de las del grupo contrario. Sin dejar de ser solidaria con el dolor que muchos han sufrido por la enfermedad o por la pérdida de seres queridos; a pesar de esto, puedo enumerar muchísimas bendiciones que me ha regalado este tiempo en casa.
He re descubierto el don de los verdaderos amigos y comprendido mejor el valor de la familia. He experimentado de otra manera la oración, la fraternidad, la comunidad.
Aunque vivo físicamente sola, lo cual por supuesto, resulta muy duro a veces; he podido privilegiar espacios para conocerme, para encontrarme, para reconciliarme con mis propias oscuridades, para descubrir nuevas maneras de entenderme. También ha sido un tiempo valioso para leer, para meditar, para orar, rezar.
Y hablando de rezar…
Ayer domingo, fui por primera vez, luego de tres largos meses, a celebrar la Eucaristía. Confieso con mucha humildad que no encuentro palabras que hagan justicia a los sentimientos vividos. Escuché muchas veces a varias personas decir, cuán desesperados estaban por volver a comulgar. Soy testigo del hambre que decían experimentar por no haber podido comulgar durante este tiempo. Para ser completamente honesta, no pocas veces me sentí mal conmigo misma por no experimentar yo, esta “desesperación”.
Me sentía tranquila y en paz haciendo mi comunión espiritual. No quiero decir que no valore la comunión sacramental, por supuesto que sí, pero nunca me sentí con esa urgencia de volver a comulgar del modo que sé que mucha gente lo siente. Y por esta “pasiva” experiencia, me sentí mal en muchas ocasiones.
Sin embargo, cuando comulgué ayer, la emoción fue tan grande que no pude dejar de llorar en un buen rato. Podía escuchar los latidos del corazón y sentí la presencia real de Jesús en cada célula de mi cuerpo. Fue hermoso, extraordinario, una experiencia de Vida real, al igual que el encuentro con la comunidad.
Si yo me he sentido así; ¿cómo será cuando ha comulgado esa persona que lleva tiempo expresando su desesperación y urgencia por comulgar? ¡No puedo ni imaginarlo! Pero no dudo que recordarán como yo, las palabras de Pedro: “qué bien se está aquí”…
Pero, aparecerá nuevamente la nube, que nos recordará que hay que regresar a casa. Hemos vivido horas provisionales, transitorias, improvisadas y lejos de seguridades. Esto nos ha orillado a encontrarnos de otro modo, estrenando nuevos lenguajes. Hemos, al menos yo, he aprendido a comunicarme con Él con mayor confianza e intimidad.
Y al rezar en los Laudes, “nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”, recordaré que a pesar de la oscuridad, en medio de la inmensa nube zahariana, hay una Claridad habitada por la Presencia de mi Amado.
Amen, Bendiciones
ResponderEliminarMauricio SC
ciertamente todo queda en un segundo plano sin restarle importancia
ResponderEliminarpidamos a Dios su bendición para vivir estos tiempos
Jesús en Tí confiamos amen
Gracias
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