23 de mayo de 2020

A los 69 días de mi cuarentena...

Sábado…

Tras dormir poco anoche, (nuevamente)  decidí dormir las horas que hiciera falta en la mañana y sin sentir remordimiento alguno.  Necesitaba descansar. Lo hubiera hecho más a gusto si no hubiera sido por el sonido de los mensajes recibidos en mi teléfono desde las 7:15 de la mañana.  A las 7:30 miré el teléfono, y abrí solo lo que estuve esperando hasta tarde anoche.

Era un documental que quería ver luego de las revisiones hechas.  En realidad no lo pude ver del todo bien; estaba super agotada, muy soñolienta y bueno, al final, bastante relajada porque independientemente estuviera de acuerdo o no, ya ese trabajo era el final y ya no habría nada que hacer.

Lo vi a medias, apagué el teléfono y seguí durmiendo.  Al levantarme, me di un baño, tomé un café y decidí salir.  Mi tercera salida en todos estos sesenta y nueve días de cuarentena.  Llegué hasta casa de mis padres.  Almorcé con ellos, y les llevé un pudín de pan con pasas que les preparé anoche ya muy tarde y antes de irme a la cama.

A mi papá le encanta el pudín de pan. Muchas veces le he comprado alguno y se lo he llevado de regalo.  Pero esta vez, lo quise preparar yo misma.  ¡Se lo preparé con tanta ilusión! Tras desmoldarlo, apareció enseguida un cuchillo y fue cortado el primer pedazo.  A papi le gustó muchísimo y repitió.  Mi madre me dijo que se veía raro, feo y se limitó a tocarlo y decirme que le parecía que estaba duro.  A ella no le gustó, ni siquiera lo probó.

Había mucha humedad afuera, también adentro…

Conversé un largo rato con ellos, en realidad, les escuché opinar sobre temas que fueron repitiendo todo el tiempo, entre ellos, uno de los favoritos de mi madre, sobre mi peso. Me comentaban asuntos que ya me habían contado minutos atrás, con la vehemencia y entusiasmo del que cuenta una primicia. Pero yo les escuchaba con la misma caridad y paciencia, como si fuera la primera vez. Así estuvimos varias horas.  Ellos contentos, y yo les acompañaba.

Afuera había amenaza de lluvia, adentro también…

Regresé a casa, me serví una piña colada y retomé la lectura de Michele. Dediqué un rato a la lectura y terminé metiéndome en la cocina.  Es mi refugio, mi terapia de relajación y también mi momento.  Siempre es ocasión de encuentro, de perdón, reconciliación, aceptación.  

Son esos instantes que voy cincelando sonrisas y borrando amargos.  Pero no hay engaño implícito.  Sería como dice el cuento de la niña que ve entrar a su casa a Santa Claus, pero se da cuenta que se le ha olvidado a su papá, cambiarse los zapatos.  Ella ve a Santa Claus, aunque no ha dejado de ver a su papá.  Entre la vainilla y el azúcar me voy disfrazando de felicidad y al final, de tanto ensayo, me queda muy real.

Me aventuré a preparar un “cheesecake” frito.  Es algo muy sencillo y demasiado sabroso.   (Termino dándole la razón a mi madre.)  El aumento de peso no es lo suficientemente persuasivo para privarme de los antojos que he “padecido” en estos dos meses.

Terminé en la cocina justo a tiempo, para sentarme a ver el documental.  Se había programado para las siete y se cumplió con el horario. Ya esta noche pude verlo bien y no dormida, como en la mañana.  Siempre es emocionante ver rostros de personas cercanas, queridas, hermanas. Personas que me interpelan y despiertan en mí muchísima admiración, además del cariño especial que les tengo.

A muchos les he visto desde sus cabellos oscuros y cuerpos esbeltos.  Desde que sus rostros ni imaginaban arrugas, ni callos sus manos.  Desde que un día optaron por dejar todo para seguirle.  Hoy, algunos de ellos, tienen sus rostros surcados.  A otros, la enfermedad les ha minado sus fuerzas y a muchos les tienta el cansancio.

Pero he visto en todos ellos, en los más lejanos y los más cercanos; un mismo fuego en la mirada y un corazón agigantado.  No trabajan, donan su vida.  No se han dado, se han desgastado.  Hoy miro su historia, no como una impersonal secuela de acontecimientos, sino como un camino de Vida que ha sido guiada hacia un encuentro personal con Aquel, que le has sostenido siempre en la Esperanza. 

Pienso que el documental, como un producto, y como todo, puede mejorarse mucho.  Pero, más allá de unas fotografías, de unos cintillos, de toda la técnica que esto conlleva, se pudo traslucir la pasión que sienten mis hermanos por sus comunidades, el amor por su vocación y el ardor misionero que les inquieta como el primer día. 

Ha comenzado a caer una leve llovizna afuera, adentro también…

Al terminar de ver el documental, quedo con el corazón agradecido al Dios de la Vida, por haberme dado la oportunidad de haber puesto mi granito de arena en él. Fueron muchas las personas que se expresaron solidarios por las redes y además de agradecerlo, también me emociona ver la generosidad de mi pueblo, de mi comunidad.

Terminé mi noche compartiendo la receta del cheesecake frito con dos personas amigas.  Una de ellas reaccionó enseguida y quedó animada a prepararla, la otra, pasó de largo, como mi madre.  No importa, hace mucho que entiendo que solo se puede ser feliz desde la libertad.  Y también hace muchísimo tiempo que sé cómo defender esa bandera.

PS   Mañana es domingo y el reloj lo acabo de apagar.

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