13 de abril de 2020

A los 29 días de mi cuarentena...

Hoy, regreso a escribir.  Había decidido acallarme por unos días para dejar resonar en mí la Voz de Dios, de un modo más íntimo.  Añoraba la privacidad, el encuentro profundo con Él. Y lo necesitaba.

Los pasados días, los he vivido más tranquila, más serena.  He invertido en preciosas horas de meditación, oración, reflexión. Ha sido un encuentro de muchas sorpresas, pero hermoso, lleno de mucha vida en medio de las circunstancias que estamos viviendo de vida sepultada, al experimentar impotencia ante el dolor de tanta gente que vive realidades de desesperanza.

Pero, la piedra ha sido movida, y hemos experimentado la Presencia del Resucitado.  Una presencia que sale al encuentro, que se acerca muy de madrugada, al clarear el día.  No se ha abierto el cielo, no nos ciega ninguna luz potente.  Todo es silencio, quietud, paz. Inclusive hay un aire de nostalgia que intenta constantemente abajarnos un poco.

El Resucitado llega discreta y suavemente, como vivió su vida, de un modo sencillo, sin gestos extraordinarios.  No se presenta en la sinagoga para gritar, que al final, ha salido victorioso.  No busca a los que le martirizaron para humillarles o pasarle factura; tan solo procura tener la oportunidad de acercarse, y busca el encuentro.

El encuentro sucede dentro del silencio expectante conque fuimos bordando la orla del camino durante los pasados cuarenta días.  Y llega, como la novia al punto de la boda, como el parto después de 9 meses, como la calma después de la tormenta; asombrosamente.  Y pronuncia sus primeras palabras: “¿por qué lloras?”.  No nos pide cuentas, ni echa nada en cara.  No nos recrimina el que solo unos pocos lo acompañaron hasta el final.  Se acerca con suma ternura, conmovido por nuestras lágrimas y nos pregunta ¿por qué lloras? Y se nos llena el corazón de palabras, de lágrimas, de angustia.  

La relación con el Resucitado se torna más humana, más cercana.  Con su pregunta, nos sentimos profundamente amados.  Solo el que ama, se siente conmovido con las lágrimas de la persona amada.  Y sigue preguntando: ¿a quién buscas?  Él quiere ser esa persona buscada, esperada, añorada.  Él, que transforma ahora su presencia en consuelo, en seguridad, en alegría, en paz.  Se acerca y nos llama por nuestro nombre suscitando la memoria de amor en nuestro corazón.  Jesús Resucitado se pone en contacto con nuestros afectos, que han estado tan vulnerables durante los pasados días…

El Señor conocía personalmente a María Magdalena, por eso pudo llamarla por su nombre.  Solo cuando ella escucha “María”, de labios del Resucitado, puede entrar en ella misma, reconocerse y reconocerle.  Debe haber sido tremendo el cambio de mirada de María, de la opacidad a la transparencia; porque supo sostener su mirada ante el Crucificado, pudo entonces percibir la luz del Resucitado.  Cuando Él la llama por su nombre, ahonda en su historia, toca sus raíces, desvela sus búsquedas y la libera de su tristeza.  A mí también.  Como estoy segura que muchos han experimentado la totalidad de este amor.  

Hemos reconocido a un Jesús Vivo y experimentado la alegría de sentirnos llamados por nuestro propio nombre, para descubrir en la sinceridad de nuestro corazón, una nueva mirada, un nuevo camino, una nueva vida, con y en Él.  La cuaresma ha terminado, pero seguimos en camino.  Uno que sigue transitado de enfermedad y muerte. Que todavía sigue asfaltado de sufrimiento y miedo.  Desconocemos cuándo finalizaremos este viaje, pero la piedra ha sido movida y por una hendidura de la cueva, se vislumbra una hermosa Luz.

Al comenzar este nuevo tiempo pascual me siento invitada a cronometrar mi vida a partir de cero.  A descubrirme habitada de Esperanza, agradecida de tanto que he recibido y necesitada más que nunca a vincularme a los demás.

La cuaresma ha terminado, pero yo no termino mi “retiro”.  Quiero y voy a continuar un tiempo más de meditación y reflexión, ahora es el tiempo para ello.  Pero, sí dejaré un espacio en la noche, como hoy, para escribir.  Es algo también terapéutico y necesario para mí.  

La piedra ha sido movida, aunque siento que todo sigue igual, todo, menos yo.

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