16 de abril de 2020

A los 32 días de mi cuarentena...

Hoy, la mañana estuvo lluviosa, en realidad, desde tempranas horas de la madrugada ya había comenzado a llover.  ¡Y me encantan los días lluviosos y el olor a tierra mojada que los impregna!  Por supuesto, que desayuné en el balcón.  El sonido de las gotas de agua  tropezando sobre algunas cortinas; otras que se lanzaban en clavado hasta el pavimento, todas parecían tocar una perfecta melodía que alegraba mi mañana.  No sé si disfruté más la lluvia o los pancakes. Pero, fue ciertamente una mañana muy hermosa. 

Leí los periódicos para enterarme un poco de cómo sigue el mundo allá afuera.  Recorrí lentamente las letras que van emanando desesperanza, cansancio, tristeza.  Pareciera que las expectativas e ilusiones de la gente experimentan una honda fatiga que les tiene paralizados.  Hay mucho miedo en el presente y mucha incertidumbre en el futuro. Hay un sentimiento generalizado de impotencia y una sensación de fracaso que drena la realidad.

Ciertamente que es muy duro ver cómo ha ido en espiral la violencia en algunos hogares, la astronómicas cifras de desempleados, las vergonzosas acciones de políticos corruptos, carentes de los principios éticos más elementales, etc. En realidad, estamos frente a un panorama desafiante y deprimente.

Bueno, todo esto, es lo que dice el periódico y/o lo que puedo interpretar en sus letras.  Pero, la realidad es que los periodistas nos informan y la mayoría de las veces de un modo excelente, sobre situaciones, acontecimientos, eventos, pero analizados desde una agenda.  Nos ofrecen diariamente cifras: cuántos infectados, cuántos muertos, cuántas pruebas, tablas, curvas, proyecciones, etc.  También nos recuerdan constantemente las medidas de higiene que hay que tomar, a las horas que podemos salir de casa y a la hora que debemos permanecer en ella.  ¡Un trabajazo!  A pesar de todo y para ellos, mis respetos.

Al cerrar el periódico, me senté un momento a serenarme, sí, porque quedé emocionalmente extenuada.  (por eso no leo el periódico diariamente).  Pensé que sí es cierto que estamos viviendo un tiempo particularmente difícil, muy difícil; pero no es menos cierto que no podemos dejarnos manipular por la óptica, muchas veces,  poco objetiva de los medios.  Siento que en ocasiones nos manejan como objetos de consumo pretendiendo influir en nuestra toma de decisiones.

Hay que estar bien despiertos para no caer ingenuamente en el juego mediático.  No podemos dejarnos reducir a “objetos de consumo”; tenemos que tener meridianamente claro quiénes somos, aprender a expresar y defender en todo momento, nuestra postura, ante lo que estamos viviendo desde nuestra identidad de personas que hemos recibido el don de la fe y que intentamos con todas las fuerzas vivir en esperanza.

Sí, porque sí hay esperanza.  El filósofo griego, Aristóteles, dijo en una ocasión: “La esperanza es el sueño de los que están despiertos”. Los que viven dormidos, no se enteran.  Y estar dormidos es precisamente, cerrar los ojos y dejarse dominar por el miedo, por el sufrimiento, por la frustración.  Estar dormidos es mantenerse encerrados, no en las casas, sino, en sus propios temores, desánimos, limitaciones.  Estar dormidos es optar por sobrevivir y no vivir.

La esperanza es el sueño de los que están despiertos… Estar despierto es la capacidad que tenemos de vivir desde la experiencia de la fe, desde las convicciones más profundas de que la última palabra nunca será la muerte.  Es soñar que seremos mejores personas, que hemos aprendido a valorar más la familia, los amigos, la lluvia, el calor, los gestos sencillos y cotidianos de cariño.  Es cuidar, entretejer una relación amorosa con la realidad, con cada ser viviente de la creación.  Es vestir el corazón de fiesta.  Estar despiertos es abrirnos a la fraternidad, a la solidaridad, a la ternura, al Amor.

Le pido esta noche al Dios de la Vida que me dé la capacidad de permanecer siempre despierta.

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