23 de marzo de 2020

Octavo día de la cuarentena…

Desperté hoy con un sorpresivo dolor en mi mano derecha.  Recordé que ayer estuve abriendo cajas, mudándolas de sitio etc. y  puede ser que me haya lastimado sin darme cuenta. No estoy segura pero sí de que duele, y no poco.  Me cuesta escribir, pero aquí voy haciéndolo despacio.

Hoy el día transcurrió más lentamente que otros días. Me propuse alejarme de las redes sociales y logré escapar un poco de la tristeza (que no es sinónimo de ignorarla).  Lo que estamos viviendo es ciertamente doloroso y demanda de nosotros actitudes no ensayadas y toma de decisiones desconocidas.  

Llevamos días escuchando y leyendo por todos los medios posibles: “quédate en casa”, “quédate en casa”.  Y lo que comenzó como una sutil invitación, terminó siendo un grito desesperado.  Y nos han demostrado hasta el cansancio que nos jugamos literalmente la vida, si no nos quedamos en casa.

Junto a este nuevo estilo de vida, nos han inundado con infinidad de mensajes, anuncios en las redes sociales, los periódicos, la televisión y la radio.  Se ha desbordado la creatividad y agigantado las destrezas.  Tenemos gratuitamente en línea: clases, de yoga, de cocina, de dibujo, de manualidades… Y a esto, añadir la cantidad de artistas ofreciendo conciertos también gratuitos.  Las iglesias también se han unido y muchos ofrecen oraciones, reflexiones, eucaristías.  Los restaurantes, los supermercados y muchas empresas con ofertas que nos entregan en casa.  En fin, hay una orquestada oleada de servicios que nos ayudan a evadir cualquier motivo que nos impida quedarnos en casa.

La casa, es el lugar que tradicionalmente nos ha brindado seguridad, abrigo, estabilidad, protección. Es la casa lugar de encuentro, de la reunión en torno a la mesa, escenario de experiencias únicas e irrepetibles.  En la casa se tiene la escuela, donde se aprende el abrazo, la solidaridad, el perdón, la comunión, el amor. 

La casa no es cualquier lugar, es el lugar.  Es donde se puede descubrir la presencia real de Jesús.  Y no se le encuentra solamente al dedicar un rato a la oración, a la lectura de su Palabra, no.  También se encuentra en el inhóspito silencio, en la incertidumbre y los temores que se esconden por todos los rincones, en el mal humor que delata mi humanidad amenazada de inseguridades.  Ahí también está Jesús, presente en nuestras fragilidades, en nuestras limitaciones, en nuestros sufrimientos.

Es en la casa, donde María recibe la visita del ángel Gabriel, donde Zaqueo recibe a Jesús, donde es curada la suegra de Pedro, donde es salvado el siervo del centurión.  Es en “casa” donde se encontraban reunidos los discípulos en Pentecostés.  

Pero es curioso ver que la casa es un lugar de estar, pero además, es lugar de paso.  Y creo que nos haría bien recordar esto.  María recibe el anuncio del ángel en su casa, pero no se quedó ahí; fue de salida hasta otra casa, la de su prima Isabel, a acompañarla y a servirle.  Zaqueo recibe a Jesús en su casa, lo sienta a su mesa, come con Él pero luego sale a realizar signos de su conversión acercándose a los que tanto había dañado.  Los discípulos, reunidos en Pentecostés, salen a anunciar la Buena Noticia, luego de su encuentro con el Resucitado…

Jesús comió con los discípulos, en una casa en Jerusalén, antes de salir a dar la vida por nosotros. Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús cuando comparten el pan alrededor de la mesa, en una casa y luego, salen de nuevo al camino, pero ya no son los mismos. 

Porque cuando se descubre la presencia de Dios en la casa, es Él quien nos impulsa a salir afuera, pero no solos, no con nuestras fuerzas, sino revestidos de su Gracia.  El tiempo de estar en casa es un tiempo de aprendizaje, un tiempo sagrado, un tiempo de Dios.

Es un tiempo que puede convertirse en una etapa muy difícil donde la amenaza del tedio, de la inestabilidad, del miedo, de la impotencia, puede orillarnos a la desesperación. 

Pero también es una oportunidad para liberarnos del engaño de creernos autosuficientes.  Es ocasión de conocer y aceptar nuestras limitaciones, de descubrir nuestras fortalezas, de intentar compartir con otros nuestros dones. 

Sería de gran riqueza para todos, si convirtiéramos la casa en lugar de la poda, donde enfrentásemos la realidad de que somos débiles y necesitados del Otro y de los otros. Es tiempo de permanecer en casa, de no quejarnos, sino más bien despojarnos de todo lo que nos ata y nos roba la libertad que necesitamos para ser auténticamente felices.

Quédate en casa, quédate atento, con el corazón abierto, vive este tiempo con esperanza y serenidad porque llegará el día de romper los muros de la casa y salir afuera.  Llegará el día de compartir el vino nuevo en odres nuevos.  

Si sabemos aceptar esta etapa de “empobrecimiento”, saldremos de ella fortalecidos, más despojados y más libres. 

Quédate en casa…

3 comentarios:

  1. Bella reflexión. Gracias por compartirla.

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  2. Asi es Nancy. Estamos en constante altas y bajas, me imagino una bateria, se carga y se descarga. En la casa, tienes paz, y tiendes a cargarte, alimentar tu espiritu y llega el momento que estás tan cargado que necesitas liberación, dar lo mejor de ti. Y eso es en contacto con otros. Pero a su vez, el contacto con otros nos alimenta, pues ellos son parte de esta dinámica, por lo que podemos estar en constante crecimiento. Hoy ese ciclo personal, se ha alterado al permanecer mas tiempo sólos, pero nos ayuda a reflexionar un poco más y nutrirnos mejor para cuando termine todo esto, todos estemos renovados como baterias acabadas de fabricar. Gracias por tus reflexiones llenas de enseñanzas.

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