22 de marzo de 2020

Séptimo día de la cuarentena

Así terminó Dios
la creación del cielo y de la tierra
y de todo cuanto existe,
y el séptimo día descansó.
Génesis 2:2
Hoy domingo, séptimo día de la semana y de la cuarentena, he tenido muy presente este versículo del Génesis.  A pesar de verme tentada a continuar con las labores de limpieza, decidí recordar que, a pesar de lo ordinario y extraordinario de este día, no deja de ser domingo.  Y los domingos deben vivirse tranquilamente y priorizando lo importante.  Y la limpieza no está en mi lista de prioridades. 

En la mañana, celebré la misa, como todos los domingos, esta vez, a través de las redes sociales. Hoy, con la lectura del ciego de nacimiento, tuvimos un tremendo banquete de la Palabra.  Este Evangelio es uno de esos de los que se han escrito tantísimas cosas.  Hay reflexiones extraordinarias porque ciertamente es una Palabra tan profunda como hermosa.  

No quiero (ni me atrevo) hacer una reflexión sobre el Evangelio luego de escuchar al P. Héctor quien nos ofreció una homilía preciosa, en la que no hay nada que agregar.  Su voz fue instrumento para poder escuchar y hacer nuestra la voz del Otro.  Solo comentaré muy brevemente el eco que me ha producido la Palabra hoy.

La experiencia del ciego es tremenda.  Pasa de la exclusión, del sufrimiento, de la soledad, del pecado; al gozo de la libertad, a la alegría, al retorno a la comunidad.  El encuentro con Jesús, le arranca de la oscuridad, de la muerte y le concede experimentar las primicias de la Resurrección hoy, ya, aquí y ahora.  Jesús le ha dado una nueva vida, vinculándolo a la de Él. 

Tengo la completa seguridad que el Dios de la Vida sigue pasando entre nosotros, y está encarnado en nuestro sufrimiento.  Sigue pasando hoy junto a nuestras tumbas y su paso nos arrastrará detrás de Él, hacia la Pascua.  

Luego de la misa, dedico un rato a la lectura.  Entre tanto, algunas llamadas telefónicas y el uso de las redes sociales me conectan con ese mundo exterior que vivo desde el silencio de mi casa. Recibo la visita de mi hijo y con él, una buena dosis de amor, de risa y distención.  Los años no le han robado a mi hijo generosidad, ni su corazón de niño.  Sigue confiando en los sueños y empeñado en sus búsquedas.

Compartimos sobre las actividades que vamos haciendo, él desde su casa y yo desde la mía y nos sugerimos y motivamos a realizar cosas nuevas.  Por lo pronto, luego de compartir la comida; regresó a su casa con pinturas y pinceles que alguna vez me atreví a usar. (me atreví, sí, de atrevida porque no tengo la más remota idea de pintar jajajaja).

Antes, el dibujo de una hermosa águila inauguró la libreta que hace mucho tiempo le tenía guardada. Un dibujo a lápiz, sombreado, muy bonito.  (Él sí sabe dibujar, y muy bien).

Se fue con mis pinturas, pinceles, libreta y por supuesto, mi bendición.

Regresé a la caja “mágica” donde se escondían las pinturas y pinceles y continué en la búsqueda de materiales que me sirvan para crear mínimamente expresiones de cercanía y cariño. He estado preparando pequeños “regalitos” para compartir con otros que, como yo, y como todos, estamos confinados en las casas y que imagino (el ladrón juzga por su condición) que al recibirlos, se sentirán acompañados y queridos; al menos, por unos instantes.

Es increíble el gozo tremendo que me produce el solo hecho de imaginar lo que voy a preparar.  Elegir una tarjeta, un detallito, un mensaje, (¿unos cupcakes?) me salva del egoísmo y del tedio. Anticipar una sonrisa, un instante de paz, de alegría en el otro, me acelera el pulso y me lanza en infantil carrera a la creatividad cargada de ilusión.

Antes de irme a la cama, me siento a escribir por aquí y me despido de este bendito día del Señor no sin antes pedirle que libre a mis ojos de la tentación de juzgar, de ignorar o excluir.  Le pido que me libre de la ceguera del egoísmo y me conceda el don de la fraternidad.  Le agradezco profundamente el don de la fe, y los maravillosos Encuentros con Él que me hacen descubrir esos caminos que me llevan a pensar en los demás, antes que en mí.  Le pido que tenga la dicha de poder ver a los otros, como me ve Él a mí.  Amén

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