12 de mayo de 2020

A los 58 días de mi cuarentena...

Conversaba hoy con un amigo sobre esa lista de cosas pendientes a hacer, antes de comenzar este período de cuarentena.  Es curioso constatar que son muchas las personas que acostumbran a dejar grabados en tinta, esos sueños o proyectos que desean realizar, a corto y/o a largo plazo.

En este último mes, me han hablado de “su” lista, al menos cinco personas. Y sinceramente, me han sorprendido porque no son precisamente personas ultra organizadas ni con actitudes previsoras; pero sí se han sentido lo suficientemente motivadas a escribir sus sueños.  Tal vez es una manera de garantizar que no quedará olvidado entre las prisas y acontecimientos que se van experimentando durante el camino.

Sin embargo, lo que estamos experimentando como personas, como pueblo, nos recuerda que no está en nuestras manos garantizar nada.  Esto no exime que soñemos, que proyectemos, que anhelemos llegar a cumplir algunas metas, que disfrutemos de sentirnos retados a crecer.  Creo que se trata de nunca perder la perspectiva de nuestra vulnerabilidad y de nuestra naturaleza profundamente humana.

En la lista de cosas pendientes de mi amigo, hay una que tenemos en común:  realizar un viaje.  Y cuando lo comentábamos me vino a la mente lo que experimentamos al abordar un avión.  Subimos a él porque es el medio que nos llevará al destino que hemos soñado y por lo que hemos estado trabajando, en muchísimas ocasiones por mucho tiempo y con grandes sacrificios.

Sentimos mucha alegría de que ha llegado al fin, ese día tan esperado.  Tanto es así, que al entrar al avión, el saludo que nos dan los asistentes del vuelo, se ve empañado con la amplia sonrisa que le brindamos, como si nos hubiéramos encontrado con un viejo y querido amigo.  Abordamos, con unas maletas llenas de planes e ilusiones.  Pero, antes de despegar:  hay que abrocharnos el cinturón.

Es necesario hacerlo porque tanto el despegue como el aterrizaje pueden resultar peligrosos.  Además, durante el trayecto, podemos experimentar turbulencias o vacíos, que, si no estamos bien abrochados, seguramente lo pasaríamos muy mal. Esto es como si nos dijeran en otras palabras: “cíñete” como escuchó Jeremías en boca de Dios en un momento dado.

El vuelo está condicionado a factores externos que no controla ningún pasajero.  Los sueños, los planes, los proyectos, las necesidades o urgencias de los que van en el avión, no tienen ninguna relevancia para nadie.  Nada de eso es determinante.  Y resulta que el avión comienza a experimentar turbulencias.  Hay mucha gente que está acostumbrada a viajar y que muchas veces ya ha pasado por estos momentos y deciden, inclinar la cabeza sobre el espaldar de su asiento, cerrar los ojos e intentar dormir un poco. Saben y confían que como siempre; esto pasará.

Pero hay otros, que lo único que recuerdan en esos momentos, son los meses que llevan planeando ese viaje, todas las cosas de las que se privaron para poder ahorrar más dinero, toda la planificación que tuvieron que organizar para esos días de vacaciones y sobre todo, la maleta que llevan consigo.  En ella, se puso tanta ilusión que no quedó espacio para la sorpresa, la novedad y mucho menos para un par de pies en tierra.  En casa se olvidó la vulnerabilidad, la razonabilidad y el buen juicio.  Y ahora lo que queda es llorar o gritar.  Experimentar miedo y desesperación. ¿Dónde quedan mis planes?

Es bueno abrocharse el cinturón, y también que nos hagan las advertencias de la inestabilidad que podemos experimentar durante nuestro viaje.  No está demás, teniendo en cuenta, que es inútil el esquivar la realidad y es mejor estar informados y preparados para ella.

Siento que esta situación de la pandemia que estamos afrontando es similar a cuando afrontamos las turbulencias en un vuelo.  Al igual que nos abrochamos los cinturones para cuidar incluso la vida o evitar caídas o golpes; hay que ceñirse bien para asumir la realidad que ahora se ha tornado distinta.  Hay que negociar con la nueva manera de vivir esas horas de vuelo.  

Es posible que haya necesidad de desviar la ruta.  Pero no es que vamos a ir por otro camino al mismo destino.  Es probable que estemos destinados a ir a otro lugar.  Ante esto, tenemos que darnos cuenta que tenemos que asumir una actitud de total confianza en Dios, firmarle un cheque en blanco, donde le expresamos que no importa cómo esté el tiempo; nos sabemos acompañados y seguros con Él.

No es fácil firmar ese cheque en blanco, no digo que lo sea; pero hay que tomarse el tiempo para hacerlo.  Tiempo para identificar nuestros miedos, inseguridades, resistencias que nos produce esta pandemia, tiempo para que no se nos quede adentro ciertas pretensiones de auto suficiencia. Se nos convoca a la única seguridad que tenemos, a ese abandono que tenemos de fiarnos completamente del Otro.

2 comentarios:

  1. Porque nuestra plenitud personal y colectiva es un viaje hacia el abandono interior de todas nuestras seguridades, hasta que experimentemos que "solo Dios basta" y que solo estamos llamados a Vivir y gozarnos en "Su Don de Sí". Eso es aprender a vivir del Amor. Mientras "somos paridos" a esa plenitud, nos acompañan los "dolores de parto" que iremos tendríamos que ir llenando de una buena dosis de Fe, Esperanza y Caridad. Es un camino de libertad que lleva a la plenitud del Amor Grande.

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  2. Me gustó mucho tu analogía, me ha hecho reflexionar.

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