26 de marzo de 2020

Día # 11 de la cuarentena

Hoy me he levantado tarde y con dificultad. Creo que se ha desencadenado en mi subconsciente un oculto deseo de acortar las horas del día, y demorando despertar del sueño ya voy ganando (¿o perdiendo?) algún tiempo que no tendré que buscarle ocupación.

Ya en la cocina, me aventuré a ensayar una receta.  Preparé unas donitas,  de esas que siempre me tientan al salir de algunas tiendas como Kmart. Son unas bolitas pequeñas, blanditas, que preparan frente a una.  Las colocan en una fundita de papel y les añaden azúcar y/o canela al gusto de uno.  Son bien económicas.  Si no me traiciona la memoria, una docena cuesta solo $2.00.  

Me lancé a hacerlas por varias razones.  En primer lugar, quería ver si en realidad la receta que encontré era realmente buena.  En segundo lugar, porque tenía en casa los ingredientes que se necesitan para prepararlas. Y en tercer lugar porque quería recordar ese momento rico que experimento cuando las como.  Me provocan unos breves instantes de cierta “felicidad”. Sí, eso, como una sensación de plenitud, una dosis de alegría (me sorprendo siempre sonriendo cuando las compro); y hoy quería tener esos minutos de placer.

Para mi sorpresa, la receta resultó ser un éxito.  Con solo cuatro ingredientes, y pocos minutos pude saborear un pedacito de felicidad.  Y sí, efectivamente, esta es la palabra de hoy:  FELICIDAD.

Al igual que muchas otras de las que he conversado ya por aquí con ustedes, esta palabra de “felicidad” también es una muy subjetiva.  Sobre ella se han escrito cientos de ensayos, libros, canciones, poesías…Es un tema muy estudiado, desde la óptica científica hasta la filosófica. Y también tiene muchísimas variables.  Hay quienes miden la felicidad por los éxitos logrados.  Otros, por el grado de satisfacción que viven la vida.  Hay quienes miden la felicidad por el poder que ostentan, otros por el dinero que han logrado, por las posesiones materiales, etc.

Hay personas que expresan gozar de una completa felicidad siendo materialmente pobres y hay ricos que sufren el no haber alcanzado nunca un momento de felicidad.  Todo es subjetivo.  

No voy a dar cátedra de este tema, ni tampoco voy a comenzar a comentar las mil definiciones que tiene la palabra felicidad.  Pero sí quiero compartirles que mientras preparaba hoy las donitas e iba pre-gustando el momento en que las iba a disfrutar; me vino a la mente un pensamiento.  Cuando las personas recibimos una buena noticia, como el lograr el empleo que deseábamos, o un aumento de sueldo o que nos pegamos en la lotería; experimentamos una sensación fuerte de positivismo, que nos eleva de golpe hasta arriba.  Pero luego, esa sensación se desvanece con bastante prontitud y regresamos a los niveles de felicidad anteriores.

Por el contrario, cuando sufrimos una pérdida de alguien muy querido, o se rompe un matrimonio o una relación bonita, o perdemos el empleo…nos hundimos lenta y largamente. Y surgen entonces los grupos alrededor nuestro: la familia, los amigos, la comunidad de hermanos que vienen a consolarnos, animarnos y repetirnos hasta el cansancio que todo pasará, que todo estará bien, que volveremos a ser “felices” otra vez.  Pienso que este estado de “infelicidad” debería tener el mismo período de caducidad que el de felicidad. Debería ser igual de pasajero y con el tiempo lograr adaptarse una a las nuevas circunstancias.  

Sé que va a ser difícil para muchos este tiempo que estamos viviendo. Perder el trabajo, o los ingresos que se obtienen del mismo, nos genera ansiedad, preocupación, tensión, que desemboca en una sensación de infelicidad.  Para algunos pudiera ser tan traumático como una ruptura matrimonial porque inclusive, afecta directamente nuestra auto estima.  Es muy difícil para algunos el adaptarse a nuevas realidades, el dejar de recordar constantemente el bienestar o comodidades que disfrutábamos antes de este período especial.  Pero hay que intentarlo, no queda de otra.

Creo que se puede lograr.  Primeramente, cambiando de actitud.  No podemos mirar lo que le falta al vaso, sino lo que tiene. Hay que mirar la vida, como aquel que se salvó de morir atropellado, o aquel que sobrevivió al cáncer o a un ataque al corazón.  Cuando se supera una enfermedad que nos tuvo al borde de la muerte, se vive con una nueva mirada.  Ya nuestro tiempo está marcado de generosidad, serenidad, esperanza.  Las plantas, los ríos, la sonrisa de un niño se hacen visibles ante nuestros ojos previamente cegados por la autosuficiencia. Las horas son bocanadas de vida y no acumulación de minutos.  Mis pasos pierden la prisa, pero pisan más fuerte, como queriendo atornillarse a la vida.  Las crisis son oportunidad de crecimiento, momento de aprendizaje, escuela de resiliencia.

En segundo lugar, hay que plantearse seriamente a ver cuáles son nuestras prioridades ¿A qué le dedico mi tiempo?  ¿Qué cosas me hacen sentir bien? ¿Cuáles son mis frustraciones? ¿A qué le temo?  ¿A quién amo? ¿Tengo amigos, o muchos conocidos? ¿Cuál es mi proyecto de vida?  ¿Me he proyectado a futuro? ¿Cómo me relaciono con mi familia, con los amigos? ¿Cómo es mi relación con Dios?  Son tantísimas las preguntas, estas y muchas otras que deberíamos sacar el tiempo para responderlas con total honestidad.  Y este tiempo de cuarentena nos ofrece la gran oportunidad de realizar este ejercicio.  

La felicidad no depende de lo que tenemos.  No está condicionada a lo que se encuentra en nuestro exterior.  La llevamos dentro, y no llega sola.  No es gratuita, hay que hacer un esfuerzo para lograrla.  Hay que mirarnos bien, y partir de nuestra historia, de nuestro presente, de nuestras convicciones, creencias y relaciones y construirnos desde dentro.  

La felicidad es aceptar nuestra realidad con sus luces y sombras, valorar lo mucho o poco que tengamos, la paz que logremos alcanzar, el bien que hacemos a los otros, el vivir reconciliados con nuestras limitaciones y agradecer todo, porque todo es un don.  Así se puede ser feliz a pesar de todo.

Esta noche, conversaba con un buen amigo.  Lleva varias semanas enfrentando el fantasma del coronavirus porque es un profesional de la salud.  Y me decía algo así: “el ver cómo está llegando día a día tanta gente muy enferma al hospital, temerosos por tener los síntomas del coronavirus, ver a otros con riesgo a morir, que están muy malitos, el sentir el miedo de ellos y el mío propio, produce una tensión fuertísima. Y va minando la capacidad de sonreír, porque hay mucha tristeza y es bien difícil al llegar a la casa después de un largo día porque esa sensación no se puede dejar afuera como se deja la mascarilla y la bata”.

Es comprensible que para muchos sea una utopía hablar de felicidad cuando se viven experiencias como esta.  Pero las utopías hacen falta para soñar.  E insisto en que se puede ser feliz aun en medio de un panorama tan desolador como el que estamos viviendo o el que según mi amigo y otros que he escuchado, nos tocará vivir; porque lo vamos a pasar peor.

No digo que lo alcanzaré sola, jamás.  Soy muy limitada y poca cosa.  Pero el Señor me da Su Fuerza, y me impulsa a desear ser feliz porque ese es Su deseo, que yo lo sea.  Por lo pronto, me procuré hoy un pedacito de felicidad cuando logré preparar y sobre todo saborear las donitas.  Nada complicado, cosas sencillas que me permito me hagan sentir feliz.

2 comentarios:

  1. El saborear las cosas sencillas: una receta, una conversación, un momento bonito, etc., es lo que nos da momentos y ocasiones en que se alimenta nuestra felicidad. Abrazos

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