18 de marzo de 2020

Tercer día de la cuarentena...

En mi tercer día de la cuarentena, he comenzado a experimentar el hastío por el exceso de noticias sobre el coronavirus.  Y hoy decidí, que aunque es una situación muy seria la que estamos viviendo; no voy a permitirme que mi día gire alrededor de este tema.  Ciertamente que deseo y necesito estar informada no solo de lo que pasa en mi país, sino en el mundo entero.  A fin de cuentas, soy parte de un todo, no soy una isla y la opción de vida que he hecho hace ya mucho tiempo, demanda de mi parte un corazón atento y solidario. 

Pero, al igual que los padres han preparado un horario para sus niños para distribuirle las horas entre tareas, juegos, televisión y deportes; yo también he preparado hoy mi calendario.  Y limitaré el tiempo que dedico a las redes sociales, y lo invertiré en actividades que siempre me han apasionado y a las cuales he tenido abandonadas, por falta de tiempo:  leer y escribir.

Para muchos, esto pudiera ser algo sumamente sencillo y realmente lo es.  Pero no puedo negar que a mí, en este contexto, no se me hará imposible, pero ciertamente, algo difícil.  Vivo sola y el modo de comunicarme con el “mundo exterior” es a través de las redes sociales; que admitamos o no, son rápidas y seguras vías de comunicación que manipulan nuestra vulnerabilidad (o nos dejamos manipular).

Bueno, comencé hoy mi día motivada por la primera lectura de hoy.  ¡Me pareció sencillamente maravillosa!  ¡Dios siempre me sorprende con su Palabra! Es increíble cómo se hace presente, tan cercano y real.

Del libro del Deuteronomio (4,1.5-9) 

" MOISÉS habló al pueblo, diciendo:  «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo les enseño para que, cumpliéndolos, vivan y entren a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de sus padres, les va a dar.  Obsérvenlos y cúmplanlos, pues esa es su sabiduría y su inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: “Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”.

Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?

Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo les propongo hoy?

Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos".

Nadie puede dar nada de lo que no sea dueño.  No hay lugar a dudas que el Señor es quien tiene el título de propiedad, el que tiene control de todo; porque todo es “obra de sus manos”.  No somos nosotros los dueños.  Y de repente nos damos cuenta de las muchas equivocaciones que hemos cometido cuando hemos renunciado a ser hijos y herederos por el afán de pretender convertirnos en dueños.  Y nos hemos frustrado.  No acabamos de comprender que lo único que se nos pide es escuchar y cumplir con la voluntad de Dios y hemos ahogado Su Voz con nuestro egoísmo. 

¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?  

¡Un Dios tan cercano, presente siempre que lo invocamos!  Cuando el peso de la cuarentena se nos vuelve “un peso insoportable”, porque no hay profundidad de espíritu, porque intentamos beber de nuestra propia fuente, completamente estéril; y mendigamos en las aguas turbias de lo efímero…Entonces, miramos a lo alto e invocamos.  Reconocemos al “dueño de la mies” y oramos…y pedimos.  Es entonces que nos damos cuenta que Él , siempre ha estado y estará en medio de nosotros. 

Y se nos hace el encontradizo de muchas maneras; a través de una llamada, de la oración, de la familia, de los amigos, de la comunidad y sobre todo a través de Su Palabra.

Conversaba un día con mi querido Jafet, sobre la Palabra de Dios y concurrimos que es una maravilla; es “como un trampolín”.  Viene de un acontecimiento histórico especifico y real y cuando la leemos en el contexto de los acontecimientos actuales que estamos viviendo; nos rebotan o “devuelven” el Espíritu que los originó.  Y entonces la Palabra se actualiza, y nos da Vida.

Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos».

Quiero hacer oración de esta última línea de la lectura…

Señor:
No quiero olvidar el sufrimiento de tantos hermanos, 
ni el amor y la solidaridad que nos van sanando.
No quiero olvidar las distancias sociales, 
ni nuestra necesidad de abrazos.
Quiero recordar la urgencia de una mirada
de una sonrisa, de una llamada.
No quiero olvidar la sensación de impotencia
revestida de esperanza.
Quiero recordar mi fuerza
cimentada en tu Palabra.
Amén.

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