9 de mayo de 2020

A los 55 días de mi cuarentena...

El día de hoy transcurrió entre libros, Netflix y aromas almendrados en la cocina.  Fue un día enmudecido y bastante sobrio. Salí por algunos minutos a caminar en el Área Recreativa del Condominio donde vivo.  Bajo un fuerte sol y una temperatura bastante alta, la piscina parecía algo burdo.  Los columpios mecidos por el viento y no por los niños, la cancha de baloncesto sin gritos ni tiros al canasto…no había nadie, era una escena desierta de voces, de rostros, de todo.  

No fue agradable el paseo, por lo que decidí regresar a mi apartamento y refugiarme en mi cocina.  Mientras preparaba la masa para unas galletas; pensaba en María.  Me preguntaba qué pensamientos tendría ella cuando amasaba el pan.  ¿Qué cosas recordaría de esas que llevaba escondidas en su corazón?

María siempre escuchaba su corazón y fue una mujer que cuidó mucho lo que iba aconteciéndole por dentro.  Necesito aprender mucho de Ella.  Darme cuenta que las voces importantes no son las que escucharé afuera, sino, la Voz que habita ya en mi interior.  Las transformaciones ocurren de adentro hacia afuera, nunca al revés. Hay necesidad de interiorizar, de mirar muy adentro porque a veces, se nos olvida de qué estamos hechos.

En el centro, justo ahí, debo encontrar mi esencia.  Donde puedo desentenderme de la necesidad de ser tomada en cuenta por alguien.  Muchas veces nos sentimos orillados ante la necesidad de la aprobación de los demás. Y no quiero intentar ser otra, porque no por eso me van a querer más.  Aunque una de las necesidades básicas del ser humano es el sentirse amados, pienso que de esto tendríamos que aprender también a desentendernos.

Fundamentalmente sí tendría que tener necesidad de ser amada, pero cuando esto signifique sentirme aceptada como soy, respetada y valorada.  Cuando se reciba del otro, el deseo de compartir y no haya necesidad de rogar migajas.  Cuando se sienta reciprocidad de cariño, de ternura, de entrega y fidelidad; no cuando somos piezas a moverse por antojo sobre un tablero, cuando somos las soluciones rápidas, cuando somos la respuesta inmediata a la necesidad del otro.

La aceptación de mi persona tiene que tener sabor a dignidad, a valorar la propia vida.  De mis necesidades solo me salva el amor incondicional de Dios. Me ama como soy, no como tendría que ser.  No tengo que intentar ser otra, ni tratar de disfrazar mis limitaciones ni debilidades.  Él las conoce todas.  Al igual que María, estoy bajo su mirada; bajo su misericordiosa y amorosa mirada.

María me recuerda mucho esa mirada de Abbá.  El sentirse mirada, era sentirse aceptada y amada como era, no como debería haber sido la Madre del Salvador.  De ahí, que su hondo “Sí” tiene la belleza de sentir que Alguien creyó en Ella por quien era, no por lo que hacía.

No quiero ser querida por lo que hago, porque cualquiera puede hacer lo mismo que yo y mucho mejor.  Quiero ser amada por quien soy.  Sentir esa mirada de Amor que recibió María.

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