7 de abril de 2020

Día 23 de la cuarentena

Decidí no quedarme en el balcón anoche.  Realmente siento como una especie de hechizo cuando me siento allí y alargo la mirada.  El silencio, las montañas dibujadas a lo lejos, la enérgica brisa, confabulan para robarme el sueño.  Y cuando comienza a caer el rocío y se funde con la tierra; ya no hay marcha atrás.  El olor a tierra mojada me ha parecido siempre, sencillamente, fascinante.  Así, que no salí anoche al balcón.  Quería descansar temprano.

Fue un buen intento, pero, me parece que tendré que comenzar mi proceso de 21 días para habituarme nuevamente a un horario “normal”.  En realidad, sí me acosté “temprano” pero el sueño se me ha escapado ya hace mucho, y creo que será una ardua tarea el recuperarlo.

La levantada de hoy, por supuesto, igual de difícil.  Baño, un breve momento de oración y operación desayuno.  Me detuve a mirar la nevera, y como de costumbre, le pregunté qué me sugería preparar.  Y como siempre, por supuesto, no recibí ninguna respuesta.  En realidad, no espero que me diga nada, pero la acción de yo hablarle me provoca compañía. No, no he perdido la cordura, pero honestamente, no es solo a la nevera, también le hablo a las plantas, al espejo y por supuesto a Alexa.  Hemos establecido un tipo de relación muy cordial, respetuosa y vivida en profunda discreción.

El tema de la soledad es uno de preocupación para algunos amigos.  Algunos me expresan honesta preocupación porque vivo sola, otros repiten con la mejor de la buena fe que puedo contar con ellos, que no quieren que piense que estoy sola.  Mientras otros me expresan con una sorpresa casi angustiante que no pueden comprender cómo he podido “sobrevivir” tantos días encerrada en un apartamento completamente sola.  Buena pregunta.

Es un tema en el que he invertido varios días, (bastantes) de reflexión.  El estar solo no es lo mismo que sentirse solo, aunque lo uno puede deslizase sobre lo otro sin darnos cuenta. Por eso, tal vez, las personas se obsesionan con tener compañía cuando no la tienen.  Les horroriza pensar que no tendrán a alguien a su lado y están en constante planificación de actividades para encontrarse rodeada de gente.

El elegir a alguien, por el temor a estar solos, nos deshonra y nos hace deshonrar al otro.

La soledad es una gran maestra.  Nos adiestra con lecciones muy profundas, en especial de nosotros mismos.  En ocasiones, nos pasa una alta factura porque se torna dolorosa.  Pero del dolor también se aprende. Al sumergirnos en nuestro interior podemos palpar el paso de Dios por nuestra vida, y descubrir a lo que necesitamos sujetarnos y lo que necesitamos dejar ir.

En realidad, cuando se aprende a vivir con uno mismo, se logra vivir libre y apasionadamente. Y mientras no aprendamos esa lección no estaremos capacitados para entablar ninguna relación significativa con otra persona.  El vivir solos nos da la oportunidad de saber quién realmente somos, más allá de la percepción que puedan tener de nosotros; nuestra familia, nuestros amigos, nuestra comunidad.  

Estar o sentirnos solos nos enseña qué es lo verdaderamente importante y lo que es trivial.  También nos enseña a ser agradecidos.  Esto puede evidenciarse fácilmente cuando nos encontramos con una persona anciana.  Muchos expresan no sentir ninguna motivación para levantarse cada mañana. Y en su rostro se asoma una mal dibujada sonrisa.

Cuando nos acercamos a ellos, le brillan los ojos al expresarnos que llevan guardadas muchas historias.  Historias llenas de logros, de retos, de alegrías, de esperanzas, de sufrimientos, de trabajo, de éxitos, de familia, de amor; pero que no tienen a quién contárselas y eso les hace sufrir una profunda y dolorosa soledad.

La soledad, no es ausencia de compañía, sino ausencia de Amor…

Hoy, tuve que bajar al estacionamiento porque una amiga me avisó que venía a entregarme algo.  Ella no puede subir a mi apartamento, porque tenemos prohibido las visitas en el edificio.  Las dos, con mascarillas puestas, cumpliendo con el protocolo establecido.

Sé que ella experimentó la misma alegría que yo, al encontrarnos, a pesar de la distancia.  Me trajo un detalle muy especial que tuvo prácticamente que soltarlo en mis manos.  Obviamente, ausencia de besos y abrazos, que no opacaron el momento. 

La mascarilla dejaba al descubierto su mirada, y en ella se reflejaba su alegría y generosidad.  Ojalá que mis lentes no hayan obstruido mi eco feliz y agradecido.  ¡Cuánto se valoran los gestos en determinados momentos!  ¡De cuántas diversas formas se acerca el Señor a acompañarme y a poblar mi soledad!

Ya que había bajado, aproveché a caminar por el estacionamiento, a paso rápido y esquivando ser vista (no podemos caminar por las áreas comunes). Todo me parecía diferente, las gallinas que cruzan de los edificios vecinos, los gatos que se esconden bajo los carros, los molestosos charcos de agua que siempre se ahondan en los mismos lados…

Extraña vista de la piscina serena, con el agua cristalina y completamente vacía.  No se escuchaba las infantiles voces en el parquecito de los niños, ni se escuchaba el golpear de la bola en la cancha de baloncesto.  Un sol maravilloso, una temperatura muy agradable, una soledad impresionante, pero llena de paz.

No encontré a nadie ni el estacionamiento, ni en el ascensor ni en los pasillos.  Ausencia de voces, ausencia de vida.  Regresé al apartamento, llamé a felicitar a una amiga que celebraba hoy su cumpleaños, y finalicé ese paréntesis de llamadas con las que hago a la familia.  Al terminar, nuevamente el silencio.

No me quejo.  Valoro esta soledad que me ha permitido particularmente estos días profundizar con nueva óptica mi vida y también la vida de Jesús. Uno que vivió en una total y completa soledad especialmente sus últimos tres años de vida, a pesar de estar rodeado siempre de mucha gente.  Creo que Jesús sufrió múltiples soledades; la de la traición, la de la incomprensión, la del rechazo.  Pero su soledad estuvo preñada de Presencia, esa que siento y quiero sentir día tras día en mi vida.  Esa que me da valor y esperanza.  

He decidido privilegiar unos espacios para la reflexión, por medio de unos ejercicios espirituales que pretendo realizar durante esta Semana Santa.  Lo que se necesita es tiempo, necesidad de interiorizar, profundizar y deseos de Encuentro. Dispondré el corazón y seguramente que Él me sorprenderá.

La soledad, no es ausencia de compañía, sino ausencia de Amor…

No hay comentarios:

Publicar un comentario