4 de abril de 2020

Día 20 de la cuarentena...


Hoy, mi día ha sido uno bastante ordinario dentro de este tiempo extraordinaro.

Lo único particular que he hecho es romperme la cabeza pensando dónde iba a conseguir la ramita que nos han pedido que coloquemos mañana en nuestras puertas o balcones, como signo de nuestra identidad cristiana, siendo mañana Domingo de Ramos.

Los que me conocen, saben que vivo en un apartamento, no tengo patio ni jardín.  Por lo que tendremos que optar por una rama artificial.  Bueno, pues ¿qué creen?  ¡Se ha sacrificado mi arbolito de Navidad!  Voluntariamente se ha prestado para colocarse mañana como un fiel centinela frente a mi puerta.  Francamente, no está nada bonito 😏, pero "es lo que hay".  En el fondo, no está tan mala la idea de tener un símbolo de la Navidad, que es el tiempo que celebramos el nacimiento de Jesús, en el tiempo que celebraremos su muerte y resurrección.  (¡qué bien que me consuelo!).


Bueno, he recibido una llamada desde el Perú y me han pedido que prepare una breve reflexión sobre el Evangelio de mañana, cuando celebraremos el Domingo de Ramos.  Mañana, escucharemos la Pasión del Señor, que volveremos a escuchar el Viernes Santo.  Y prefiero detenerme a hacer una breve reflexión sobre el Evangelio de la Bendición de los Ramos que me gusta mucho. (Mateo 21, 1-9).

Es una reflexión muy sencilla que compartiré mañana con una comunidad de seglares y que les comparto desde ya por aquí a ustedes.  Les copio el Evangelio por si no lo tienen a mano:

“Al llegar cerca de Jerusalén, entraron en Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo de enfrente, y enseguida encontrarán una burra atada y su cría junto a ella; desátenla y tráiganla.  Si alguien les dice algo, ustedes les dirán:  que el Señor la necesita, y enseguida la devolverá.”
Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el profeta:  “Digan a la ciudad de Sión:  mira a tu rey que está llegando humilde, cabalgando un burrito, hijo de asna.” Fueron los discípulos y siguiendo las instrucciones de Jesús, le llevaron la burra y su cría.  Echaron los mantos sobre ellos y el Señor se montó.
Una gran multitud alfombraba con sus mantos el camino; otros cortaban ramas de árboles y cubrían con ellas el camino. La multitud delante y detrás de Él aclamaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”.
Cuando entró en Jerusalén, toda la población conmovida preguntaba. “¿Quién es éste?” Y la multitud contestaba “Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.”  Palabra de Dios

Me llama mucho la atención que Mateo comienza el Evangelio dándole el protagonismo a una burra y a su cría.  Comienza diciendo que Jesús pide que los desaten, y que sean liberados para que cumplan con un servicio específico.  Por lo tanto, la tarea de los discípulos no es nada difícil, es una sencillez, ¡desatar una burra!. 

En estos días en que he estado en cuarentena, me he dado cuenta que muchas veces, lo único que me pide el Señor es tal vez, hacer una llamada a una persona que vive sola, ir a comprar el medicamento a mi madre enferma, ir al supermercado a comprarle algo a mi vecina anciana, ponerme una mascarilla cuando voy a salir a la calle, o tal vez, sencillamente lo que me pide es:  quedarme en casa. Nada más…cosas muy sencillas.  Y ¡cuánto nos cuesta asumirlas porque estamos siempre esperando a que el Señor nos pida cosas importantes, cosas extraordinarias!. 

Bueno, regresamos con el burro.  El burro en la época de Jesús y también en la nuestra, es símbolo de humildad, de trabajo, de servicio.   Y ese es el signo que Jesús ha elegido para entrar a Jerusalén.  Pudo haber elegido un caballo que es un animal más elegante y así acostumbraban los reyes.  Pero no, elige a una burra. 

¡Y lo mucho que nos preocupamos nosotros de nuestra imagen!  Muchas veces, las cosas que elegimos son el reflejo de quiénes somos, quiénes pretendemos ser, o quiénes queremos ser.  Y nos relacionamos con las personas de acuerdo a lo que tienen o pueden ofrecernos.  Y vivimos en una carrera desenfrenada de competencias, de demostrar lo que muchísimas veces no somos.  Jesús, al elegir a la burra, nos da una lección de una vida coherente, basada en la sencillez y en la humildad.

¿Qué significa el gesto de desatar el burro? 

Pues para poder entender ese gesto, hay que conocer la identidad de la burra, porque ella es la protagonista de esta primera escena.  La burra es un animal manso, tranquilo, que solamente es utilizado para llevar personas o cosas de un lugar a otro, solamente existe para cargar o llevar…para servir.

Todos llevamos dentro esa burrita, que es signo de servicio.  Tenemos grandes reservas de paciencia, una gran fuerza interior que nos da la capacidad de acoger, de acompañar, de servir al otro.  ¡Esto es un don!.  Todos tenemos la capacidad de estar siempre disponibles para los demás, como Jesús, que nunca se cansa, que está ahí siempre presente para nosotros.

La tarea que Jesús le da a sus discípulos es la de ir a desatar la burra, que no es otra cosa que desatar la capacidad de servicio que todos llevamos dentro.  Pero muchas veces, tenemos la burra amarrada, nos ponemos como dicen vulgarmente, “potrones”, nos asalta el egoísmo, porque no queremos ser servidores, sino servidos.  

 “Y si alguien le dice algo, ustedes le dirán que el Señor la necesita” 

Nunca he escuchado en ninguna otra parte de la Biblia a Jesús diciendo estas palabras.  Que Jesús exprese que Él necesita algo.  ¡Él, que es Dios!  Y aquí nos expresa un pedido, una súplica y al mismo tiempo un mandato.  Y sí, es cierto.  Él necesita de nosotros, de nuestra disponibilidad, de nuestra colaboración para poder inaugurar el Reino en medio de nosotros.  Pero, muchas veces, nos resistimos, porque su Reino no nos parece un buen negocio.

Nos gusta mucho estar arriba, al tope, ser jefes.  Nos gusta liderar, dirigir, controlar.  Y nos cuesta mucho ser soldaditos y no generales.  Y para poder responder al pedido de Jesús, hay que tener la capacidad de liberar, de soltar nuestra burra, y hacernos disponibles para amar y servir.

Echaron los mantos sobre ellos

Para un israelita, el manto, o la capa significa su misma persona.  A un israelita no le podían quitar el manto, ni el vestido, porque era quitarle todo. Se podía renunciar a todo, a cualquier cosa, menos al manto. 

Y dice la Palabra que los discípulos ponen sus mantos, sobre la burra y su cría, lo que significa que ponen todas sus vidas, todo lo que poseen, para el servicio.  Están convencidos de la propuesta que les ofrece Jesús.

Jesús se sentó sobre estos mantos

Y ahora entra en escena toda la gente, que dicen que era una multitud, que extiende sus mantos sobre el camino.  En realidad, la multitud no está reaccionando de la misma forma que los discípulos.  Los discípulos pusieron los mantos sobre la burra y Jesús se sentó sobre estos mantos.  Esto es, el nuevo reino avanza con Jesús con el símbolo de esta burra. Y los discípulos pusieron sus vidas en aquella burra. En otras palabras, los discípulos entendieron que hay que entrar por el servicio a la instauración del nuevo Reino.

Por otro parte, la gente coloca sus mantos por tierra, no sobre la burra. Tiene un significado especial.  Porque en tiempos de Jesús, cuando se tenía una investidura real, el pueblo extendía sus mantos por tierra para que el rey, con su caballo, pudiera pasar sobre los mantos, y esto significaba sumisión; quería decir que estaban totalmente de acuerdo a sujetarse al poder de este rey.

Ahora aquí, la gente acepta a Jesús sin haber comprendido cuál era su propuesta.  Aún tenían en mente al Mesías que ellos esperaban.  Al hijo de David poderoso, que haría que Israel dominara los demás pueblos.  En realidad, no habían entendido nada.  Lo aclaman rey, pero el rey que tienen ellos en sus cabezas.  En cambio, los discípulos sí han entendido y aceptado la propuesta de Jesús.

Entonces, tenemos dos grupos.  Por un lado, los que no han entendido nada, que son la mayoría  y por otro lado, unos pocos, que son los discípulos, que han comprendido la propuesta que ha venido a hacernos Jesús. 

Es exactamente lo que sigue sucediendo hoy en nuestras comunidades.  Tenemos muchísima gente que sigue a Jesús, son muchos.  Pero que no han entendido nada porque tienen una imagen de Jesús distorsionada o hecha a su medida.  Todavía sueñan con el Rey poderoso, que viene a organizarnos desde una autoridad dominante, que se impone, que atropella, que juzga y castiga.  Y son muchos los que aún siguen esperando a ese Mesías.

Y también hay un segundo grupo, que son los que sí han comprendido la propuesta del Maestro y le han aceptado su propuesta. Tendríamos que preguntarnos en cuál grupo estamos nosotros.

Luego cortan ramas y las extienden sobre el camino

El detalle de los ramos, es muy significativo para poder comprender el Evangelio.  Se habla de cortar ramas de árboles y nos parece una cosa muy simple.  ¡Cuántos de nosotros no ha salido hoy al patio a recortar una rama de un árbol para colocarla en la puerta!  Es un gesto sencillo sí, pero no trivial. Hay que detenerse un poco para entender lo que en realidad significa. 

En los meses de septiembre y octubre se celebraba, y todavía hoy día se celebra, una gran fiesta que se llama la Fiesta de las Chozas, de las Tiendas.  Era la celebración de la liberación de la esclavitud de Egipto.  Durante esta fiesta, la gente cortaba las ramas de los árboles para construir las chozas y allí se quedaban por una semana en esas cabañas, para recordar el paso de la tierra de la esclavitud a la tierra de la libertad. 

Con este gesto, la gente quiere expresar que sí ha llegado la liberación porque ha llegado el rey mesiánico. En el tiempo de Jesús, la gente continuaba pensando en el hijo de David que se habían construido en su mente, en ese Mesías que ciertamente estaba muy lejos de la imagen del verdadero Rey que hoy tenemos nosotros el don y privilegio de conocer.

Mañana, en la Fiesta de Ramos, siento que se nos invita a que nos paremos a la orilla del camino junto a todos nuestros hermanos, con las palmas en las manos.  Y con total honestidad, miremos a Jesús, entrando a nuestra historia, a nuestra vida, montado sobre una burra, con una propuesta basada en el Amor. Es Jesús mismo que nos invita a soltar al burrito que tenemos dentro de nosotros para poder amar y servir a los demás.  Y cuando lo hayamos logrado podremos decir con toda la fuerza de nuestros pulmones: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hossana en las alturas!  ¡Y permaneceremos juntos en torno a Él!

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Nancy. Con esto del confinamiento uno puede sentir la tentación de justificar su aislamiento las necesidades de los demás. Pero también encerrado en casa puedo ser el burrito que trae al Señor, o elevar las palmas (si no tengo vegetales, las tengo en mis manos) para celebrar y transmitir alegría y vida mediante un sencillo servicio de compra, una llamada, un correo, una buena cara...

    Me gusta mucho y hago mía la frase:

    “Y si alguien le dice algo, ustedes le dirán que el Señor la necesita”

    ResponderEliminar