14 de abril de 2020

A los 30 días de mi cuarentena...

Ya se han cumplido hoy, treinta días de cuarentena, período de tiempo que conocemos como un mes.  Al despertar, como siempre, agradecí a Dios el haberme regalado un día más de vida. Inmediatamente vino a mis pensamientos todas las cosas que he vivido durante este tiempo, todo lo que se ha puesto en pausa, todo lo olvidado y todo lo aprendido.  

Fue inevitable emocionarme al hacer un rápido inventario de estas 720 horas, contenidas en 30 días.  Días en que mi vida ha sido transformada como mi rutina diaria, desde las cosas más triviales hasta las medulares.

En la cocina, me detuve a pensar en los cambios experimentados durante este período, en horarios de comidas, en la dieta que consumo, en los alimentos que preparo, etc. y me encontré sorprendida de cómo ha cambiado todo esto en tan solo 30 días.  Y no, no me sorprende para nada, el aumento de peso.  Hacer las tres comidas al día, meriendas a toda hora y sin realizar ningún tipo de ejercicio físico, desemboca inevitablemente en un cuerpo más redondo y menos liviano.

He puesto en pausa muchas actividades a través de las cuales canalizo toda esa energía que llevo dentro.  Felizmente he comprobado que ellas no pasan de ser un simple instrumento, un medio, pero nunca un fin en sí mismas.  

He olvidado muchísimas cosas; la frustración por no alcanzado, la tristeza por los errores, la preocupación por la perfección, el sentimiento de culpa por haber fallado, el dolor por mis limitaciones.  

He aprendido a disfrutar en mi balcón de una taza de café a media noche.  A experimentar alegría cuando preparo galletitas que dejo discretamente ante la puerta de mis vecinos, durante la noche, cuando ya duermen. He aprendido a tenerme paciencia, a escucharme, a comprender mi pequeñez, a perdonarme.  ¡Y muchísimas cosas más!

No me hago ninguna resistencia ante la búsqueda insaciable de buenas lecturas, sobre todo de biografías interesantes.  Muchas veces, mirando las huellas de los otros, descubrimos nuestros propios pasos y miramos con mayor claridad, el camino recorrido y el que falta por recorrer.

Hoy, al celebrar este primer mes de cuarentena, recuerdo mucho la historia de Etty Hellesum,  escritora judía holandesa asesinada en el campo de concentración de Auschwitz.  Etty dejó unos escritos preciosos donde reflejó una gran entereza, un espíritu fuerte, tenidos en medio de una vida de grandes conflictos, de episodios depresivos y en medio de un campo de concentración.  Su vida es una de las más hermosas y motivadoras que he leído.

Sus diarios reflejan la profunda transformación que experimentó de una vida llena de preguntas, de dudas, de confusiones, a una llena de serenidad, de sabiduría, de madurez y de paz. Las páginas más hermosas las escribió en su tiempo de confinamiento, estando en la angustiante espera de su muerte.

"Esos dos meses detrás del alambre de púas han sido los dos meses más ricos e intensos de mi vida, en los que mis valores más altos fueron tan profundamente confirmados. He aprendido amar a Westerbork ". 

Etty se dirigió a Dios repetidamente en sus diarios, considerándolo no como un salvador, sino como un poder que debemos cultivar dentro de nosotros: "Por desgracia, no parece haber mucho que usted mismo pueda hacer sobre nuestras circunstancias, sobre nuestras vidas". Tampoco te hago responsable. No puede ayudarnos, pero debemos ayudarlo a usted y defender su morada dentro de nosotros hasta el final ".

Sus cartas describen vívidamente las condiciones del campamento donde murió, en Westerbork: barracones de madera abarrotados desesperadamente, laberintos de alambre de púas, torres de vigilancia, barro y miseria.  Era una comunidad que vivía aterrorizada por el transporte semanal que salía cada martes con sus vagones de carga repletos de hombres, mujeres, niños y bebés con destino al este. En este infierno, pasó los últimos tres meses de su vida cuidando a los vulnerables, visitando a los enfermos en los cuarteles del hospital y escribiendo cartas a sus amigos. Por la persona que era, por su vitalidad y calidez, su humanidad y su cuidado compasivo, se convirtió en una fuente de vida e inspiración para los demás. Fue desde este lugar que, a pesar de todo lo que sucedía a su alrededor, ella escribió: "la vida es gloriosa y magnífica".

Hoy estas palabras resuenan en mí con mayor intensidad.  No son las circunstancias que me rodean, no son las cosas que se han puesto en pausa, lo que he dejado de hacer, lo que he tenido que posponer…nada de eso es lo verdaderamente importante. Lo medular, lo central es el poder descubrir en mí Su Presencia. Poder cultivar mi amistad con Él, poder conocerle más y conocerme, con transparencia, sin maquillaje, sin dobleces.

Etty no se dejó vencer por el odio, por la impotencia ante la injusticia y el sufrimiento.  No se dejó aplastar por la muerte que se le presentaba de mil formas en todo momento.  Pudo sentirse feliz en medio del dolor, en paz en medio de un campo de concentración, plena en medio de la nada. 

Hoy, en medio de la crisis que estoy viviendo, y apoyada en el Resucitado, doy gracias a Dios por la vida de Etty, por el bien que me ha hecho el recordarla.  Y me rebelo, como Etty, con todas mis fuerzas contra la desesperanza, contra las dudas, contra el temor. 

Desde mi fe, creo que los esfuerzos por un futuro más humano y más fraterno se encuentra en el pico de la curva. Creo que las horas alegres, la presencia de los amigos, los gestos de solidaridad, las experiencias amargas, las huellas que están dejando las personas en nuestro camino, las que estamos dejando en los otros; todo lo construido entre el gozo y el llanto, todo, todo, quedará transfigurado.  Y ya no conoceremos la fiesta que termina, sino la plenitud de la Vida que viene abriéndose paso hace ya 30 días.

4 comentarios:

  1. Nancy, nos ayudas a ver esta cuarentena con nuevos ojos y ver lo afortunados que somos dentro de lo que estamos pasando. Gracias

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  2. Bella �� por dentro y por fuera. Gracias, Gracias ��

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