17 de abril de 2020

A los 33 días de mi cuarentena...

Una de las cosas para las que he tenido tiempo en estos días, es para ver alguna de las muchísimas series que ofrecen los canales, como por ejemplo, Netflix. Creo que tendríamos que estar al menos un año de cuarententa (y no tener otra cosa que hacer); para poder ver todas las producciones que tienen las bibliotecas de estos canales.

Hay una inmensa colección de películas y series para todos los gustos: drama, acción, suspenso, comedia. Producciones en diferentes idiomas, distintos formatos, etc. A mí, personalmente, me gustan mucho las producciones biográficas.  Hay muchas personas cuya vida ha sido muy interesante, otras que nos inspiran, que nos motivan, que nos educan.  Y otras que nos muestran historias de vidas sencillamente extraordinarias.
  
Además de las biografías, tengo especial fascinación con las producciones del mundo judío. Hay varias series de ficción, pero que presentan, las tradiciones reales judías, especialmente las ultra ortodoxas que me parecen muy interesantes. 

Los ultra ortodoxos no tienen televisión ni radio y para conocer noticias se sirven de la preparación de grandes letreros que pegan en las paredes en las calles y lugares públicos.  De ese modo se enteran también de las reuniones, eventos, actividades, bodas, funerales, etc. 

Recuerdo ahora un capítulo de una de estas series, donde se ve a una mujer, que se expone por primera vez en su vida a un programa de televisión.  Sucede en un Asilo de ancianos donde está viviendo a sus 90 años.

Descubre a esa edad un mundo completamente desconocido para ella. Comienza a ver distintos programas y por supuesto, cae rendida a la tentación de una telenovela.  Al descubrir esto su hijo mayor, y escandalizado, se vale de mil mañas para convencer meses después, a su anciana madre, que el televisor ofende a Dios y que es obra del maligno.  Luego de muchos intentos, la anciana madre decide renunciar a su televisión y lo desecha.

Pasa un tiempo y al final, muere la anciana.  Cuando el hijo encuentra el libro de salmos que rezaba su madre diariamente, descubre un papel con una larga lista de nombres de personas que no son de su familia y que él no conoce.
  
Los judíos acostumbran escribir en un papel, los nombres de las personas por las cuales quieren orar al Señor y mencionarlas en voz alta cuando rezan los salmos.  El hijo intrigado, se dispuso a averiguar quiénes eran esas personas por las cuales su madre estaba orando, entre las amistades del asilo.  Para su sorpresa, los nombres eran los personajes de la telenovela que veía en las tardes.  La señora había llevado a su corazón y a su oración, las dificultades y sufrimientos que veía reflejados a través de la pantalla del televisor. 

Tengo que confesar que el día que vi ese capítulo, me sentí conmovida y me hizo pensar en todas las personas que conocemos; familiares, amigos, compañeros de trabajo, de estudios, de nuestras comunidades, que necesitan en algún momento y por diversos motivos, de nuestra solidaridad, a través de la oración.  Y lamenté el que muchas veces, generalizo y no personalizo ese momento.  Desde entonces, tengo un papelito dentro de la Biblia con los nombres de personas por las que oro diariamente y las menciono una a una y en voz alta, y esto me ayuda a traer a la persona, a la memoria del corazón con mayor fuerza.

Me siento plenamente feliz de ser cristiana y de practicar la religión católica; pero no está reñido el sentir admiración por algunas prácticas de otras religiones.  Y hay muchísimas cosas que no dejan de sorprenderme.  Por ejemplo, la mayoría de judíos ultra ortodoxos en realidad no trabaja, ya que se dedica exclusivamente al estudio de la Torá y más textos religiosos.  ¡Dedican prácticamente todas las horas del día al estudio! Obviamente, representan un alto por ciento de la tasa de desempleo en Israel. (no digo que me parece bueno esto, tampoco lo juzgo mal, pero sí que me llama muchísimo la atención).

En su comunidad se considera que este mundo es una antesala para una vida mejor que llega después de la muerte. Trabajar se ve como una pérdida de tiempo porque no aportará nada en la otra vida; en cambio, el estudio de la Torá será, según ellos, gratamente recompensado.  Nos parece una locura, ¿cierto?

Otro dato, que también es igualmente difícil de creer es que en cada ciudad o pueblo, hay que establecer una “yeshivá”, que es una escuela para que los niños estudien la Torá.  Estas escuelas son internados, a donde se mudan los niños a dedicarse a estudiar. Pero lo increíble de esto es que si no se consiguen maestros para estas escuelas, sencillamente, la ciudad o el pueblo ¡se destruye!  Porque tienen una fuerte convicción de que “el mundo se mantiene sólo por el aliento de las bocas de los niños que estudian Torá".  ¡Esto sí que es increíble!

Me viene a la mente los famosos libros que han titulado, “Los 5 minutos de Dios, los del Espíritu Santo, con María, etc.”. Cinco minutos, solo cinco y cuánto nos cuesta (me) separar minutos para orar.  Ya son varios los autores que ponen en sus libros de oraciones ese título como medida persuasiva,  como un “gancho”, para convencernos que será un tiempo cortito de oración.  En realidad, qué bien mercadean esos libritos.  Las casas editoriales, saben muy bien que esta es una de las batallas más comunes entre nosotros los cristianos. Nos resistimos a sentarnos a privilegiar un tiempo para el diálogo, para el encuentro, para escuchar…para orar.  

Y nos dejamos vencer fácilmente por la tentación que trata de distraernos y desalentarnos.  En las mañanas, lo vamos posponiendo para más tarde, y estamos conscientes de que más tarde lo haré con prisa porque hay hambre, porque hay sueño, porque hay una reunión, porque va a comenzar el programa de televisión.  Y oro o rezo de prisa, vagamente, malamente y muchas veces sencillamente no rezo y nos vamos “en blanco”.

Mi experiencia personal es que el hábito de orar diariamente me ayuda a fortalecer mi salud espiritual.  Mientras más se practica el encuentro, se nos hace más fácil escuchar la Voz de Dios y conocer su proyecto de vida para uno.  Y menciono lo de la salud espiritual porque en este tiempo especial que estamos viviendo, bajo la furia de la pandemia del coronavirus; se habla por activa y por pasiva de mantenernos saludables físicamente.  Y está el tema de las vitaminas, de los suplementos, de los ejercicios, de los gimnasios.  Muchos nos advierten de procurar tener elevadas nuestras defensas, otros nos invitan a tener el cuerpo alcalino, a tomar vitamina C, a tomar el sol, etc.  

Pero, en nuestra cultura, no nos hablan de la necesidad de tener una buena salud espiritual. Cuando estamos saludables espiritualmente, tendemos a estar tranquilos, enfocados, a ser pacientes, generosos.  A vivir y no simplemente sobrevivir.  Cuando no estamos saludables espiritualmente, estamos irritables, violentos, intranquilos.  Y Dios quiere vernos felices y para ello tendremos que llevar una sana vida de oración.
  
Creo que este tiempo de cuarentena nos da una tremenda oportunidad de comenzar a desarrollar este “hábito” o de enriquecerlo si ya lo teníamos. A través de la oración, el Señor me ilumina y ayuda a responder preguntas fundamentales, como  ¿quién soy?  ¿para qué estoy aquí? ¿Qué es lo verdaderamente importante en mi vida y qué no?

Al orar, puedo abandonar esas palabras ordinarias, ya desgastadas de tanto usarlas, que van dirigidas a mi “yo”, o para conseguir favores o cosas para mi beneficio; y sustituirlas por palabras esenciales que nacen del espíritu, que me desvela los rostros de los otros y que salen del corazón y en las que resuena el eco de las que estremecieron a Pedro:“Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna…” 

A veces, se nos hace difícil la oración.  Y no pocas veces es por nuestra falta de sintonía con Jesús.  No necesitamos estar como los ultra ortodoxos, aislados del mundo.  Estamos en el mundo, y qué bueno que sea así.  Jesús vino a este mundo y no a otro. Pero nos dejamos afectar por la apatía, por las falsas seguridades, por el consumismo, por el confort. 

Sólo el Espíritu, puede darnos la capacidad de comprender el gran amor del Resucitado por cada uno de nosotros.  Ese amor que nos hace comprometernos en la construcción del Reino, dejarnos afectar por los sufrimientos de los más vulnerables y borrar definitivamente de nuestro corazón, la insensibilidad y la falta de Amor.  

Este momento no mágico, sino, “milagroso” ocurre en nuestro tiempo de oración.  Este tiempo de cuarentena, es tiempo de privilegiar estos espacios.  Entrar nuevamente a la casa, con los pies llenos de las cicatrices de los sufrimientos, no los nuestros solamente, sino los de todos. Llegar con las manos vacías y el corazón silencioso.  Pedir que nos invada Su Presencia, y nos caldee el corazón con su Palabra.

Las palabras del Padre nuestro han estado siempre ahí, disponibles y como centinelas de nuestras vidas.  Podemos volver a pedir con humildad y desde nuestra pobreza a Jesús:  “Enséñanos a orar” y estoy segura que Él volverá a respondernos como la primera vez: "cuando ores, dí Padre nuestro..." y Alguien nos pondrá un vestido de fiesta, un anillo y unas sandalias nuevas.  Y nos invitará a entrar a su casa a celebrar el banquete pascual.

2 comentarios:

  1. Gracias Nancy... Para mí, la oración es una de las experiencias más dificiles de vivir..., Hay dos palabras en las que resumiría mi experiencia de oración: Silencio y Don. No es fácil aprender a hacer "silencio" de calidad interior y exterior. Sin silencio, de algun grado, me es imposible experimentar la 2da palabra, "el don", que para mí, es ese ámbito de conciencia, en el que te experimentas sujento de un DON, que es Amor gratuito, que es Dios mismo, que te ama incondicionalmente sosteniendote todo el ser, y donde "sientes" que toda la vida es "don gratuito" que viene del Dios Trinitario. Hacer "silencio" en la vida para verme sostenido por el don de amor, sana toda clase de heridas, me hace incluso entrar en cierta comunión con los demás y toda la creación (porque todo es don sostenido por el amor del Padre). La oración me ayuda a relativizar las cosas a las que antes "endiosaba", porque les había permitido guiar mis decisiones y motivaciones diarias o vitales. La oración me libera de falsos dioses, devolviendome la paz, la serena alegría, la fuerza y el entusiasmo, la comunión con mis hermanos y una esperanza ante el futuro desconocido hasta ir superando miedos de todo tipo.

    ResponderEliminar