24 de marzo de 2020

Noveno día de la cuarentena

Temprano en la mañana, he recibido una llamada de un amigo.  Luego de los saludos de rigor, me comenta que me agradece que escriba por aquí, por este Blog, porque le ayuda a comenzar su día con más optimismo.  Además, añade, que él no tiene ni tiempo ni espacio en su casa para sentarse a escribir.  No tiene tiempo ni espacio, me dice, porque la situación de la pandemia del coronavirus lo tiene paralizado y no hay cabida en su mente ni en su corazón para otra cosa.  Se siente secuestrado en su casa, incapaz de tejer un pensamiento fuera del tema del virus y todo lo que ello está implicando en su vida.

Y como saben, me quedo siempre “prendada” de las palabras.  Y precisamente hoy, estas dos palabras: tiempo y espacio, se han quedado zumbando en mi cabeza durante todo el día.

Me parece que el tiempo es una palabra muy subjetiva.  Algunos, por ejemplo, caen en la tentación de vivir el presente, sin dejar de lamer las heridas del pasado, a vivir hoy sin dejar de recordar aquel fracaso, aquella enfermedad que les hizo sufrir, aquel amigo que traicionó nuestra confianza, aquella relación que nos lastimó tanto…aquel matrimonio frustrado. 

Y nos quedamos reviviendo aquel momento de dolor, aquella palabra hiriente, aquella experiencia que nos tatuó cicatrices imborrables.  Y nos vamos enroscando como el caracol que va escondiéndose, hasta creer que está a salvo bajo un casco protector donde quiere permanecer invisible a los demás.  Y pensamos que el encerrarnos en nuestro pasado, nos protegerá de volver a sufrir, porque no queremos ser lastimados nuevamente. 

Y al igual que el caracol, nos iremos endureciendo mientras vamos convirtiéndonos en objetos fosilizados que la marea lleva y trae a su antojo, porque no hemos querido salir a afrontar nuestro presente y hacernos cargo de él. 

Están también los que piensan en que toda historia pasada fue la mejor y viven el presente en desenfrenada búsqueda de replicadas experiencias que les hagan volver a sentirse “jóvenes”.  Y no quieren aceptar que el tiempo nos trae disminución de fuerzas, desgaste físico, enfermedades, gradual pérdida de lucidez.  Y muchos viven con un constante deseo de borrar las arrugas que les ha dejado el paso de la vida, para poder vivir un presente sicológicamente juvenil. 

Y tanto lo primero como esto último nos priva de la capacidad de vivir el ahora con libertad.  Nos atrofia la posibilidad de descubrir en el calendario, un nuevo día porque creemos que el día de hoy será igual que el de ayer, o que sencillamente no podrá superarlo.  

Vivimos el presente como echándole agua a una plantita artificial que no tiene raíces; porque hemos perdido la capacidad de soñar un futuro de promesas; estancados en un pasado racional, donde no reconocemos la presencia de Dios. Donde hemos olvidado que nuestro tiempo, nuestra historia tiene su fuente y fin en Él.

Y muchos pasan el tiempo con la sola idea de que estamos llamados al hacer, al producir, a la actividad, a la efectividad.  Y cuando esto se pone en pausa (como ahora), sentimos que no tenemos tiempo; lo que hemos conocido hasta ahora como “tiempo” y nos arropa la sombra de la frustración y se nos mueve el piso y no sabemos cómo manejarnos.

La otra palabra de hoy es:  espacio.  Es la palabra que comúnmente utilizamos para referirnos a los límites, de horizontes, fronteras, y lo describimos como pequeño, extenso, abierto o cerrado.

Sabemos que no es lo mismo moverse dentro de un apartamento, como el mío que lo camino todo en 3 minutos; que dentro de una casa de 10 habitaciones.  No es lo mismo tomar agua en un vaso de cristal, que tomar agua en una fuente de montaña. No es lo mismo estar de vacaciones en Puerto Rico, donde sabemos que podemos encontrarnos con muchísimas personas conocidas; que irnos de vacaciones a Vietnam con una muy probable oportunidad de encontrarnos a algún amigo.  

Y si menciono todo esto es porque lo mismo que el espacio exterior nos condiciona, así mismo el espacio interior tiene una relación directa con los aspectos medulares de nuestra existencia.

El quedarnos en casa no es el problema.  No es un espacio físico de “X” cantidad de metros lo que nos condiciona, no.  Lo que realmente nos amenaza, es un estrechamiento emocional,  la ausencia de experiencias de fraternidad, el desconocimiento del valor de la comunidad.  Nos quedamos atrapados en nuestras costumbres, en nuestras viejas rutinas porque tapiamos las ventanas para ver la novedad.  No nos hemos ejercitado en las relaciones con los otros, con los diferentes, con los lejanos, con los olvidados, pero tampoco hemos cultivado un espacio para estar con los nuestros. 

Creo que el Señor me invita hoy a sentir la urgencia de definir bien estas dos palabras en mi vida:  tiempo y espacio.  

Tengo que agradecer el tiempo que estoy experimentando, donde puedo conocerme mucho mejor, donde puedo mirarme como me mira Él, como lo que realmente soy.  ¡Qué bien que tengo el tiempo para a solas encontrarme con mi pobreza, con mis límites, con mis inseguridades, temores!  ¡Qué bien que puedo reconocer las bendiciones que he recibido, los dones que me han sido dados!  ¡Qué bueno el poder reconocer tantos rostros de personas cercanas, familiares, amistades, hasta aquellos que recién han llegado a mi vida pero que se han sumado ya a mi camino!

Hay que poder ver el tiempo con los ojos de la Sabiduría, como un banco de reservas que nos muestra las experiencias que me han hecho crecer, madurar.  Evitar mirar mi historia con nostalgia, con sentimientos de culpa, con reproches.  Es mirar el camino recorrido motivada y movida a vivir mi tiempo con un corazón agradecido.  Y sobre todo, probablemente, lo más importante:  tener tiempo para encontrarme con la grandeza de Su Amor, con Su Presencia en todo momento y en todo lo que voy viviendo.  

Quiero, además, ensanchar el espacio de mi tienda y dejar entrar en ella a aquellos que vienen con los pies llenos del polvo del sufrimiento, portadores del virus de la soledad.  Poder ofrecer mi mesa, a los hambrientos de amor y consuelo.  El escribir en este Blog responde a ese profundo y honesto deseo de poder compartir un espacio donde quepamos todos, donde podamos crear anticuerpos para combatir la tristeza, la preocupación, la soledad.  Un espacio amplio, donde los abrazos solo nos contaminen de alegría.

Si no aprovechamos este momento, podemos sucumbir a un distanciamiento social indefinido, que despoblará nuestros espacios y que serán muy difíciles de repoblar cuando todo esto pase.

2 comentarios:

  1. En la tarde estuve pensando en el momento en que María fue a visitar a su prima Isabel. Dice la Palabra : María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía a un pueblo de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. María tuvo que haberse desplazado por una gran distancia para ver a su prima. La movió el deseo del encuentro cara a cara para compartir su alegría. Hoy en día tenemos tantos medios para comunicarnos y hasta vernos pero queda de cada cual hacerlo real. Requiere de nuestro tiempo y de nuestra acción o movimiento. Definitivamente no depende del espacio depende de nuestra decisión libre de acercarnos y querernos encontrar. ¡Gracias Nancy!

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