29 de marzo de 2020

Día 14 de la cuarentena

Segundo domingo en cuarentena…

Hoy ha sido el día de arrastrada de pies.  Cansancio, melancolía, sazonado con un cuerpo adolorido por fallidos intentos de ejercitarlo. El ruido de la calle, rompe con lo ordinario de estos extraordinarios días.  Hoy domingo, por primera vez en esta cuarentena, han cerrado los supermercados.  Sin embargo, ha aumentado el ir y venir de carros por la avenida frente a mi casa, en inminente reto a la cordura y a la sensatez.  

Contrasta el absoluto mutismo que permea el edificio donde vivo. Al abrir la puerta de mi apartamento, entra la fuerte brisa de siempre, pero no es igual que siempre.  Mi puerta permanece abierta por un largo rato, pero pareciera que el mundo se está desapareciendo en cámara lenta.  Ninguna puerta se ha abierto y el ascensor ha enmudecido.  

Había pensado ayer, dejar hoy discretamente a los vecinos de mi piso, unas tarjetitas que les he estado preparando, junto a unos dulces; pero nos han dejado una circular pidiéndonos que evitemos salir a los pasillos. Y no soy precisamente yo la que guste de no seguir las normas, y más en este caso que me parece que cualquier medida de prevención que tomemos no será nunca “demasiado”.  Así que tristemente, no compartiré las tarjetitas, quizás, más adelante habrá ocasión de compartirle los dulces…

Luego de un rato, decidí cerrar la puerta.  Me encuentro con un reflejo borroso en cada uno de los espejos de la casa.  Es como si un sauna hubiera pintado las paredes y necesitaran ser insufladas de vida.

Y a propósito de esa palabra; recordé el relato de la resurrección de Lázaro, y lo mucho que siempre me ha llamado la atención, que no es precisamente el momento que Jesús va a insuflar vida en aquella hedionda tumba.  Lo que me apasiona es saber que Jesús lloró.  Esta divina humanidad es la que me enamora y cautiva.  Es la que alivia mi sentido de culpa por esos instantes de “debilidad” donde a través del llanto he deshojado el alma…

Me siento en el balcón y dejo que la mirada peregrine desde adentro y alcance pincelar una tarde de brillante luz.  Solo las palomas trasgreden el espacio. Logro unos instantes de escalofriante quietud, que quedan invadidos por la prisa del tren.  Supongo que han organizado viajes de mantenimiento porque llevo días presenciando su solitaria carrera, que queda interrumpida solo por el chirrido del metal que se produce a su paso.

Van pasando las horas.  Cierro el libro que recién he comenzado a leer hoy…en realidad mi ánimo no le hace justicia a José María Rodríguez Olaizola hoy.  Él merece toda y mi mejor atención, bien que sus letras se lo han ganado.  Pero hoy, no es el mejor día para leerlo.  Intenté despejarme en la cocina, pero hasta allá me persiguió la neblina.  

Soy consciente de que hoy mi acuarela se ha matizado con puros grises.  No me escandalizo por ello ni mucho menos me angustio.  Internalizo, medito, y procuro pintarme un rayito de esperanza.  Recurro a Ezequiel:  “Así dice el Señor: «Yo mismo abriré sus sepulcros, y les haré salir de sus sepulcros, pueblo mío, y les traeré a la tierra de Israel.”

¡Así será, así confío! Amén

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