3 de abril de 2020

Día 19 de la cuarentena...

Tan pronto abrí los ojos recordé que hoy es el llamado: “Viernes de Dolores”, viernes antes del Domingo de la Pasión (Domingo de Ramos).  La Iglesia nos invita hoy a recordar a María en su advocación de la Mater Dolorosa, de la sufriente, de la madre al que una espada le atraviesa el corazón.  La tradición habla de siete dolores que sufrió María. En realidad, no soy capaz de enumerar la experiencia de un dolor tan profundo.  María sufrió hasta el límite porque amó sin medidas.  Las que hemos recibido el don de la maternidad podemos acercarnos un poco a las lágrimas de María.

Hoy existen muchas advocaciones marianas, muchísimas.  La mayoría de ellas, nacidas de grandes experiencias de fe.  Otras quizás, responden al deseo del hombre de “exaltar” la imagen de la madre de Jesús, con toda la razón y la mejor voluntad, sin ninguna intención malsana; con lo que han tenido por muchos siglos a la mano para expresarle su amor…aunque tal vez, la han colocado muy lejos de nosotros.

Hoy muchos nos recuerdan a María, adornada con diademas de oro, con túnicas bordadas de plata, pintada sobre lujosos lienzos.  La han colocado en extraordinarias andas, le han construido Santuarios, poemas y rezos.   Y a veces tengo la sensación que en nuestro afán de hacerla “grande”, la hemos reducido a una imagen de porcelana.  Por eso me impresiona mucho la Mater Dolorosa…

El ángel se aparece a María cuando era casi una niña, sencilla, viviendo en un barrio pobre.  Ella se hace servidora de su prima Isabel.  Fue la esposa de José, el carpintero.  Probablemente, lavaba la ropa en el río a las vecinas, para ayudar con los gastos de la casa. Sufrió humillaciones, calumnias, fue madre soltera, anduvo fugitiva, fue inmigrante…una vida llena de cotidianidad y de muchas dificultades.

Fue la maestra de Jesús, su primera discípula y la primera evangelizadora.  La que amasó el pan en su vientre que nos alimentaría luego.  La mujer del “Sí”, la de la suma fidelidad, la del silencio, la del amor oblativo.  La primera que recibe a Jesús y la última mujer que sus ojos vieron. Fue ella, quien llevó dos palomas al templo y terminó entregando al Cordero…

Todo esto es lo que le valieron tantos títulos:  María es la Madre de la Iglesia, la Reina del Cielo, Trono de Sabiduría, etc.  Odre inmaculado para el Vino nuevo.  La mujer que subirá el domingo también a Jerusalén.  La que tendremos muy presente todos estos días, pero ya sin diamantes, ni coronas; nos bastará mirarla a su rostro herido, para querer quedarnos adheridos a sus vacíos brazos.  

Agradecí a Dios el haber orado hoy con la Madre Dolorosa. Quiero sentirme acompañada por Ella de manera especial esta Semana Santa.  Siento que también será distinta para Ella.  Es tanto el sufrimiento que se ha sumado a su corazón.  ¡Tantos enfermos, tanta angustia, tanta desolación, tantas muertes, pero sobre todo, tanta hambre de Paz!.

Presiento que María, como todas las madres, nos dará sus remedios caseros para nuestras dolencias.  Ella conoce cada una de nuestras grietas por donde se nos ha ido escapando el agua.  Pero Ella nos llevará a la verdadera Fuente que calmará nuestra sed más profunda. Nos sabrá controlar la temperatura elevada de nuestras soberbias, nos vacunará contra la autosuficiencia, descongestionará nuestros pulmones contaminados de tristezas.  Nos dará a beber a sorbos el jarabe de la Alegría y nos inyectará Esperanza.

Esta Semana Santa, no tendremos la Procesión por las calles, pero veremos salir a la Dolorosa…

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