16 de mayo de 2020

A los 62 días de mi cuarentena...

Hoy sábado, el día estuvo muy caluroso y también bastante activo…

Decidí darme un espacio exclusivamente para continuar con la lectura del quinto libro que llevo en esta cuarentena. Es una lectura muy distinta a la que habitualmente hago.  Se trata de una autobiografía.  He leído las primeras treinta páginas y ya sé que terminaré de leerlo (el libro tiene 523). Es la historia de una persona aún joven y la que espero y deseo que viva muchos años más.

La historia que va contando esta mujer de su vida, me resulta interesante e interpelante.  Y cuando un libro logra eso de mí, “me tiene”.  

La historia de otros, nos ayudan siempre a hacer introspección.  Tener acceso a la intimidad del otro; es pisar tierra sagrada.  Nos sentimos honrados y agradecidos de que nos hayan invitado a vivir una de las más hermosas experiencias; entrar en el sagrario de una persona.

Este espacio es lo más valioso, lo más hermoso y lo más auténtico que tiene cada ser humano.  Es el lugar de la transparencia, de la verdad y también de la vulnerabilidad.  Donde no existen garantías ni apoyos, todo es gratuidad. Y los sagrarios son todos distintos, y ninguno es mejor que otro.  Son la raíz, la esencia de lo que somos, la mejor versión nuestra.  Es ahí, en donde Dios ha depositado su mejor sueño.

Este libro lo había visto en librerías y en internet por varios meses.  Honestamente, nunca me sentí movida a comprarlo.  En principio, porque siempre que he leído una autobiografía ha sido motivada por lo que he escuchado o conocido sobre esa persona, sobre algo que me ha llamado la atención, porque me causa curiosidad o porque estoy segura que voy a aprender algo.  Hasta ahora, las historias que he leído, son de personas ya fallecidas.  

Por otro lado, me causaba un poco de escepticismo leer la historia de una persona que ha sido la esposa de un presidente.  Sí, efectivamente, el libro que estoy leyendo es “Becoming”, Mi historia, de Michelle Obama.  Me llegó un día a mi casa por correo, como regalo de la mayor de mis sobrinas.  Me sorprendí muchísimo, lo agradecí más…
  
Hace unos meses atrás mi sobrina estuvo de visita en Puerto Rico.  Ella nació en Estados Unidos y ha vivido siempre allá.  Un día que estuvimos hablando hasta muy tarde en la noche me preguntó qué me gustaría hacer el día que me retirase del trabajo.  Le respondí rápidamente sin pensarlo ni un minuto: “Leer muchos libros y escribir, escribir mucho también”.  Junto al libro vino una tarjeta que leía: “Para el día en que te retires”.

No me he retirado aún del trabajo, pero luego de haber leído cuatro libros en esta cuarentena, lo encontré junto a otros que esperan por mí.  Confieso que lo tomé en las manos y lo volví a guardar varias veces, antes de decidirme a leer la primera página.  Finalmente, superado esta aversión, acaricié la portada del libro (lo hago siempre al comenzar a leer uno) y me dejé sorprender.

He leído muy poco, pero lo suficiente para desear conocer la historia completa. Una de las cosas que me ha hecho “click”, que me ha tocado personalmente, es el hecho de que ella decide contar su historia, luego que ya no es la primera dama de una nación.  En cada página que he leído hay un eje transversal,  el gran respeto y admiración que siente por su esposo.  Pero, hay una fuerte conciencia de conocerse y saber estar en su lugar, en el momento y tiempo correcto.  Ella se conoce muy bien.  Sabe sus capacidades, sus cualidades, su gran fuerza. Es una mujer muy inteligente, con una sana autoestima.  

Ella tiene una historia que contar, y parece ser que una, muy interesante.  Pero la admiración que siente y por supuesto el amor, hacia su esposo, condicionaron su tiempo.  Y es ahora que decide escribir, contar, compartir una vida que estoy segura servirán de inspiración a muchísimas mujeres.  Por supuesto, esto sin ningún ápice de propaganda política partidista.  Ella va por encima de estas consideraciones.  Sí, seguramente terminaré de leer el libro completo.

Ya al comenzar a caer la tarde, ha llegado mi hijo a casa.  Va a participar en una competencia frente a uno de sus mejores amigos, que es un gran Chef (cocinero).  Ambos harán uno de esos “Live”, que están de moda.  Mi hijo, que es Bartender, tendrá que preparar una comida y un trago original, al mismo tiempo que hará lo propio su amigo el Chef.  

Llegó a casa cargado de alimentos, rones, especies y una alegría contagiosa.  Prácticamente ha invadido mi cocina y luego de colocar el teléfono y sus mil cosas, esperar a la hora que comenzaría la competencia.  Yo me retiré a la habitación y aunque le veía y escuchaba, iba viendo la competencia por la computadora.  Realmente fue muy gracioso verlo cocinar, porque la cocina no es precisamente uno de sus fuertes.  Al igual que ver a su amigo, a quien conozco hace ya muchísimos años y le tengo un gran cariño, tampoco le ubicaba a éste, preparando un trago.

El programa fue mi divertido y la gente iba saludándolos y opinando sobre sus ejecutorias.  Luego, cuando faltaban pocos minutos para terminar la competencia,  los promotores de la misma indicaron la hora y el modo en que podían hacer las votaciones para elegir al ganador.  Fue ahí cuando me doy cuenta que no he preguntado ¿cuál sería el premio?  

Luego de arroces, carne, vegetales y tragos…fue finalizando el programa.  Había disfrutado mucho de la alegría que experimentaba mi hijo y del ambiente fraterno y cariñoso que se había compartido por las redes sociales.  Faltaban unos minutos para finalizar.  No me esperaba el postre.
  
Al despedirse del programa, mi hijo expresó, que el objetivo de la competencia era para motivar a los jóvenes, que tal vez se encuentran agobiados en sus casas, por la situación del COVID 19; a que se atrevan a realizar algo nuevo, diferente.  Que busquen dentro de su interior y descubran que pueden ser más de lo que se han conocido hasta ahora.  El cielo es el límite y todos tenemos algo que aprender y algo que aportar.

Para ellos no había premio, solo la satisfacción de haber tenido a muchos jóvenes, contentos, riendo y pasando una hora de sano entretenimiento en medio del tiempo difícil que vivimos.  Para ellos no había “premio”.  Para mí, sí.  Recibí una gran alegría, una gran bendición.  

Anunciaron que mi hijo ganó la competencia, pero no es cierto.  ¡Ganamos todos! 

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