15 de abril de 2020

A los 31 días de mi cuarentena...

Me sorprendió una hermosa mañana llena de luz y una suave brisa.  Estaba tan bonita que decidí sentarme en el balcón con mi taza de café por un buen rato.  Quería disfrutarla y agradecer tanta vida que irrumpe nuestra historia con tanta fuerza y belleza. Al mirar las plantas me di cuenta que ellas también se sienten bendecidas y agradecidas.  Sorprendí nuevas hojas abriéndose suavemente, en medio de las más ancianas.  Vienen a continuar con la misión comenzada por aquellas, de lucir fuertes, y sobre todo, hermosas.  En uno de los tiestos se asoman tímidamente, nuevos brotes; y en el alero del balcón del vecino descubro un nido de pajaritos.  ¡Es la Vida!

Nuestra vida es una constante recreación.  Recordar y celebrar nuevamente la Ruah, el soplo recibido de Dios, sobre mí, especialmente en este tiempo Pascual, es realmente una maravilla. El recrear la vida es un constante descubrimiento de nosotros mismos.  Es la afirmación más profunda de mi persona, que me lleva necesariamente a vincularme con el Resucitado y con los demás.  Sin vínculos, no puedo cuidar mi vida, ni ayudarla a crecer.

Son los vínculos, esas relaciones que se entretejen entre las personas para apoyarse, ayudarse, acompañarse y ocuparse unas de las otras. La calidad de estos vínculos lo determinará la capacidad que tengamos de cuidar de los otros; pero sobre todo, del amor que pongamos en nuestras relaciones.

Precisamente esta noche, expresaba en una reunión que sostuve con mi comunidad, que he recibido unos signos hermosos y muy concretos, de Vida, de Resurrección, de parte de algunos de los que hemos entretejido nuestra vida, de aquellos a los que me unen fuertes vínculos de amistad, de fraternidad.

Esta tarde además, estuve trabajando en unos informes que se le envían a la agencia federal FEMA, en relación a las pérdidas sufridas a consecuencias del huracán María.  Sí, todavía, tres años después, continuamos trabajando en estos informes. 

Y me detuve a pensar, en el renglón que se denomina “contenido”.  Recuerdo que el año pasado, cuando nos explicaron cómo rellenar los formularios, nos indicaron que para poder entender lo que iba en el renglón de “contenido”, debíamos imaginarnos que teníamos entre nuestras manos una casa, completamente amueblada. 

Acto seguido  debíamos imaginar que la volteamos, quedando el techo hacia abajo y el suelo hacia arriba.  Todo lo que se desprenda dentro de la casa, todo lo que se cae, es lo que hay que anotar en el renglón de “contenido”.  Entiéndase pues, los muebles, los cuadros, floreros, etc.  

¡Qué curioso!  Los contenidos no son como las losetas del piso, ni como las paredes de la casa.  No son cosas que estén fijadas, inmóviles, inertes.  Los contenidos se desplazan, se pueden mudar o cambiar de lugar, pueden hoy estar arriba y mañana abajo.   ¡Tienen vida!  Pero están vinculadas, no tienen ninguna razón de ser ni existir por sí mismas. Un cuadro necesita de una pared para poder mostrarse al mundo.  Una lámpara necesita estar conectada al interruptor de luz para poder alumbrar.  La mesa deberá ocupar un espacio para poder ofrecer acogida.
  
Al igual que nosotros.  Estoy convencida que hemos sido creados para ser contenido. Tenemos capacidad de movimiento, de cambio.  Somos libres y autónomos. Tenemos la capacidad de rectificar, de comenzar de nuevo, de cambiar de canal, de transformarnos en mejores personas.  Pero necesitamos estar vinculados y cobijados todos bajo una sólida estructura, fuerte, firme, que nos provea seguridad.  

Las cosas, necesitan una casa.  Nosotros, necesitamos estar vinculados al Resucitado y a los otros.  Solo así podremos validar nuestra identidad, nuestra misión y recibir la Vida que se nos ofrece diariamente y poderla ofrendar a los demás.

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