1 de mayo de 2020

A los 47 días de mi cuarentena...

Hoy, el día fluyó menos intenso que el de ayer; al menos yo decidí vivirlo así. La mañana estuvo bastante calurosa, pero ya luego, al llegar la tarde, comenzó a mejorar mucho la temperatura.  Y entrada la noche, comenzaron a caer intermitentes aguaceros, algo leves, pero suficientes para regar la tierra reseca.

Observé desde temprano un gigantesco árbol que está en la acera justo frente a mi apartamento.  Recuerdo que cuando llegué aquí hace unos años atrás, fue para la última semana del mes de diciembre.  La primera vez que ví este árbol, fue cuando que me senté a tomarme mi primera taza de café en el balcón. En ese entonces me pregunté, cómo era posible que los dueños de la casa mantuvieran un árbol tan feo justo al frente de su casa.  Estaba completamente desnudo, seco, sin ningún hálito de vida y su apariencia era fantasmal. No era atractivo ni para los pajaritos.

Luego, comenzando el mes de marzo, reparé nuevamente en el árbol.  ¡Qué sorpresa! Las hojas saltaban a borbotones por las arterias de aquellas huesudas ramas.  Y el árbol comenzaba a teñirse de verde con algunas pinceladas anaranjadas. Mientras los días iban avanzando, un extraordinario y profuso pelaje se iba apoderando de mi vecino árbol.  Ramas nuevas, alegres, hermosas, se dejaban zarandear por el impetuoso e imprudente viento que suele pasar por aquí en las tardes.

Al llegar el mes de mayo este árbol se había transformado completamente.  No había ni una rama sin flores.  Era de una belleza indescriptible; tanto así que mandé a preparar tarjetas con fotografías que le tomé desde mi balcón.  Fue entonces, en mayo, cinco meses luego de aquella primera impresión; que comprendí por qué este roble permanecía en pie a pesar de la desnudez y fealdad mostrada en diciembre.

Como la vida del roble está latente en el corazón de sus bellotas, la plenitud de la persona está latente en cada ser humano en proceso de conocerse y descubrir sus talentos, sus posibilidades, mientras espera la oportunidad de florecer. Pienso que esta es una de las maravillosas alegorías de la naturaleza.

La persona experimenta durante su vida, procesos de cambio, de crecimiento, de transformación en una constante búsqueda de alcanzar su máxima realización.  Se conoce a fondo, se comprende dentro de una identidad que ha ido construyendo. 

Reconoce unos talentos y dones que le han sido dados.  Hay algo en su interior que le hace comprender perfectamente hacia dónde quiere dirigir su vida, y qué se espera de ella.  Siente un impulso interior para indagar cuál deberá ser su accionar y es donde va descubriendo sus dones y también sus pasiones.

Recuerdo que cuando estaba en la escuela superior sentí un fuerte impulso para estudiar teatro. Tenía una ilusión muy fuerte que luego se convirtió en una de mis mayores pasiones. Pero al final, como suele pasar frecuentemente en la vida, esta ilusión-pasión; sufrió un proceso de racionalización que terminó borrándola de mis posibilidades.  

Al mismo tiempo disfrutaba mucho el escribir versos que respondían a sentimientos que iba experimentando, y a la necesidad de entintar en papel el testimonio de mi andadura.   Y este segundo impulso tiene la misma raíz.  Está arraigado a mi identidad más profunda.  

El no poder estudiar teatro significó para mí una gran desilusión.  Me sentía como el roble en diciembre, despojada, desolada y dolida por no poder florecer y mostrar esos dones que creía poseer y quería desarrollar.

En la primavera de mi vida, descubrí nuevas ramas, nuevas hojas, otros brotes que no traicionaron mi identidad más profunda.  Los pájaros habían esparcido mis semillas en otras tierras y mis raíces fueron bebiendo otras aguas.  Nunca dejé de escribir, lo hago diariamente. Nunca llegué a pisar las tablas de un teatro, como nunca llegaré a escribir un libro.  

Pero, aunque mis inviernos sean más largos que los veranos; continúo en pie porque ya no es importante el follaje, sino la savia que me sostiene.

3 comentarios:

  1. Me encantan los robles amarillos. En especial en esta temporada que dejan una alfombra amarilla en la grama o acera donde está sembrado el árbol. Luce como si fuera su vestido largo. No siempre nos vemos con los colores de la primera pero la vida nos da muchos momentos especiales para lucir nuestros mejores y más bellos colores aunque los otoños y los inviernos ya sean largos. Te he visto y te veré en muchas ocasiones luciendo hermosos colores.

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  2. Gracias, me fortalecen tus escritos y se reflejan en mi vida. Dios te bendiga

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