3 de mayo de 2020

A los 49 días de mi cuarentena...

Un nuevo domingo en cuarentena.  Me costó mucho trabajo levantarme, apenas dormí unas horas anoche.  Me levanté tarde pero con deseos de continuar durmiendo. 

Encontré varios mensajes en el teléfono, algunos que había que responder, otros que podían esperar, pero en ese momento no reaccioné de modo alguno a ninguno de ellos.  Me sentía con muchísimo sueño y necesitaba despertarme bien para comenzar un nuevo día…

Luego del desayuno-almuerzo; celebré la misa.  Hoy, día del Buen Pastor y Día de oración por las vocaciones.  Unas lecturas y motivación hermosas.  Me disfruté mucho ese espacio de comunión con la Iglesia y con la comunidad, a pesar de que continuamos celebrando frente a una pantalla de computadora.  

Es curioso; no me gusta ver la celebración por teléfono desde la página de Facebook, porque comienzan a surgir una enorme cantidad de personas que están continuamente escribiendo de inicio a fin de la celebración.  Suben corazones, manitos, preguntan por Pepe o Juanita; envían saludos al fulanito o al Padre.  Solicitan intenciones de misa, inclusive, “aprovechan” el espacio para pedirse teléfonos o mandar mensajes a otros.  

No me mal interpreten, tengo muchísimos defectos, pero no me considero antipática ni poco sociable, pero me siento incómoda con estas prácticas, aunque respeto a las personas que lo hacen y jamás me atrevería a juzgarlos por esto, ni por nada.  Se trata de estilos, de gustos personales, muy míos.  

Entiendo que estas actitudes puedan responder a la gran necesidad de encuentro que todos tenemos,  sumado a la falta que nos hace vernos.  Creo que si había alguna persona que no había comprendido el valor de la comunidad, ha tenido muy buena ocasión para descubrirlo. 

La comunidad es, algo fundamental en mi vida.  Ha sido medular en toda mi historia de salvación y lugar privilegiado para las cosas que considero verdaderamente importantes. Muchas.  Una de ellas es, que es el lugar privilegiado de la acogida. 

La actitud de acoger nos capacita para compartir la fuerza de la Vida con los otros.  Es celebrar juntos el paso de Dios en nuestra historia.  Es celebración, banquete fraterno, pan fresco, fiesta. Es ir juntos, hacia las “fuentes tranquilas” y los “prados de hierba fresca” a las que nos guía el Pastor.  Acoger es aceptar, comprender, recibir, escuchar.  

Cuando nos acogemos unos a otros, vamos derribando los muros del egoísmo, de la soberbia y vamos construyendo relaciones sólidas, dialogales de comunión y fraternidad.  Al llegar a la celebración eucarística se experimenta, no solo una inmensa alegría; sino una profunda certeza de que hay una comunidad viva, que nos acoge y acompaña en nuestro camino de fe. 

La comunidad también es lugar privilegiado de la gratuidad.  Donde se comparten las alegrías, las preocupaciones, los logros, los fracasos, los miedos y frustraciones.  Todo dentro de un marco de completa libertad.  No se siente nada propio, todo es de todos.  No se trata de mi problema, sino, de nuestro problema.  No se habla de mi conversión, sino que todos trabajan para lograr la de todos.  En la comunidad, no voy a formarme; entro en proceso formativo con la comunidad. Todo es auténtica gratuidad, la gratuidad del Amor.

Y por supuesto que la comunidad es el lugar privilegiado para encontrarme con el Rostro de Dios.  Es a través de los hermanos, especialmente de los más pequeños y vulnerables que voy experimentando Su Presencia en mi vida, en mi comunidad.  El Dios de la Vida, el Resucitado, se me hace el encontradizo por medio de personas que al igual que yo, estamos en su continua búsqueda.

Podría continuar describiendo lo que la comunidad representa para mí, pero me alargaría demasiado.  Es que en realidad, mi identidad más profunda está inmersa y marcada por ella.  Soy comunidad.  No puedo ni quiero vivir mi fe en solitario.  No sé hacerlo.  No me entiendo viviendo al margen de la comunidad.  Es ella quien me alienta, acompaña, anima.  

Es la comunidad la que me confronta, la que me invita a pastorear y amar a las otras ovejas que están perdidas, más allá del redil. Es discernimiento, es Palabra, el deseo de una mayor cercanía con el Evangelio y un fuerte sentido de pertenencia a una gran y privilegiada Familia.

Comprendo perfectamente que la gente envíe muchos corazoncitos por Facebook durante la misa.  Puede ser su manera de exteriorizar su necesidad de “encuentro”.  La mía: la canalizo por este medio, sentándome a escribir noche a noche lo que va experimentando mi corazón.  Así que creo que estamos a mano.

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