22 de abril de 2020

A los 38 días de mi cuarentena...

Hoy celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra.  Desde hace varios días hemos estado viendo en las redes sociales, muchas tarjetas multicolores con mensajes muy bonitos sobre esta celebración.  Invitaciones a tener presente el cuidado que debemos tener con nuestra “Casa Común”.  Tarjetas motivacionales, letreros aconsejándonos cómo debemos disponer de la basura, cómo cuidar de los mares, de los bosques, del agua.  Y todo esto me parece muy bien, pero al mismo tiempo, increíble.

Los humanos somos la “raza superior”. Podemos entrenar a un perrito, a un loro, a un mono.  Y éstos son seres inteligentes que pueden llegar más allá de su instinto, pero no son seres pensantes.  Los científicos dicen que los humanos somos los únicos que tenemos capacidad de los pensamientos abstractos.  Además, tenemos unas habilidades para desarrollar lenguajes que no lo tienen los animales.  Y esto nos hace ser seres “especialmente inteligentes”.  Al menos es lo que vagamente recuerdo de mis estudios.

Por eso, es paradójico que siendo seres tan inteligentes y “superiores”, siendo personas que podemos pensar, razonar, discernir, decidir; necesitemos que nos recuerden que no somos los dueños de la Tierra, que somos seres que la habitamos junto a otras muchísimas especies.  Es una situación irrisible el que hayamos llegado a necesitar que un día al año nos recuerden que todos tenemos una Casa Común.

Es muy loable que cada 22 de abril realicemos los gestos de concienciación, de levantar la voz por los sin voz, por querer reivindicarnos ante nuestra Madre Tierra.  Ciertamente que la hemos silenciado con nuestro egoísmo.  No hay duda que la hemos maltratado y humillado.  Que nos hemos sentido no dueños, sino dictadores despiadados frente a ella.  Nadie puede negar esta verdad tan lamentable.

Hemos alcanzado grandísimos y tremendos logros en el campo de la ciencia y de la tecnología, pero somos muy primitivos en las cosas reales de nuestro entorno.  Somos muy “listos” para todo, pero nos quedamos muy “cortitos” a la hora de entender las cosas más sencillas.  Nos sentimos muy convencidos de nuestra inteligencia, pero somos merecedores una y otra vez de los reproches de Jesús: “¿Aún no han entendido?, ¡Qué torpes  necios que son!”.

Y es que siempre estamos necesitando reconocer nuestra ignorancia para ir en búsqueda de la sabiduría; pedir perdón pero esperando no asumir la responsabilidad de nuestras acciones.  Es mucho el daño que por décadas hemos hecho.  Convertimos a nuestra Madre Tierra en una propiedad privada, olvidándonos que es patrimonio de toda la humanidad. 

Hoy escuchamos el clamor que nos obliga a tomar una postura.  Es un grito de dolor que no nos permite seguir creyendo que somos el centro del cosmos. Se nos va la vida en escuchar este clamor, porque tenemos que ser conscientes que nuestras opciones como personas cristianas, nos ponen del lado de un Dios Padre Creador, que nos orillará siempre hacia el respeto, el cuidado y el amor hacia nuestra Madre Tierra.

No tengo nada en contra de la celebración de este día, todo lo contrario. Pero es inevitable sentir “vergüenza ajena”.  

A propósito de este día, la Familia Claretiana celebró un encuentro por las redes sociales, en donde nos reunimos un buen número de laicos, seglares y religiosos.  Fue un momento de Gracia realmente.  Hubo una desmesura de ternura, de fraternidad, de profundos deseos de reconocer, alabar y festejar a nuestra Madre Tierra.  Podría decirse que, como en el Evangelio, se pudo percibir la fragancia del más puro perfume derramado desde el Espíritu.

Fue un espacio vivido en clima de oración, donde nos sentimos vitalmente implicados, afectados, atravesados por las heridas ocasionadas, pero sobre todo, por la Esperanza.  Hubo lugar para hacer memoria de seres extraordinarios que han llevado a su corazón una auténtica pasión por todos los seres vivos. Oramos. Hicimos un examen de conciencia que nos confrontó con nuestras fragilidades y también con nuestros errores.  Pedimos perdón y dimos gracias.

En este tiempo tan particular que estamos viviendo, un gran signo de Resurrección, es la gente capaz de realizar gestos concretos, como éste, donde desde el reconocimiento, se desborda el corazón.  Esto no es una doctrina que se impone, no es una obligación que estamos llamados a aceptar, ni tampoco una pastilla tranquilizante para acallar nuestra conciencia ni una garantía para poder “morir en paz”.  

Es un genuino deseo de rectificar, de enmendar, de comenzar de cero.  Es una urgencia por aprender a convivir en paz, con todos, en todo momento y en todo lugar. Es, apostar ya en nuestro presente, por un futuro que haga realidad el sueño de Dios: 
"Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar." (Isaías 11).

Ya en la noche, cuando compartía con mi comunidad la experiencia, confirmé que nos toca a todos reconocer que Jesús es siempre el que nos alcanza, el que se hace presente en nuestra vida por caminos que muchas veces ignoramos, como un don gratuito, como regalo inmerecido.  Siento que hoy, nos “alcanzó” a la Familia Claretiana.  Se nos apareció en el camino.  Y ciertamente que es Él quien nos ofrece estas posibilidades para romper nuestro frasco y dejar que el perfume de la Esperanza impregne a nuestra Pachamama (Madre Tierra).

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