21 de abril de 2020

A los 37 dias de mi cuarentena...

No hay duda alguna que la pandemia del coronavirus nos ha privado de muchas cosas, pero de lo que no nos librará es del calor de verano que ya ha venido entrando en nuestros días de una manera tremenda.  Informaron en las noticias, que la sensación de calor superó los 95 grados en algunos lugares de la isla.  Doy fe que vivo en uno de esos.  

Fue un día bien, bien caluroso.  A pesar de ello, el día estuvo muy bonito con un sol increíblemente brillante.  Vivo en un apartamento, en un piso bastante alto, de esquina, por lo tanto, de ventilación cruzada.  Al mantener la puerta que da al balcón y la puerta de entrada abiertas, es más que suficiente para que la fuerte brisa despeje cualquier sensación de calor que pueda haber.  Pero hoy, fue la excepción y tuve que abrir la ventana de la sala.  No habían pasado tres minutos cuando aquella fuerte brisa comenzó a despejar el calor, a echar abajo todo lo que iba tocando a su paso, incluyendo una figura en barro (muy querida) de Don Quijote. 

La brisa me hizo olvidar el calor, me regaló una profunda sensación de bienestar, de comodidad al tiempo que me dejaba el sabor amargo de recoger en pedazos una pieza que me había regalado un gran amigo hace ya muchísimos años.  No soy coleccionista pero confieso que tengo especial predilección por Don Quijote y por los Tres Santos Reyes.  Esto sin mencionar que me apasionan (además de los libros), los artículos de cocina: los platos, bandejas, sartenes, tazas, etc.

Tuve una gran colección de Reyes, durante muchos años pero ya hace mucho que tuve que regalarlos prácticamente todos, porque en el apartamento no hay lugar para ellos.  Conservo solo tres de los más de sesenta que tenía;  y ya hoy, me quedan solo, dos “Quijotes”.  No me alegra el haber perdido uno hoy, pero en realidad, me dio más pena porque fue un regalo, no por el valor en sí de la pieza.  

Tal vez, en otro tiempo, muchos años atrás, mi reacción no hubiera sido la misma.  Quizás, hasta se me hubiera salido alguna lagrimita.  Pero ya no.  Gracias a Dios, hace ya mucho que sin dejar de valorar y cuidar las cosas, sobre todo, los regalos; no les concedo a las cosas un valor más allá de lo que puedo pagar con dinero.  Todo lo que entra en ese renglón, no son realmente cosas importantes.

Creo que esto es el resultado de un largo proceso de aprendizaje que la vida nos ofrece a todos.  Algunos se hacen de la vista larga, otros se resisten, como Nicodemo.  Sí, cuando recogía las piezas rotas de barro de mi Quijote recordé a Nicodemo.  Este personaje que por cierto, constaté hoy que aparece solo en el evangelio de Juan, no era capaz de imaginar nada fuera de sus propias posibilidades.  Se aferra en “nacer”, pero se le escapa que ese nacimiento es de “arriba”.  Se queda atascado en la pregunta: ¿cómo puede un hombre realizar él mismo ese nacimiento?

Y nos pasa a nosotros igual.  Al pasar los años, podemos cambiar nuestro estilo de vida, nuestra espiritualidad, nuestra forma de vivir, o, sencillamente, como Nicodemo, aferrarnos a cerradas preguntas: “¿Cambiar a mi edad?” “¿Qué voy a poder comenzar de nuevo?”  Y no son pocos los que se quedan rumiando ¡“Genio y figura hasta la sepultura”! y se privan de la posibilidad de experimentar los cambios, la novedad.

Corremos el riesgo de sentirnos plenos, satisfechos con lo que somos, y no dejamos lugar a que emerja de dentro de nosotros la insatisfacción.  Esa que fue la que llevó a Nicodemo a buscar a Jesús. Me imagino que él no tenía muy clara cuál era su insatisfacción ya que era un buen cumplidor de la ley.  A pesar de ello, sentía un vacío, no estaba completamente satisfecho. 

Pienso que al igual que Nicodemo, a cualquiera de nosotros, nos puede pasar lo mismo.  Sentirnos insatisfechos y si no somos capaces de descifrar la naturaleza de la insatisfacción nos podemos equivocar en la búsqueda de respuestas.  Podemos acudir a Jesús para que nos ayude a encontrar la raíz de nuestra insatisfacción; o podemos recurrir a falsas soluciones, como el que se aturde en los placeres, para escapar de su realidad.

No quiero sentirme satisfecha nunca.  Creo que es bueno sentir insatisfacción porque vivida ella sanamente, se convierte en motivación a buscar el encuentro con el Resucitado, a entenderme limitada, necesitada de Él. 

Estoy segura que Nicodemo no entendió de qué se trataba ese “nacer de nuevo”, en la noche que se encontró con Jesús.  Pero, encontrarse con Jesús, es encontrarse con el amor  “extremo”; que hace girar la mirada de Nicodemo para que no se fije tanto en las cosas buenas y leyes que ya estaba cumpliendo, sino en el amor de Dios.

Tampoco creo que Nicodemo hubiera entendido que el amor siempre pasa por la cruz, que irónicamente es la que hace más creíble el amor.  “Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto; el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto (crucifixión) para que todo el que crea en él, tenga vida eterna.”

Jesús fue crucificado por amor.  Seguramente, Nicodemo no comprendió cómo Jesús sería levantado en alto de esa manera, pero cuando sucedió, estuvo él allí; lo que me confirma que aquella noche de encuentro con Jesús el Amor pronunció la última palabra.

1 comentario:

  1. Ciertamente...todo lo que nos sucede y acogemos como don (incluso lo que se nos rompe -fuera o dentro de nosotros-) nos abona para una vida mas plena en el amor.

    ResponderEliminar