30 de abril de 2020

A los 46 días de mi cuarentena...

Hoy el día me resultó bastante pesado.  Experimenté cansancio desde temprano en la mañana y ningún deseo de sentarme frente a la computadora.  Por otro lado, también es cierto, que la experiencia con mi silla no ha sido la mejor.  La pobre lleva ya demasiado tiempo acompañándome y la que en un principio fue la reina del confort, hoy apenas me provee lugar para sentarme.  Es bastante incómoda y me ahoga la circulación en las piernas. Bueno, la silla es solo una de varias razones por las cuales, no quería siquiera mirar la pantalla.  Hoy no.  Pero, una cosa es la animosidad y otra muy distinta la responsabilidad.  Y para bien o para mal, la segunda siempre gana.  Así que, a pesar del cansancio, me senté a realizar las tareas pendientes.

Ya en la tarde, luego de haber finalizado con los trabajos, terminé de leer un libro.  Es el cuarto en estos cuarenta y seis días.  Los libros han sido grandes compañeros en este tiempo de cuarentena.  Los que he leído, me aportaron hermosas horas de sabiduría, de enseñanzas, de alegría.  El leer siempre será una experiencia muy íntima y apasionante entre el autor y el lector.  Un coloquio de amor, de entrega generosa y de idílica complicidad.  Todavía no sé cuál comenzaré a leer mañana, creo que solo tengo en casa dos candidatos.  Ya veré por cuál me decido.

Han anunciado esta tarde una propuesta para comenzar a regresar a la “normalidad”, con el fin de permitir a las personas retomar sus trabajos paulatinamente.  Se irán reintegrando poco a poco y según las clasificaciones que el gobierno ha organizado.  Por supuesto que independientemente de lo que dicte el gobierno, quedará siempre a discreción de las personas el tomar las medidas de precaución necesarias para evitar el contagio de un virus que todavía sigue amenazando a todos.  Indican también que el toque de queda se extiende hasta fines de mes.

Otro de los anuncios hechos hoy fue la de abrir los comedores escolares para poder suplir de un almuerzo, de una comida caliente, a los miles de niños, que tanta gente lleva semanas denunciando; están pasando hambre.  Perdí la cuenta de los debates que llevo escuchando en las últimas semanas sobre este tema.  Me he horrorizado con los testimonios de familias trabajadoras, que al tener que quedarse en casa, han perdido sus empleos y hoy, cuarenta y seis días después, todavía no han recibido ni un centavo, no de bonificaciones, sino de lo que en justicia les corresponde porque llevan muchísimos años pagando el desempleo.  Se ha demostrado, vergonzosamente, que son miles los niños que la única comida caliente que ingieren al día, es la que reciben en el comedor escolar.  ¡Y llevan semanas y semanas pensando, analizando, considerando, ponderando si había necesidad o no de abrirlos!  

Da la impresión de que esperaban exactamente eso, que el hambre se acumulase, que fueran miles los que la sintieran, y que además no tuviesen medio de satisfacerla.  Como si fuese necesario llegar a situaciones extremas para actuar.

Creo que todos pasamos en esta cuarentena por el hambre.  También me pregunté: ¿de qué tengo hambre? Uno siempre busca el alimento que sacie el hambre que experimenta.  Hay hambres que llegan solas, incluyendo esas que hay que contener como es la del consumismo y hay otras que hay que provocar, como la espiritual. Podemos ignorar esta hambre, hasta no sentirla como los niños a los que ya le duele el estómago por los días que llevan privados de esa comida caliente a la que están acostumbrados.

Yo experimenté esa hambre espiritual en esta cuarentena.  Sucede que siempre había estado presente, pero como había “tantas cosas que hacer”, tanta prisa, tantas urgencias; iba mitigando esa hambre con migajas.  La inapetencia, la anorexia, es un serio problema de salud.  La inapetencia espiritual es igualmente un gran problema.  En ambos casos, en muchas ocasiones, el afectado es el que menos se da cuenta y necesita que otros de afuera se lo señalen.

Pienso en esos relatos del Evangelio cuando hablan que la gente seguía a Jesús porque tenían hambre.  Ellos reconocían el hambre de pan material que sufrían, pero Jesús advertía el hambre espiritual que necesitaba provocarles para que sintieran necesidad de buscarle a Él, porque solo Él podía y quería saciarlos plenamente.  

Se habla que la gente lo seguía hasta entrada la tarde y que siendo muchos, al final del día, no tenían suficientes alimentos y se encontraban en lugares apartados donde era imposible resolver la situación. Creo que Jesús contaba también con eso.  Si las personas se sienten satisfechas, realizadas, que no necesitan a nadie, entonces no sentirán el hambre y por ende, se encerrarán en su egoísmo y su autosuficiencia.

Es posible que este tiempo de cuarentena muchos, como yo, hayan experimentado hambre espiritual.  Estoy segura que sí.  Y Jesús se ha valido, como es su costumbre, de la comunidad para saciar nuestra hambre.  Cuando aquella gente que luego de varios días de seguirle y escucharle, comenzó a sentir hambre; no elevó los ojos al cielo a pedir que cayera un milagroso maná.  Se valió de la generosidad del que tenía cinco peces y dos panes.   Unos repartían los peces, otros partían los panes, algunos cargaban las cestas, otros iban sentando a la gente en la hierba; todos ponían sus dones o capacidades a disposición de los demás.  Y ahí sí que aconteció el gran milagro:  el de la solidaridad.  

Si los dos panes y cinco peces se hubieran quedado en las manos de aquel muchacho, solamente él hubiera podido saciar su hambre; en cambio, al ponerlos a disposición de los demás, toda la comunidad quedó saciada.  En esta cuarentena, el saciar mi hambre espiritual también ha pasado por el cedazo de la comunidad.  

Ahora me queda la siguiente pregunta: ¿estaré poniendo mis dos panes y cinco peces a disposición de mi comunidad?  ¿estaré compartiendo mis ideas, mi tiempo, mis dones?  

Bueno, quedará para mañana…porque desde temprano he estado cansada.

1 comentario: