20 de mayo de 2020

A los 66 días de mi cuarentena...

Miércoles…mitad de semana.

Hoy, fue un día realmente hermoso.  Sol brillante, una tarde amenazada de lluvia, que no llegó nunca, pero sí ese olor inigualable de los días nublados. Descubrí algo tan trivial como increíble.  Pude abrir unas ventanas de mi cuarto que habían quedado “atascada” luego del huracán María.  No sé por qué me dio hoy con volver a intentar abrirlas y luego de un buen rato, lo logré.  Fue asombroso sentir la brisa fuerte y sabrosa que corrió a abrazarme.  También es cierto que fueron muchos los papeles y otros objetos que tuve que avanzar a guardar porque la brisa era verdaderamente impetuosa.  ¡Tres años en larga espera a que le diera paso!

Por la mañana me llamó una amiga a decirme que le había gustado mucho la anécdota que escribí ayer sobre las dos personas que viajaban juntas en el avión y de que a pesar que realizaron el mismo vuelo, su actitud fue una muy distinta.  Y en la conversación con ella, recordamos no un cuento, ni una anécdota, sino un caso real, lamentable y trágico, acontecido en el año 1972.  

Muchos recordarán esta historia, porque luego del suceso, años más tarde, fue llevada al cine.  Hicieron una película, que honestamente nunca quise ver, porque me bastaba con haber leído sobre los hechos, y un poco sobre Fernando “Nando” Parrado.  Este junto a Roberto Canessa, de quien sí tengo un libro, fue el que lideró la historia de la supervivencia.

Me refiero al accidente aéreo de un avión donde viajaba el equipo uruguayo de rugby a Santiago de Chile.  El avión se estrelló el 13 de octubre de 1972 en la cordillera de los Andes.  Murieron 29 de sus pasajeros.  Fernando Parrado y Roberto Canessa, son dos de los dieciséis sobrevivientes.  

La historia es una muy dramática que muestra al ser humano en situaciones límite.  Los dieciséis sobrevivientes del avión, tuvieron una lucha por la supervivencia que se prolongó por 72 largos días de temperaturas bajo cero, hambre y desesperación; hasta que fueron rescatados en helicópteros.  Luego de haber pasado la primera parte de la euforia y alegría del encuentro, se vivió el momento más dramático; confirmar que pudieron sobrevivir, alimentándose de sus compañeros fallecidos.

Sobre esta cuestión del canibalismo experimentado allí, se han escrito muchísimas cosas.  Se han pronunciado sicólogos, siquiatras, teólogos, sociólogos, cada uno desde sus convicciones.  Fue un tema debatido hasta la saciedad.  Ellos, el grupo de los dieciséis, concluyó “no tuvimos otra elección: vivir o morir”. Definitivamente, fue una tristísima y muy dura experiencia.

Pero, si recordaba hoy este evento, es porque guarda un poco de relación con la anécdota de ayer.  Resulta que cuando Fernando Parrado fue a comprar su boleto, ya estaba el avión prácticamente lleno.  Él quería su asiento en una de las filas de la parte de atrás del avión, ya que su mamá y su hermana también viajaban, y ya ellas tenían comprado sus boletos para esa parte del avión.  Pero, por más que insistió y trató, le tocó un asiento en la fila 9.

Parrado cuenta que esto le ocasionó mucho coraje. Era un joven un poco caprichoso y estaba acostumbrado a tener el control de todo, y a que nadie se opusiera a sus deseos.  Pero en esta ocasión, no pudo hacer nada y tuvo que conformarse con el boleto de la fila 9, asiento A;  el único que quedaba disponible.

Cuando sucedió el accidente, de la fila 10 hacia atrás, murieron todos, incluyendo su hermana y su mamá.  Los sobrevivientes fueron los que estaban sentados hasta la fila 9. Se podrán imaginar la de veces que este hombre habrá recordado y seguirá recordando ese detalle.  Y esto es solo uno de los cientos de asombrosos sucesos que tanto él, como el resto de los sobrevivientes vivieron durante esos 72 días.

Creo que no son pocas las veces que nos encaprichamos con algo, queremos hacer nuestra voluntad, a pesar de que todo indica que lo que hemos decidido, no es lo que en realidad nos conviene.  Muchas veces nos imponemos y forzamos las situaciones con tal de satisfacer nuestros deseos.  Y también son muchas las veces que sufrimos las consecuencias de decisiones erradas, no consultadas, ni mucho menos, oradas.

Hay un detalle que me llama poderosísimamente la atención.  Los sobrevivientes han manifestado siempre, que si algo les ha marcado la vida es, que al volver, fueron aceptados y perdonados por toda la gente que les recibió y les reintegró nuevamente a la sociedad, a pesar de lo que habían hecho.

Para estas personas, el sentirse acogidos, comprendidos y perdonados sí era cuestión de vida o muerte.  Vida con mayúscula, porque valoraron lo que les significó el organizarse como una pequeña comunidad.  Apoyarse, solidarizarse, consolarse, animarse, y amarse con todas sus consecuencias, para poder sobrevivir.  Y para poder continuar “viviendo”, necesitaban sentirse parte de una comunidad que no les juzgara, sino que les abriera los brazos con el perdón.  Eso me parece verdaderamente conmovedor.

Sobre esta historia, pudiera yo escribir varios días, porque a mí personalmente, siempre me ha impresionado.  Pero vale la pena resaltar las secuelas de esta tragedia.

Nando Parrado, fue seleccionado en el 2010 como el Mejor orador del mundo, por un prestigioso Foro de Nueva York.  Es un exitoso empresario, deportista y productor de televisión.   

Roberto Canessa es un famoso cardiólogo pediátrico. Las madres de los jóvenes fallecidos crearon una Fundación en apoyo a personas que están en defensa de la vida.

Todos, de una manera u otra han expresado, que luego de 72 días, sus vidas cambiaron tan dramáticamente que necesariamente al regresar, tenían que comenzar a vivir de otra manera.  Que no podrían jamás permitirse no ser mejores personas, mejores seres humanos, mejores cristianos.  Que valoran cada día, cada minuto, y a cada uno de sus descendientes, como oportunidades que el Dios de la Vida les regaló y por lo cual viven profundamente agradecidos.

Nosotros no hemos llegado a situaciones tan límites como pasaron estas personas.  Pero llevamos ya 66 días esperando ser rescatados de nuestros miedos, inseguridades como muchos están esperando ser rescatados de la falta de pan y medios para conseguirlo.

Ojalá, que al igual que los dieciséis sobrevivientes, sepamos, al regresar,  vivir de otra manera, desear ser mejores personas y sobre todo, sentirnos agradecidos por la oportunidad de haber estados sentados en la fila 9.

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