28 de abril de 2020

A los 44 días de mi cuarentena...

Hoy he tenido un día de gratas sorpresas.  Un día muy “pascual”.   Pertenezco al grupo de personas (que quiero pensar que somos la mayoría, aunque me temo que no) que ha cumplido literalmente la cuarentena.  Gracias a Dios, no he tenido necesidad de salir de mi casa en estos 44 días.  Estoy en el grupo denominado “de alto riesgo” y además, tengo una madre enferma de cáncer, la cual no puedo arriesgarme a enfermar.  Por esa razón, he permanecido en mi casa y por ende, no he visto a mis padres en todo este tiempo.

La primera gran sorpresa que recibí hoy, fue el poder verlos vía Zoom, gracias a mi sobrino que pudo lograr conectarlos.  Fue una alegría enorme el poder verlos y ver su alegría de verme.  Aunque nos comunicamos a diario por teléfono, ciertamente que el vernos  es otra cosa.  Al poder mirar en una pantalla los rostros de esas personas tan amadas y cercanas al corazón, se perciben grandes bocanadas de ternura que nos infunden seguridad y alegría.  Me siento muy agradecida a Dios y a mi sobrino, por este encuentro tan bonito, donde además de mis padres, pude estar también con una de mis hermanas, con mi sobrino, su esposa y con el querendón de la familia, mi amado y sobrino-nieto, David.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

Luego, la tarde me tenía reservada otra sorpresa.  La llamada de doña Margot. Por cosas que no vienen al caso ahora; esta señora que no conozco, tuvo acceso a mi teléfono y me llamó porque quería hablar un rato.  Tiene muchos años, vive sola, se siente sola.  Me cuenta que está jubilada.  Trabajó como enfermera por 30 años.  Me dice que ya ha orado en el día de hoy y que la oración le da fuerzas para afrontar lo que está viviendo solita en su casa.  

Vive en el campo, donde según ella expresa: “aquí todo es más complicado, todo queda lejos”.  Lamenta el estar ya muy mayor y no tener las fuerzas para volver a vestirse de blanco y levantar su mano voluntariamente.  No dudaría ni un instante en colocarse en la primera línea en cualquier hospital.  No le tiene miedo a contagiarse.  Me dice que enfrentó muchísimas enfermedades, algunas de ellas, altamente infecciosas, pero nunca le pasó nada, porque según ella, el Señor conoce su corazón y sabe que ella ve a Jesús en todos y cada uno de los enfermos.  Es enfermera de vocación, no de profesión.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

Esta noche, participé una vez más del Proyecto “Mesa Virtual”, a través del cual, nos encontramos un grupo de más de cien personas a compartir un poco la experiencia que vamos viviendo cada uno, desde la fe.  A partir de la Palabra, de una breve reflexión, vamos abriendo el corazón de una manera sencilla y muy honesta.  Cada cual se expresa libremente y de acuerdo a su experiencia personal.  Son testimonios tan diferentes como cada uno de nosotros.  Pero, hay un denominador común: la alegría del encuentro.  En todos los rostros hay una sonrisa.  En todas las voces hay alegría.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

Estas experiencias son, diversas manifestaciones del Amor. Porque el amor es así, tiene muchas facetas, muchos registros, pero siempre, una enorme capacidad de encontrar la bondad en el otro.  Hay aceptación de las limitaciones de los demás, de sus fragilidades; y un reconocimiento de sus dones y fortalezas.  Nos preocupamos unos por otros y deseamos el bienestar de todos. 

Y cuando nos permitimos experimentar la gratuidad del Amor; se va tejiendo una fuertísima red de relaciones a través de la cual circula la empatía, la fraternidad, la solidaridad.  Nos vamos vinculando unos con otros, cimentados en esa Fuerza Creadora y Creativa que supera lo que nos separa.  

Se habla del amor físico y del amor espiritual.  El físico lo podemos experimentar en la cercanía de la piel, y está condicionado por las apariencias, por esa atracción que despierta los sentidos.  Es un amor que coarta nuestra libertad; que desea poseer, dominar.  Un amor exclusivo y excluyente. Idealizado, no ideal.  Tiene fecha de expiración y las huellas que deja, son las mismas de las nuestras sobre la arena.  

El espiritual, va mucho más allá.  No es un amor que ata, sino un amor que libera.  Es un amor que respeta la libertad del amado.  Se comprende como compañero y no dueño, porque en el otro siempre hay algo que le pertenece completamente a Dios. Invade el alma, y lo mueve el Espíritu.  Es un amor sin exigencias, sin apetencias, sin expectativas.  Es belleza, fuerza, gratuidad, transparencia. Por eso es un don sanador y transformador.  Este amor espiritual es del que canta Pablo en la primera carta a los Corintios (1 Cor 13, 1-13).

Y este Amor, es el que va permeando cada uno de los acontecimientos de nuestra vida.  Va pincelando cada minuto de nuestra rutina y nos va sorprendiendo de Esperanza.  Está anunciándonos “nuevas noticias” constantemente, para regalarnos un corazón gozoso.  Sólo necesitamos una mirada nueva bañada de Luz para darnos cuenta de Quién nos va alcanzando en el camino.  Momento privilegiado de encuentro con el Resucitado.

2 comentarios:

  1. Bendito Dios con la tecnología, así estoy pidiendole a mis hijos hacer una reunión x zoom, es bueno vernos las caras, no solo x telef. O whatsap. Ahí te cue to si la ha emos

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